En un remoto pueblo donde la niebla nunca se disipa, se encuentran vestigios de un antiguo secreto que atormenta a sus habitantes. Cuando Clara, una joven periodista, llega en busca de respuestas sobre la misteriosa desaparición de su hermana, descubre que cada residente guarda un oscuro pasado.
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Capítulo 21: El Ritual de la Alianza
Con Tomás a su lado, Clara y Samuel regresaron a San Everardo al caer la noche, donde los habitantes del pueblo los miraban con curiosidad y algo de temor. La figura de Tomás, que había vivido tantos años en la soledad del bosque, provocaba reacciones encontradas entre la gente. Sin embargo, la presencia tranquila de Clara y Samuel junto a él sirvió para calmar los murmullos.
Tomás, acostumbrado a la desconfianza y al rechazo, mantuvo la mirada baja, aunque en sus ojos aún brillaba una chispa de esperanza. Clara se dio cuenta de esto y le susurró:
—Recuerda, no estás solo. Hoy demostrarás a San Everardo que eres una pieza vital en la protección del pueblo.
Al llegar al claro central, los tres se reunieron junto a Doña Isabel, quien ya había preparado el altar para el Ritual de la Alianza. Este antiguo ritual, que no se había realizado en generaciones, estaba destinado a unir a los guardianes de la luz y la sombra en un mismo propósito, sellando su vínculo con el pueblo y fortaleciendo la protección de San Everardo.
—Es la primera vez en siglos que se convocan a los guardianes de ambas fuerzas —dijo Doña Isabel, su voz reverberando en el silencio del claro—. Pero para que el ritual funcione, debéis entregar un sacrificio, algo profundamente personal que simbolice vuestro compromiso con la comunidad.
Samuel se adelantó primero. Sacó un amuleto que su madre le había dado cuando era niño, un símbolo de su conexión con su familia y sus ancestros. Colocándolo en el altar, dijo con voz clara:
—Ofrezco este amuleto en honor a mi familia y a los que me precedieron. Estoy listo para proteger a San Everardo con toda mi alma.
Luego fue el turno de Clara. Ella tomó el medallón que había encontrado en la cueva, el mismo que había pertenecido a su abuela María, y lo colocó junto al amuleto de Samuel.
—Este medallón es el símbolo de mi linaje y mi legado como guardiana. Lo ofrezco para sellar mi promesa de mantener el equilibrio entre la luz y la sombra —dijo Clara con una voz firme.
Finalmente, todos miraron a Tomás. Durante unos instantes, él se quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Buscó en sus bolsillos y sacó un pequeño cristal oscuro, casi negro, que parecía absorber la luz en lugar de reflejarla.
—Este cristal... es lo único que me ha acompañado todos estos años en el bosque. Ha absorbido mi soledad, mi dolor y mis dudas. Hoy lo ofrezco para dejar atrás mi oscuridad y unirme a vosotros en esta lucha —dijo Tomás, su voz quebrada pero decidida.
Cuando los tres sacrificios estuvieron dispuestos en el altar, Doña Isabel comenzó a recitar una antigua invocación. Las palabras fluían en una lengua ancestral, y una luz suave comenzó a envolver el altar. El aire se llenó de un aroma a hierbas frescas y flores silvestres, y los habitantes del pueblo se acercaron, formando un círculo alrededor de los guardianes.
—Guardianas de la luz y la sombra, fuerzas antiguas de San Everardo, uníos en un solo propósito. Que la alianza entre vosotros se selle hoy y que este pueblo quede protegido de todo mal que lo amenace —recitó Doña Isabel.
A medida que las palabras de la invocación continuaban, el cristal oscuro de Tomás comenzó a brillar, y poco a poco, una suave luz emergió de su interior. Al mismo tiempo, el amuleto de Samuel y el medallón de Clara empezaron a destellar, como si una fuerza invisible los conectara.
De repente, una figura oscura se materializó frente a ellos, una sombra familiar que había regresado, esta vez más imponente y poderosa que nunca. La entidad parecía desafiar el poder del ritual, avanzando hacia los tres guardianes con una intención maliciosa.
—¿Creéis que un ritual puede desterrarme? Soy parte de cada uno de vosotros, y no desapareceré tan fácilmente —susurró la sombra con una voz helada que hizo estremecer a los presentes.
Clara, Samuel y Tomás unieron sus manos, formando una cadena de energía. Sabían que enfrentarse a la sombra no solo requería fuerza física, sino también la valentía de reconocer y aceptar sus propias oscuridades.
—No te negamos, sombra —dijo Clara con serenidad—. Sabemos que eres parte de nosotros, pero hoy decidimos cómo coexistir contigo. No permitiremos que nos controles ni que destruyas lo que amamos.
Samuel y Tomás asintieron, sus manos apretando las de Clara. En ese momento, una corriente de luz y sombra se fusionó alrededor de ellos, formando un círculo de energía que rodeaba a la sombra. La entidad comenzó a retorcerse, como si la fuerza de su unión la debilitara.
—Aceptamos nuestras sombras —dijo Samuel, mirando fijamente a la entidad—, pero también afirmamos nuestra luz.
Tomás, con una voz firme, agregó:
—Ya no te tememos. Somos uno con la oscuridad y con la luz.
Con estas palabras, la sombra lanzó un último grito, y su forma comenzó a disiparse, como humo llevado por el viento. En un estallido de energía, la sombra desapareció, y el claro se llenó de una luz radiante que iluminó a cada persona presente.
Los habitantes de San Everardo, asombrados y conmovidos, comprendieron en ese momento que habían presenciado un acto extraordinario. Los guardianes no solo habían desterrado a la sombra, sino que habían hecho las paces con ella, asegurando un equilibrio que perduraría en el tiempo.
Doña Isabel, con lágrimas en los ojos, se acercó a Clara, Samuel y Tomás.
—San Everardo estará protegido mientras el vínculo entre vosotros perdure. Hoy habéis demostrado que el verdadero poder no está en la luz o en la sombra, sino en la armonía entre ambas —dijo con gratitud.
Clara, Samuel y Tomás se miraron, sabiendo que su misión no había terminado, pero que, al menos por ahora, San Everardo estaba a salvo. Con la alianza sellada y el pueblo reunido en paz, sentían que habían dado un paso decisivo para proteger a su hogar y mantener vivo el legado de los guardianes.
La noche llegó, pero esta vez, en lugar de temerla, los habitantes de San Everardo la recibieron con calma, sabiendo que la oscuridad ya no era su enemiga, sino una parte esencial de la historia del pueblo y de su propio ser.