Sinopsis:
"El Caballero y el Rebelde" es una historia de amor y autodescubrimiento que sigue a Hugo, un joven adinerado, y Roberto, un artista callejero. A pesar de sus diferencias, se sienten atraídos y exploran un mundo más allá de sus realidades. Deben enfrentar obstáculos y aprender a aceptarse mutuamente en este viaje emocionante y conmovedor.
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Capítulo 14: Problemas
El sol empezaba a asomarse por el horizonte cuando el viejo Ford familiar de los Velázquez se detuvo frente a la casa de campo en Zompantle. Don Laurentino, el padre de Hugo, salió del auto con el ceño fruncido, seguido por su esposa, Doña Matilde.
—Estoy seguro de que están aquí —afirmó Don Laurentino, su voz cargada de determinación.
Doña Matilde asintió con la cabeza, aunque su mirada reflejaba una mezcla de preocupación y resignación.
La puerta principal crujió al abrirse, revelando un Hugo radiante y bronceado, junto a un Roberto que sonreía con nerviosismo. Los hermanos se abrazaron con fuerza, pero la alegría inicial se vio ensombrecida por la presencia de sus padres.
Don Laurentino se dirigió directamente a Roberto. —¿Dónde está mi hijo? ¿Qué le has hecho? —su voz era acusadora, dejando claro que no estaba dispuesto a perdonar fácilmente.
Roberto se sintió herido por la acusación. —Don Laurentino, con todo respeto, Hugo es un hombre adulto. Puede tomar sus propias decisiones.
—¡No mientras esté contigo! —replicó él, señalando a Roberto con el dedo—. Tú lo has alejado de nosotros, lo has corrompido.
Hugo se interpuso entre ellos. —Padre, basta. Roberto no me ha hecho nada. Nos amamos y somos felices juntos.
—Amor... ¡Eso no es amor! Es una perversión, una locura. Y no pienso permitir que mancilles el nombre de esta familia.
Don Laurentino, cegado por la ira, se abalanzó sobre Hugo. Intentó golpearlo, pero Roberto reaccionó rápidamente y lo empujó hacia atrás.
—¡No le toques! —gritó Roberto, protegiendo a Hugo con su cuerpo.
Don Laurentino, furioso, azotó la puerta con tanta fuerza que la casa entera tembló. Se subió al auto y se marchó a toda velocidad.
Doña Matilde se acercó a Hugo y lo abrazó. —Hijo, no te preocupes. Siempre te vamos a apoyar, sin importar lo que digan.
Hugo se aferró a su madre, sintiendo un nudo en la garganta. Sabía que esta decisión de su padre iba a cambiar su vida para siempre. Las palabras de su padre resonaban en su cabeza, haciéndole cuestionar su propia identidad y valor. Además, la imagen de su padre intentando agredirlo lo había dejado profundamente conmocionado.
Roberto tomó la mano de Hugo. —No te preocupes, mi amor. Estaremos juntos, pase lo que pase.
Más tarde ese mismo día, Don Laurentino se dirigió al cementerio. Se detuvo frente a la tumba de su padre y se arrodilló.
—Padre —susurró—, le he fallado. He criado una abominación. ¿Cómo pude dejar que esto sucediera?
Don Laurentino pasó horas sentado en la tumba, lamentándose por sus decisiones y pidiendo perdón a su padre. Se sentía culpable y solo, pero también determinado a mantener su familia unida, aunque eso significara sacrificar su relación con Hugo.
El rumor se propagó como pólvora por todo el pueblo de Zompantle. La noticia de la desheredación de Hugo y el violento enfrentamiento con su padre se convirtió en el tema de conversación principal en la plaza, en las tiendas y en las casas. Algunos vecinos sentían pena por Hugo y Roberto, pero otros los señalaban con el dedo, acusándolos de corromper a la familia Velázquez.
Doña Matilde se sintió avergonzada por el comportamiento de su esposo y trató de defender a sus hijos, pero las habladurías eran imparables. Los niños del pueblo comenzaron a burlarse de Hugo y Roberto en la escuela, y los adultos los evitaban en la calle.
Hugo y Roberto se refugiaron en su pequeña casa de campo, tratando de ignorar los chismes y las miradas acusadoras. Pero era difícil escapar de la realidad. Se sentían aislados y solos, rodeados por un pueblo que los había juzgado sin conocerlos realmente.
A pesar de todo, Hugo y Roberto se mantuvieron unidos. Se apoyaban mutuamente y se prometieron que superarían esta difícil prueba. Sabían que su amor era más fuerte que cualquier rumor o prejuicio.
Las semanas pasaron y la situación no mejoró. Don Laurentino, lejos de arrepentirse, parecía disfrutar de la miseria que había causado a su hijo. Se paseaba por el pueblo con la cabeza en alto, como si nada hubiera pasado.
Hugo y Roberto, cansados de ser el centro de las habladurías, decidieron que era hora de tomar una decisión. Después de largas conversaciones, llegaron a la conclusión de que debían dejar atrás Zompantle. Venderían la pequeña casa de campo y se mudarían a otra ciudad, donde pudieran comenzar una nueva vida lejos del odio y los prejuicios.
Antes de irse, Hugo y Roberto dejaron una nota para Doña Matilde, expresándole su amor y agradecimiento. Sabían que su madre los apoyaba en silencio, pero también entendían que estaba atrapada en una situación difícil.
Una noche, bajo la luz de la luna, Hugo y Roberto empacaron sus pertenencias y abandonaron Zompantle. Se dirigieron hacia un futuro incierto, pero llenos de esperanza. Sabían que juntos podrían superar cualquier obstáculo.
Mientras tanto, en Zompantle, la vida seguía su curso. Don Laurentino, al darse cuenta de que Hugo y Roberto se habían ido, sintió un vacío en su corazón. Se dio cuenta de que había perdido a su hijo y que había destruido la única familia que tenía.
Doña Matilde, aunque triste por la partida de sus hijos, se sintió aliviada de que finalmente estuvieran a salvo. Se prometió a sí misma que algún día haría todo lo posible para reconciliar a su esposo con sus hijos.
El pueblo de Zompantle nunca olvidó la historia de Hugo y Roberto. Durante meses, se contaron y recontaron las historias sobre el amor prohibido, la desheredación y el rechazo. Sin embargo, con el paso del tiempo, los recuerdos se fueron difuminando y la gente comenzó a olvidar.
Pero Hugo y Roberto nunca olvidaron su pasado.