EL chico problema se declara a la chica más popular frente a toda la escuela, pero ella no es lo que aparenta.
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VOL 2-CAPITULO 7: Por Tinred Terianor
POR TINRED TERIANOR
El rey Q’llian se despidió de la fiesta en el salón del palacio de IL Castlin faltando dos horas para su coronación. Quería tener al menos una hora de descanso antes de cambiarse de ropa y llevar a cabo el ritual.
Desde que había logrado la victoria sobre los otros reinos no podía dormir tan bien como antes. Pensaba en las víctimas que tuvieron que ser sacrificadas para llegar por fin a una solución del conflicto.
Lamentó mucho que el grupo de Enrio hubiese dado muerte a Dortolaf y su hermana. La orden había sido mantenerlos ocultos de Eberor para que estos no tuvieran pruebas de que Reinn estaba detrás del asesinato de Ibbhin Mirel y lo usaran en beneficio político. Enrio tuvo que matarlos para que Eberor no los recuperase, al menos eso informaba. El rey sabía que Enrio era un elfo despiadado, pero ese era el motivo por el que lo había contratado. Como Eberor no pudo demostrar que la traición de Dortolaf no se debía a una fuerza externa, se entendió que dentro de los Mirel había división, haciéndolos indignos para ser reyes de todo. El resultado fue rápido, Mirel aceptó la propuesta de Reinn y lo apoyó en su pretensión al trono supremo, luego le siguieron Fehr y Castlin. Desde luego, hubo un factor más que definió su elección como rey y no se trataba del perdón general por todo lo cometido durante el juego de los dioses. El rey Q’llian les había hecho una promesa a los demás reyes. Les prometió recuperar la dignidad de Alfheim mancillada con la muerte de Tinred Terianor, difunto rey de Castlin.
El rey apenas pudo descansar y pronto tuvo que prepararse para el evento. Q’llian fue vestido con ropa de guerrero, portando los cuatro símbolos de los cuatro reinos.
La coronación empezó. La plaza principal de IL Castlin estaba repleta, elfos de todos los reinos habían llegado a presenciar el importante evento. Los hechiceros elfos habían dibujado el círculo mágico alrededor del rey. A su alrededor, Esthel y Enrio mantenían a los soldados en sus posiciones.
Fue la reina Caya de Fehr y el rey Gred Mirel de Eberor quienes juntos pusieron la corona en la cabeza de Q’llian. La corona era sencilla, un simple aro cubierto de distintos tipos de hojas y flores. Una vez coronado, recibió la reverencia de los reyes súbditos. Luego, en un ambiente completamente en silencio, pese a la multitud que había, el rey de reyes Q’llian fue al círculo mágico y dijo:
—¡Hoy el pueblo de los elfos se une nuevamente! ¡Olvidamos viejas rencillas y nos unimos en un solo reino! ¡Y hoy yo soy el rey más notorio de todos! ¡Por lo tanto, invoco al dios de Nueva Asgard que eligió a Alfheim para que presentase su elegido!
El círculo se iluminó entre destellos y una figura apareció. Vestía de púrpura y rojo, llevaba una corona verde oscuro que asemejaba dos cuernos. De cabello negro y una delgadez que le favorecía poco, el nuevo dios Helblindi sonreía mirando a todos con sus ojos color amarillo, que revelaban su sangre de gigante. Helblindi, el hermano del famoso Loki, había logrado que Ydhin, el dios supremo, lo aceptara como dios de Nueva Asgard.
—¡En Nueva Asgard te reconocemos, rey Q’llian! ¡Aquí está la runa de Odín que te reconoce como un pretendiente a dios! ¡Confío en que logres vencer las pruebas de Ydhin y llegues a Nueva Asgard y ocupes tu puesto como dios! ¡No olvides entonces que yo, Helblindi, te escogí!
Helblindi puso sus manos frente a frente y una esfera luminosa con destellos rojos apareció en el centro. Luego la esfera se apagó y una pequeña piedra gris con un símbolo grabado apareció flotando entre sus manos.
La piedra voló hacia el rey, que la tomó con la mano derecha, cerrando su puño. Cuando abrió la mano, ya la roca no estaba; había sido asimilada por el cuerpo y espíritu del rey Q’llian.
—¡Te entrego la runa que recibí de Ydhin! ¡Te entrego la runa de Odín, la runa llamada EHWAZ!
Helblindi alzó los brazos mientras declaraba el nombre de la runa, esperando vítores y gritos de júbilo del pueblo élfico, pero lo único que hubo fue silencio.
—Permíteme darte las gracias por tu don, Helblindi, permíteme darte las gracias de parte de los cuatro reinos de Alfheim.
Tras declarar esto, el rey de reyes Q’llian de Reinn, con velocidad y gracia, desenvainó su espada de cristal. El sonido de la espada de cristal al salir de su vaina fue similar al de una campanilla. El filo de cristal cortó la cabeza del dios Helblindi, que en el último momento abrió los ojos, sorprendido.
La cabeza rodó unos tres metros fuera del círculo de invocación.
Entonces sí que el público alzó su voz, celebrando y aplaudiendo. Cuando todo se calmó un poco, el rey Q’llian volvió a hablar.
—Este es el castigo que recibes por jugar con la vida de los elfos, Helblindi.
La cabeza de Helblindi habló dando gritos, enojada.
—¡¿Qué es esto?! ¿Qué me has hecho, maldito loco?
—Es un hechizo élfico que nuestros mejores hechiceros han creado para ti. Eres un dios de Nueva Asgard y no queremos entrar en guerra con Ydhin, así que encargué una espada que te cortara la cabeza sin matarte.
—¡Es imperdonable! Regrésame a como estaba ahora. ¿Por qué hiciste eso?
—Yo mismo le di nombre a la espada —dijo Q’llian, ignorando a la cabeza de Helblindi—. Se llama Tinred Er Dhoser. En Vanir lo puedes traducir como: Castigo por Tinred.
La cabeza de Helblindi guardó silencio.
—Yo conocía perfectamente a Caya y a Mirel. No podía creer que alguno de ellos hubiese mandado asesinar a Tinred. En Iristar, esa vez que nos reunimos en sagrado cónclave, en la isla solo había elfos de probada nobleza. Sin embargo, la duda entre nosotros creció y el conflicto entre los reinos empezó. Nunca debimos permitir que las dudas crecieran en nosotros; ese fue nuestro error, pero tu crimen, Helblindi, fue asesinar a Tinred.
—¡Sí, lo hice! —tras hablar, la cabeza de Helblindi se cayó inmediatamente. Para gritar nuevamente—. Eso no era lo que quería decir. ¡Yo quería decirte una mentira! —otra vez se cayó, con una expresión de incredulidad.
—No intentes mentir, gigante. Siempre que estés en presencia de Tinred Er Dhoser solo dirás la verdad. Hace parte del hechizo.
—¿Quién te contó que fui yo quien maté al rey de Castlin? ¿Fue otro dios de Asgard, verdad? ¿Cómo lo descubrieron, sucios elfos?
Q’llian rio por primera vez.
—¿Quién sabe? Lo cierto es que yo no confío en Asgard para nada, así que te di una oportunidad; la espada solo puede cortar al asesino de Tinred.
—¡Elfo maldito, pagarás esto caro! —gritó Helblindi—. ¡Lo hice porque tu pueblo es aburrido! ¡Iban a resolver mi prueba pacíficamente con un acuerdo! ¡Simplemente aburrido! ¡Por eso maté a Tinred, y gracias a eso hoy eres rey de reyes!
—Vive con la deshonra, dios sin cabeza. Ten por seguro que recorreré el camino de Ydhin y una vez sea reconocido como dios, tendré total libertad de acusarte con Ydhin. Y si Asgard no me da la justicia que quiero entonces —el rey Q’llian acarició la espada de cristal—, ¡ahora vete! Tu presencia ensucia a toda Alfheim.
Todo el pueblo elfo presente alzó su voz en insultos contra el dios. El cuerpo de Helblindi recogió como pudo su cabeza, que sostuvo junto al pecho y regresó al círculo de invocación.
—¡Malditos elfos!
Nuevamente destellos y Helblindi desapareció.
El rey Q’llian suspiró. Miró a los reyes de Eberor y Fehr, que cerraron sus ojos asintiendo. Los tres reyes de Alfheim tenían lágrimas en sus mejillas. Los vítores callaron y el pueblo élfico lloró con ellos, por Tinred Terianor, por Dortolaf, por Diore, por Ibbhin y Astari, lloraron por todas las víctimas de ese juego de los dioses a lo largo de tantos años pasados.
El rey Q’llian miró al cielo. A pesar de ser de mañana, podía verse la luna. La contempló un instante y se marchó rumbo al palacio.