Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
NovelToon tiene autorización de Ashly Rijo para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Destrozada
Salí de mi cuarto con el corazón acelerado y mi mente en un torbellino de emociones. Lo que mi amiga me había dicho seguía resonando en mi cabeza, pero había algo más profundo, algo que no podía ignorar. Todo lo que estaba sucediendo me tenía enredada en una espiral confusa, y necesitaba aclarar las cosas de una vez por todas.
Cogí mi teléfono sin pensarlo dos veces y me dirigí a la casa de Javier. Tenía que verlo, o al menos hablar con él. Pero en el fondo sabía que no era exactamente a Javier a quien buscaba. Había algo más que necesitaba resolver antes de que la situación se volviera aún más incontrolable.
Llegué a su casa y toqué la puerta. Mis nervios me carcomían, pero intenté mantenerme firme. Después de unos segundos, la puerta se abrió, y ahí estaba, su rostro serio y sin ninguna emoción aparente.
—No está —dijo con frialdad, sin siquiera preguntarme si estaba buscando a su hermano. Como si ya lo supiera.
—Mejor —respondí con una voz que sonaba más decidida de lo que me sentía—. Porque vine a buscarte a ti.
Darian me miró con una mezcla de curiosidad y sorpresa, pero no dijo nada, simplemente se hizo a un lado, dejándome pasar. Entré en la casa, el ambiente entre nosotros era pesado, cargado de una tensión que no sabía cómo manejar.
Caminé hacia el salón y me giré para enfrentarlo. Él estaba de pie, mirándome con ese aire indiferente que siempre. No sabía por dónde empezar, pero sabía que tenía que decir algo.
—Necesito que me dejes en paz —dije finalmente, rompiendo el silencio—. No entiendo tus cambios de humor, Darian. Un día eres frío, arrogante, me haces sentir confusa, y al siguiente… no lo sé… me confundes. Me trae loca todo esto.
Darian no se movió, pero pude notar un leve cambio en su expresión. Me escuchaba, aunque seguía manteniendo esa fachada de indiferencia. Continué, sintiendo que las palabras salían de mí como una tormenta.
—Lo de anoche fue una idiotez —dije, empezando a alzar la voz—. Ayudarte, quedarme contigo… ¡No sé en qué estaba
pensando! No sabes el odio que te tengo por hacerme sentir así.
Mi respiración era rápida y mi corazón latía con fuerza, pero Darian seguía inmóvil. Hasta que de repente habló, su voz baja y tranquila, como si lo que estaba a punto de decir no fuera nada del otro mundo.
—Me gustas —dijo.
El aire pareció detenerse a mi alrededor. Las palabras resonaron en mi cabeza, repitiéndose una y otra vez, como si no pudiera procesarlas. Lo miré, incrédula, buscando alguna señal de que estaba bromeando, pero su rostro seguía serio, sus ojos clavados en los míos.
—No —me apresuré a decir, sacudiendo la cabeza—. No puedes decir eso. No es verdad, Darian.
Él no respondió de inmediato, pero vi cómo su expresión se endurecía ligeramente, como si las palabras le pesaran tanto como a mí.
—No quería que fuera así —continuó—. Créeme, Alana. No quiero sentir esto, pero lo siento. Y lo peor de todo es que tú también lo estás sintiendo.
Me negué de nuevo, casi desesperada.
—No, no lo estoy. Yo te odio, Darian. No puedes hacerme esto.
Dio un paso hacia mí, y mi cuerpo reaccionó automáticamente, poniéndose en alerta. El espacio entre nosotros se redujo, y mi respiración se volvió más rápida.
—¿De verdad? —dijo suavemente—. Si me odias tanto, ¿por qué te pones así cada vez que me acerco?
No supe qué decir. Mis pensamientos eran un caos. Estaba nerviosa, asustada, pero al mismo tiempo, algo dentro de mí estaba reaccionando a su proximidad, algo que no quería admitir. Darian se acercó más, hasta que apenas unos centímetros nos separaban. Mi corazón latía tan fuerte que sentí que él podía oírlo.
Nuestros ojos se encontraron, y por un momento, el tiempo pareció detenerse. Estábamos tan cerca que podía sentir su respiración mezclarse con la mía. Mi mente gritaba que me apartara, que lo empujara, pero mi cuerpo no se movía.
Y justo en ese instante, escuché un sonido que me heló la sangre. Un leve carraspeo. Me giré rápidamente, y allí, de pie en el umbral de la sala, estaba Javier. Su mirada era una mezcla de confusión y desconcierto. No sabía cuánto tiempo había estado allí, pero había visto lo suficiente.
—¿Qué está pasando? —preguntó Javier, su voz tranquila pero cargada de tensión.
Me quedé paralizada, incapaz de reaccionar. Darian, por otro lado, se apartó de mí de inmediato, su expresión endurecida, como si intentara bloquear todo lo que acababa de suceder. Había vuelto a ser el mismo, frío y distante de siempre.
—Nada —respondió Darian, cruzando los brazos y mirando a su hermano con una calma que me desconcertaba—. Solo hablábamos.
Javier nos miró a ambos, claramente sin creer una palabra. Mi corazón seguía latiendo desbocado, y me sentía atrapada en una situación que jamás había planeado.
—¿Solo hablaban? —repitió Javier, sus ojos ahora fijos en mí. Había algo en su mirada que me partió el corazón, una mezcla de dolor y traición.
—Sí… solo hablábamos —murmuré, intentando sonar convincente, pero sabiendo que no lo estaba logrando.
Javier no dijo nada más. Su mirada pasó de mí a Darian y de nuevo a mí, como si intentara encontrar una explicación que tuviera sentido, pero el silencio entre nosotros lo hacía todo peor.
—Esto… ya no puede seguir, Alana —dijo, mirando al suelo en lugar de a mis ojos.
El golpe fue inmediato, como si me hubieran lanzado un balde de agua helada encima. Mis pensamientos se paralizaron por un momento, incapaces de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué? —fue lo único que logré decir.
—Ya se acabó —repitió, esta vez con más firmeza, mirándome de frente, y aunque en su rostro había determinación, también noté el dolor detrás de sus ojos. No era fácil para él, lo sabía, pero eso no hacía que doliera menos.
Mis manos comenzaron a temblar, y sentí una presión en el pecho que me dificultaba respirar. ¿Cómo podía estar pasando esto? Justo cuando trataba de arreglar todo.
—Déjate de niñerías, Javier —dijo Darian, con ese tono frío y serio, pero que en este contexto me resultaba completamente fuera de lugar.
Javier se giró hacia su hermano, furioso, con los puños apretados.
—¿Niñerías? —espetó—. ¡Me estás jodiendo, Darian! ¡No tienes ni idea de lo que estás haciendo!
Darian lo miró con calma, cruzando los brazos frente al pecho. No parecía afectado por la furia de su hermano, lo cual, en cierto modo, solo lo hacía más irritante.
—¿Ah, no? —respondió Darian, alzando una ceja—. Pues ilumíname, Javier. ¿Qué está pasando aquí?
—¡Es enserio, Darian. Te estas comiendo a mi novia! —gritó.
El aire se detuvo. Mis ojos se abrieron de par en par, y por un momento, el tiempo pareció congelarse. No podía creer lo que acababa de escuchar. ¿Javier pensaba que Darian y yo…?
—¿Qué? —balbuceé, mi voz sonando apenas un susurro. Pero Darian, por el contrario, no parecía tan sorprendido.
—Nunca le he puesto una mano encima a Alana —respondió Darian, con esa calma que solo parecía irritar más a Javier.
Javier no lo creyó. Se acercó más a su hermano, mirándolo fijamente.
—¿Ah, no? —replicó con desdén—. ¿Y entonces qué fue lo que vi? Estaban tan pegados que ni siquiera hacía falta preguntar. ¿Por qué estabas tan cerca de ella?
Darian mantuvo su mirada firme. No retrocedió ni un centímetro.
—Estábamos hablando —dijo, y aunque su tono seguía siendo controlado, había algo en su postura que delataba cierta tensión.
Javier dejó escapar una risa amarga, completamente incrédulo. Y sin más, se dio la vuelta y comenzó a caminar, alejándose de nosotros. Mi corazón se rompía con cada paso que daba.
—¡Javier, espera! —le grité, pero no se detuvo. Siguió caminando hasta que desapareció de la puerta.
Me quedé allí, parada en el mismo lugar, sintiendo como el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Todo esto se había salido de control de una manera que nunca podría haber imaginado.
Sentí una mano en mi hombro y, al girarme, vi a Darian mirándome con una expresión que no supe cómo interpretar.
—Alana… —empezó a decir, pero no lo dejé continuar. La ira, la frustración y el dolor que había estado acumulando finalmente explotaron.
Le abofeteé sin pensarlo. El golpe resonó en toda la casa, y por un momento, me quedé mirando su rostro, esperando alguna reacción.
Darian se mantuvo inmóvil, sorprendido, pero no enojado. Lentamente, se llevó una mano a la mejilla donde lo había golpeado, pero no dijo nada. El silencio entre nosotros era ensordecedor.
Finalmente, fui yo quien rompió el silencio.
—¿Qué querías, Darian? —le espeté—. ¿Estás feliz ahora? ¿Lograste lo que querías?
No me respondió de inmediato. Simplemente me miró con una intensidad que me hizo sentir incómoda. Luego, con una suavidad que no esperaba, me tomó del brazo.
—No —dijo en voz baja—. No estoy feliz, Alana.
Algo en su tono me desarmó. Me quedé quieta, con la respiración agitada y las emociones a flor de piel. De repente, sin previo aviso, Darian me abrazó.
No supe cómo reaccionar. Mi mente gritaba que lo apartara, que esto estaba mal, pero mi cuerpo no respondió. Me quedé allí, en sus brazos, sintiendo su calor, mientras las lágrimas que había estado conteniendo finalmente caían.
Después de lo que parecieron minutos interminables, me separé de él. Me limpié las lágrimas de manera torpe, sintiéndome vulnerable y enfadada al mismo tiempo.
—¿Estás contento ya? —le pregunté, con una mezcla de sarcasmo y dolor en mi voz—. Pues bien, me voy a mi casa.
Sin esperar respuesta, me giré y comencé a caminar. Sabía que no podía quedarme allí ni un segundo más.
Salí de la casa de Javier sintiendo un nudo en el estómago. No podía dejar de pensar en lo que acababa de pasar. ¿Cómo había llegado todo a este punto? Lo que había comenzado como una tarde normal se había transformado en algo que jamás había previsto.
El aire de la tarde estaba fresco, pero no lograba calmar la tormenta interna que sentía.
Mientras caminaba, mi mente se desbordaba con pensamientos, pero uno se mantenía constante: la mirada de Javier. Había algo en sus ojos, una mezcla de confusión y dolor, que no podía sacarme de la cabeza. Nunca quise lastimarlo, y ahora todo se sentía como si se estuviera derrumbando a mi alrededor. Necesitaba pensar, organizar mis emociones, pero no sabía cómo.
Caminé sin rumbo fijo durante lo que pareció una eternidad. La ciudad parecía un eco distante de mi propia confusión. Finalmente, decidí regresar a casa. La tarde se estaba convirtiendo en noche, y aunque el sol ya no brillaba en el cielo, la inquietud en mi pecho seguía ardiendo como una llama incontrolable.
Cuando llegué a mi casa, encontré a mi madre sentada en la sala, hojeando una revista. Me miró al entrar y sonrió, pero su sonrisa se desvaneció al ver la expresión en mi rostro.
—¿Todo bien, cariño? —me preguntó, dejando la revista a un lado.
Intenté sonreír, pero fue un intento patético. Asentí con la cabeza, aunque en realidad no estaba segura de si todo estaba bien.
—Sí, mamá, todo bien —mentí de nuevo, sabiendo que no podía hablarle de lo que realmente estaba sucediendo en mi vida. No quería preocuparla.
—Me alegra que estés en casa —respondió ella—. Estaba pensando que podríamos pasar un rato juntas, hacer la cena, ¿qué te parece?
Agradecí su oferta silenciosamente. Necesitaba una distracción, algo que me sacara de mi propio caos mental, aunque fuera por unas horas.
—Claro, mamá —dije, tratando de sonar más animada de lo que realmente me sentía—. Podemos cocinar algo juntas.
Pasamos la noche en la cocina, preparando una cena simple pero deliciosa. Mientras picaba verduras y mi madre me contaba anécdotas del trabajo, intenté concentrarme en el momento presente. Quería desconectarme de todo lo que había pasado con Javier y Darian, aunque fuera por un rato.
El aroma de la comida llenó la casa, y por un momento, me sentí casi en paz. Casi. A medida que el reloj avanzaba, mi mente volvía a divagar, regresando siempre a los mismos pensamientos. La tensión entre Dariany yo, el malentendido con Javier, la culpa que me invadía cada vez que recordaba cómo nos habíamos mirado, tan cerca, tan confundidos.
Terminamos de cocinar y nos sentamos a cenar juntas. Mientras comíamos, intenté mantener la conversación ligera. Hablamos sobre el trabajo de mi madre, sobre cómo ella había tenido un turno agotador la noche anterior, y sobre las clases que yo tenía por delante la próxima semana. Evité mencionar a Javier o cualquier cosa. Mi madre no preguntó, pero sabía que, como siempre, ella notaba cuando algo andaba mal.