Una vez existió un pasado donde, de alguna manera, ella fue la villana de todo el imperio. Merecía morir en aquella guillotina. Sin embargo, ¿por qué recordaba ahora su vida pasada? Lo que era peor, había regresado en el tiempo, antes de que Kristina Laurent cavara su propia tumba.
Si de verdad había regresado, lo juraba. Juraba que, en esta vida, no volvería a ser la villana.
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Capítulo 5: Un Encuentro Inesperado
Fruncí los labios, un poco avergonzada. Sé que Helena no tiene idea de que ya viví una vida siendo adulta, por lo que ahora siento que mi comportamiento es un tanto humillante.
—Helena, eso no importa... —murmuré con ambas mejillas sonrojadas— ¿sabes que es más importante?
—¿Hm? —inquirió despreocupada.
Formé una sonrisa misteriosa mientras alzaba el dedo índice de manera juguetona.
—Tenemos que volver a casa o sus excelencias se enojarán si se dan cuenta de que no estamos.
Helena abrió los ojos con asombro, como si estuviese mirando a alguien más a través de mí. Dejándome desconcertada.
—Señorita, usted de verdad es... —Helena se detuvo abruptamente, con la tez pálida.
Chillido.
Mis cejas se fruncieron al oír el alarido de un animal, ¿era siquiera posible en estas calles?
—Señorita, vámonos —Helena estaba asustada, pero fue bastante firme al hablar.
Chillido.
Al oír potra vez el alarido, inconscientemente, giré mi cabeza hacia al ruido. Mi expresión calmada se rompió, ¿qué clase de persona era capaz de golpear a dos cachorros hasta dejar a uno inconsciente?
—Señorita, vamos —Helena fue más decisiva y tomó mi mano.
Sin embargo, me solté inmediatamente.
—Helena, ¿no vamos a hacer nada? —al ver su mirada inquebrantable, lo comprendí— ¡Helena, esos cachorritos son inocentes!
—Lo sé —afirmó— pero aquel hombre que los golpea no es sencillo, señorita, lo hago por su bien. Volvamos a la mansión, se lo ruego.
Mi mirada se dirigió al hombre que seguía sosteniendo el látigo en su mano, y a los dos cachorros. El cachorro, de pelaje blanco, estaba tendido en el suelo en un charco de sangre; y delante de él, el cachorro de pelaje negro lo defendía con fiereza, no obstante, no estaba en mejores condiciones que el otro cachorro.
—Señorita, usted no puede salvar a todo el mundo.
Helena intentó volver a tomar mi mano, pero la esquivé. Aunque me dolió ver su mirada de incredulidad y luego de decepción, corrí hacia el hombre.
—¡Detente! —grité
Finalmente, la multitud, que ignoraba el comportamiento repudiable del hombre, se empezó a detener de uno en uno y de dos en dos.
El hombre detuvo su mano en alto, con el rostro enrojecido, pero era difícil distinguir si sentía vergüenza por su comportamiento o ira por mi intromisión a la situación.
—¡Tú...! Mocosa, entrometida, no interrumpas a los adultos —farfullo irritado.
Antes de poder defenderme, el hombre, enrabiado, bajó con rapidez la mano que sostenía el látigo.
Inevitablemente, cerré los ojos y protegí con mis manos mi rostro.
Latigazo.
Sin embargo, escuché el ruido, pero no sentí ningún golpe, sentí un cálido abrazo, ¿qué pasó, este hombre no me golpeó con toda su fuerza?
Abrí mis ojos, aturdida.
—¿Helena...? —murmuré con incredulidad— ¿por qué...?
El cuerpo de Helena temblaba mientras seguía abrazándome.
—Todo va a estar bien... —murmuró con suavidad— no se preocupe.
Mis ojos se llenaron de lágrimas. Quería consolarla, pero se formó un nudo en mi garganta, quería decirle que era mi culpa, que ella estuviera así, que debería regañarme por mi comportamiento, ¿por qué soy tan imprudente?
—¡Es tu culpa estar así! —se excusó rápidamente el hombre— yo no te intenté golpear a ti, te atravesaste para demandarme, ¿cierto?
Mientras más hablaba, el hombre más enojado e indignado estaba.
Pasos rápidos.
—Los guardias vienen —comentó un espectador, haciendo que las personas retomaran sus caminos.
Sin embargo, el rostro del hombre palideció rápidamente.
—¡Esto no quedará así! —gritó corriendo.
Ignoré aquellas palabras, no me interesaban en lo más mínimo.
—Helena, perdón —murmuré arrepentida— no debí ser imprudente, causé que te lastimaras, lo siento —terminé sollozando levemente.
Chillido. (¿Estás bien?).
Una voz infantil me aturdió, provocando que mirara para todos lados en busca de aquella voz.
—Señorita, no llore, pronto estaré bien —Helena me consoló suavemente.
Ladrido. (Yo estoy bien, pude esquivar cada golpe de ese humano).
El consuelo de Helena y esas voces extrañas, calmaron mis sollozos e hicieron que me olvidara de ello.
Los guardias se acercaron con velocidad hacia nosotras.
.................................
30 minutos después
Los guardias terminaron de llevar a Helena al hospital más cercano y la esperaban fuera acompañándome.
Supongo que no tenían intenciones de hacerle preguntas a una niña de 10 años y además noble.
Gruñido. Gruñido. (Humana, como osas sostener al futuro líder del clan. ¡Suéltalo ya!)
Chillido. Chillido. Chillido. (Cállate décimo. Humana, discúlpalo, nosotros los lobos de la noche blanca no somos desagradecidos con nuestros benefactores)
¿Cómo llegué a esta situación?
Peor aún, ¿cómo es que entiendo lo que dicen estos animales?
No lo sé, y ellos tampoco lo saben, pero, durante esta media hora en la que llevamos por acá. Comprendí muchas cosas de ellos.
Primero, no son del imperio, son del imperio Xandor. Este imperio pertenece al continente Aethelgard, y para llegar allí se necesitan al menos 3 meses navegando en barco a maná, o 6 meses como mínimo en un barco sin maná.
El imperio Xandor es conocido por sus habitantes especializados en medicina y domesticación de animales míticos, como los dos lobos que tengo frente a mí. Por último, los habitantes de Xandor son elfos.
Segundo, no pueden volver porque fueron robados del barco, y en esos casos el imperio Xandor los ignora, debido a que son demasiados animales como para prestar especial atención a un par.
—Señorita, vamos —Helena tocó mi hombro y luego sonrió.
—Sí —asentí un poco distraída— pero antes, ¿podemos ir al veterinario?
Helena frunció el ceño y me contempló durante unos segundos antes de negar: —Señorita, usted sabe que a su excelencia la duquesa no le gustan los animales.
Fruncí mis labios ante su negativa.
—Pero, su excelencia no tiene cómo saberlo, ¿no? —dije con un tono misterioso— además, ella no suele acercarse por mi dormitorio.
Helena soltó un suspiro.
—¿Usted no aprende, no? —murmuró con las manos en las caderas.
Me limité a observar a Helena con esperanza.
—Bien —suspiró— pero usted tiene que hacerse responsable de estos animales, y por sobre todo, no debe dejar que sus excelencias se enteren, ¿entiende?
—Claro que lo sé —murmuré.
Bajé mi vista a mis brazos. En algún momento el cachorro de pelaje blanco se durmió.
Un roce suave en mis piernas llamó mi atención.
Chillido. (Humana, ¿el joven líder morirá?)
—Claro que no morirá —tranquilicé.
Gemido. (Siento que la vida del joven líder se desvanece).
—¿Qué? —mi voz tembló.
—¿Sucede algo, señorita? —Helena preguntó preocupada.
Dirigí rápidamente mi vista al cachorro en mis brazos, ¿estaba por morir?
—Helena, ¡este cachorro está por morir!
—Vamos al veterinario —dijo mirando al cachorro en mis brazos— no hay que demorarse más.
Helena se agachó y sostuvo en brazos al otro cachorro.
La novela surgió un día mientras leía una historia en NovelToon, plagada de errores ortográficos y gramaticales. Pensé: "¿Por qué no escribo una yo, que tenga menos errores?". Lo hice sin mucha planificación, lo que provocó que la historia perdiera sentido, incluso para mí. Al releerla, me desanimaron las incoherencias, el mundo poco desarrollado y los personajes innecesarios que complicaron la trama hasta el punto de que ni siquiera yo recordaba quién era quién.