Prisionero del Mafioso

Ricardo

Evans tenía mucho espíritu de resistencia, aun sabiendo que sería imposible escapar una vez capturado. Nervioso y acalorado, en perfecto estado para ser educado.

Observé cuánto odio albergaba mientras trataba de desatarse, sentado a mi lado junto a la otra puerta. Se suponía que yo iría en otro auto, pero preferí seguir de cerca cada movimiento que este agitado sujeto hiciera. Tenía la corazonada de que sería divertido.

Al principio, se sintió un poco intimidado. Se podía notar en su mirada que, aunque parecía firme, en el fondo sentía algo de miedo. Era la misma impresión que causaba en otras personas. Los que intentaban desafiarme, al final se arrepentían.

Algunos llegaron a conocerme 10 veces peor de lo que soy; espero que mi nuevo conejillo de indias no se equivoque en algún momento.

— Señor —dijo el conductor mirando por el retrovisor—, nos están siguiendo.

Esbozé una sonrisa ladeada. Quería saber quién era el descarado que tenía la audacia de seguirme tan abiertamente.

Un disparo impactó en la parte trasera del coche. Evans se sobresaltó y miró hacia atrás.

— ¡¿Qué está pasando?!

El miedo era palpable en su voz.

— No hay nada de qué preocuparse. Solo quédate callado.

Me coloqué junto a la ventana y la abrí.

— Sanches, ya sabes qué hacer.

Mi conductor asintió y pisó el acelerador. Cogí el arma cargada que había debajo del asiento del coche. Para sorpresa de Evans, abrió los ojos como si nunca hubiera visto una de cerca.

— ¿Quién diablos eres?

Me dieron ganas de reírme con esa pregunta.

— Pronto lo descubrirás.

Junté los labios y me incliné un poco por la ventana. Empecé a disparar; dos balas fueron directas al parabrisas y las otras alcanzaron el neumático. Nunca fui mal tirador, en ningún caso. Otra razón por la que mis enemigos temen encontrarme. Una de las cosas más importantes que me convierten en quien soy es que no tengo puntos débiles.

La persecución repentina cesó. Sea quien sea el hijo de puta, un día lo encontraré y lo mataré con mis propias manos por su insolencia.

Volví a mi asiento, miré a un lado y vi a Evans encogido en el asiento. Una de las cosas que imaginaba que pasaban por su cabeza era por qué había tenido que acabar en esa situación.

No tengo nada de qué preocuparme; se va a esforzar al máximo para obedecerme. Si se porta mal, lamento informarle de que no tendré piedad. Es difícil saber cuánto tiempo tendrá que quedarse para saldar su deuda conmigo. Aparte de eso, no habrá ningún problema cuando todo esté listo. Incluso el lugar donde se quedará.

Miguel me avisó de que esta noche había una fiesta en casa de los Hakuza, de bienvenida al hijo menor, que había vuelto de España hacía poco. La invitación decía claramente que no podía faltar por nada del mundo, ya que el muy cabrón de su hijo sentía cierta fascinación por mí. Soy aliado de esa familia desde hace tiempo; sería una falta de respeto no ir cuando no tengo otros compromisos.

El coche se detuvo lentamente frente a mi casa. Le ordené a Evans que saliera, ya que habíamos llegado. Necesito tenerlo vigilado, y el mejor lugar sería cerca de mí.

Le di la oportunidad de salir, pero se negó. Sanches abrió la puerta y en pocos segundos Evans salió corriendo en un intento de fuga. Muy valiente por su parte, teniendo en cuenta que estamos dentro de la propiedad y hay guardias en la puerta.

Lo alcancé y lo agarré por el pelo, haciéndole gritar de dolor.

— ¡Suéltame, joder!

Lo tiré al suelo, todavía agarrado por su oscuro cabello. Mantuve el dominio, teniendo el control sobre él y sobre su cabeza, que podría haber estampado fácilmente contra el suelo áspero.

— Fui amable cuando te pedí que bajaras, ¿y qué hiciste? Intentaste huir.

Gruñó.

— ¡¿Quién no huiría de un desconocido que va armado en un coche?!

Dijo gritando.

Resulta interesante que se refiera a mí como un desconocido, cuando la mayoría de la gente de aquí sabe quién soy en cuanto a personalidad y lo que hago cuando se interponen en mi camino.

— No me tomes el pelo —dije con voz áspera—. Así que será mejor que te calles y hagas lo que te digo. Será mejor para ti y menos problemático para mí. ¿Estamos entendidos? No digas que no te lo advertí.

— ¿Puedes decirme al menos quién eres, joder? ¡¿Al menos eso?!

Realmente es un exaltado.

— Soy un mafioso, Evans, el hombre que manda en todo este asunto. Si quieres salir de esta vivo y coleando, empieza a ser obediente. O las cosas se pondrán muy feas.

Deslicé mi mano por su espalda, que se erizó.

— ¡No me toques!

Eso fue una invitación a provocarlo. No soy tan miserable como para cometer abusos sexuales ni nada por el estilo. Pero la tortura y la violencia eran mi objetivo para la gente malcriada.