Cielo Astrada de 23 años, ha soportado el desprecio de su esposo Gabriel Romero y su familia por años, creyendo que su amor y sumisión eran la clave para mantener su matrimonio. Sin embargo, cuando Gabriel decide divorciarse para casarse con su amante y la familia de él la humilla, Cielo revela su verdadera identidad: una mujer poderosa con un pasado oculto de riquezas e influencias.
Despojándose de su rol de esposa sumisa, Cielo usa su inteligencia y recursos para construir un imperio propio, demostrando que no necesita a nadie para brillar. Mientras Gabriel y su familia enfrentan las consecuencias de su arrogancia, Cielo se convierte en un símbolo de empoderamiento y fuerza para otras mujeres
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capitulo 14: El comienzo de la desgracia
El día había sido largo y emocionalmente agotador para Cielo. A pesar del orgullo que sentía por haber logrado terminar sus dos carreras, la tensión con Gabriel y la constante presencia de Isabel habían dejado una sombra oscura sobre su logro. Ahora, de regreso en casa, lo único que deseaba era un momento de paz, un respiro para procesar todo lo que estaba sucediendo en su vida.
Al abrir la puerta de su habitación, lo que vio la dejó helada. Isabel estaba allí, cómodamente instalada en su cama, con una sonrisa maliciosa en su rostro. Era como si Isabel hubiera estado esperando su llegada, preparada para un nuevo enfrentamiento.
—¿Qué haces aquí? —exigió Cielo, su voz llena de cansancio y frustración—. Este es mi espacio, Isabel. Sal de mi cuarto ahora mismo.
Isabel se limitó a observarla con una expresión de burla, sin moverse ni un centímetro.
—¿Tu espacio? —respondió Isabel con una risa sarcástica—. Querida, parece que no entiendes tu lugar en esta casa. Gabriel siempre será mío, y tú solo eres un obstáculo temporal. Pronto te habrás ido, y yo me quedaré con todo.
Cielo sintió una mezcla de ira y desolación al escuchar las palabras venenosas de Isabel. Era increíble cómo esta mujer se atrevía a hablar con tal desprecio y superioridad, después de todo lo que ya había hecho.
—Eres una víbora, Isabel —dijo Cielo, su voz temblando de rabia—. No sé cómo puedes vivir contigo misma después de todo el daño que has causado. Pero te advierto, no seguiré soportando esto.
Isabel se levantó de la cama lentamente, acercándose a Cielo con una expresión de desafío en su rostro.
—¿Qué vas a hacer, Cielo? —replicó Isabel, con un tono de burla—. ¿Vas a quejarte con Gabriel? Ya sabes que él siempre me creerá a mí, no importa lo que tú digas.
La desesperación de Cielo se transformó en una furia incontrolable. No podía seguir permitiendo que Isabel jugara con su vida, con su matrimonio y con su dignidad.
—Gabriel puede creer lo que quiera —dijo Cielo, acercándose más a Isabel—, pero la verdad siempre sale a la luz, y cuando lo haga, tú serás la que perderá todo.
Isabel, lejos de intimidarse, decidió llevar la confrontación a un nuevo nivel. Con una sonrisa cruel, comenzó a abofetearse a sí misma, golpeando su rostro con tal fuerza que Cielo quedó horrorizada.
—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Cielo, atónita ante la escena.
Pero antes de que pudiera reaccionar, Isabel se lanzó contra ella, empujándola con todas sus fuerzas. Cielo, completamente desprevenida, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. El horror invadió sus ojos cuando sintió que su cuerpo comenzaba a rodar por las escaleras.
Cada golpe contra los escalones era un dolor agudo que la atravesaba, hasta que finalmente llegó al final de la escalera con un impacto brutal. El dolor era insoportable, y apenas podía moverse. Al levantar la vista, vio que la sangre comenzaba a manchar el suelo bajo ella.
—¡Ayuda! —gritó Cielo, su voz llena de desesperación mientras el dolor la envolvía—. ¡Alguien, por favor, ayúdame!
Isabel observaba la escena desde arriba, su rostro mostrando una mezcla de satisfacción y preocupación. Había empujado a Cielo con la intención de asustarla, de humillarla, pero nunca había esperado que la situación se saliera de control de esta manera. Ahora, enfrentada con las consecuencias de sus actos, Isabel se quedó inmóvil por un momento, su mente luchando entre la culpa y el odio.
Finalmente, como una serpiente que se desliza entre las sombras, Isabel decidió actuar. Bajó las escaleras con cuidado, asegurándose de que su expresión reflejara una mezcla de preocupación y dolor falso. Se inclinó sobre Cielo, fingiendo compasión.
—¡Oh, Dios mío, Cielo! —exclamó con fingido horror—. ¿Qué has hecho? ¿Por qué te lanzaste de esa manera?
Cielo apenas podía respirar, el dolor y la confusión la superaban. Intentó hablar, pero solo pudo soltar un gemido ahogado. Isabel, al ver que no había testigos, decidió mantener su papel.
—¡Voy a buscar ayuda! —dijo, corriendo hacia la puerta principal, gritando el nombre de Gabriel—. ¡Gabriel! ¡Ven rápido, Cielo está herida!
Isabel salió de la casa, gritando por ayuda mientras Cielo se desangraba en el suelo, su cuerpo temblando de dolor. Mientras las sombras se cerraban sobre ella, Cielo solo pudo pensar en cómo todo había salido mal, cómo había llegado a este punto de desesperación y sufrimiento.
Finalmente, la oscuridad la envolvió, mientras la voz de Isabel se desvanecía en la distancia, y Cielo se sumergía en un abismo de dolor y soledad.
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