Fractured

A la hora de la cena, Aziel, a pesar de tener un poco de dolor de cabeza, no dejaba de mirar a Emily.

La chica, muy nerviosa, decidió contarle que ya tenía una propuesta de trabajo.

—Me ofrecieron ser actriz —soltó con las mejillas sonrojadas.

—¿Actriz? —interrogó Rinaldi.

—Sí, actriz, fue una señorita que conocí en la boda —explicó, sin apartar la vista de su plato de comida.

—Ya veremos —dijo Rinaldi.

Emily no quiso agregar nada más a la conversación.

Al terminar de cenar, la señora Rinaldi subió a su habitación, tomó su celular y le marcó a la señorita que le había propuesto ser actriz. Luego de tres timbrazos, alguien contestó en la otra línea.

—Hola, ¿quién habla?

—Soy yo… Emily.

—Emily, ¿Emily, qué? —cuestionó la mujer malhumorada.

—La señora Rinaldi —dijo la chica con voz temblorosa, poniendo los ojos en blanco.

—¡Oh, qué lindo que me llame! —exclamó, modificando su tono molesto por uno amigable.

—Sí, bueno, me había dicho algo de un trabajo —dijo Emily, como quien no quiere la cosa.

—Sí, de hecho, habrá una pasarela, debería venir a ensayar. Ya sabe, no está de más aprender lo básico —externó la mujer.

—Sí, tiene razón, ¿dónde tendría que ir?

—Le mando la dirección por mensaje de texto, ¿qué le parece, señora Rinaldi?

—Estupendo—respondió Emily, algo insegura.

—Perfecto, en un momento le paso toda la información, adiós —canturreó la mujer, para luego cortar la llamada.

La chica sintió que su oído se había empalagado de tan agudo y dulce tono de voz. Estaba tan distraída en sus propios pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que Aziel, volvió a entrar en su habitación sin tocar.

—¿Por qué estás tan ausente? —interrogó él, observando con atención su rostro.

A la chica casi le da un ataque al corazón cuando fue consciente de su presencia.

—¡Las puertas fueron hechas para tocarse! —exclamó la chica, poniendo su mano derecha sobre su pecho, sintiendo su corazón latir desbocado.

—¿Actriz de qué?, ¿cómo se llama la empresa? —cuestionó Rinaldi.

—Esta es su tarjeta —dijo ella. Tomando el papel de la cama y dándoselo a su esposo.

—Los conozco. —Aziel leyó con suma atención el contenido de la tarjeta.

—Sí, y tendrán una pasarela y la señorita me invitó. —Emily maldijo en su mente, pues ni siquiera conocía el apellido de la mujer.

—Domini es muy extravagante.

—Ajá —dijo ella, sin saber si esa era la chica de cabello corto y rubio que la había invitado.

—Está bien, si quieres trabajar no hay problema. —Aziel se sentó en la cama y puso la tarjeta sobre el colchón.

—Gracias.

—Pero hay una condición para que puedas ir a modelar. —El hombre la miró de arriba abajo como un cazador acechando a su presa.

—¿Cuál? —se atrevió a preguntar ella en un hilo de voz. Nerviosa por la forma en la que el señor Rinaldi la miraba.

—Modela para mí —dijo él. Inclinando su cuerpo hacia atrás, usando sus dos manos cómo soporte.

La chica sintió que su cara ardía.

—No —dijo, desviando la mirada.

—¿Por qué no?, modelarás frente a cientos de personas y no puedes hacerlo para tu marido. —Él de ladeó el rostro, una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Es que no sé modelar todavía, por eso mañana iré a un curso —atinó a responder ella, tratando de zafarse de esa situación.

Él se enderezó en la cama, abrió y cerró sus manos.

—Ven —ordenó. Aún tenía esa mirada feroz.

Emily obedeció y de forma lenta caminó hasta él, claro que se detuvo al quedar a una distancia prudente.

Aziel se levantó de la cama, se acercó más a Emily e inclinó su rostro, quedando a solo unos centímetros de ella.

—Bésame —ordenó, su voz era más grave de lo normal.

—No —respondió con un hilo de voz, pero no hizo nada para alejarse de él.

Aziel posó su dedo índice sobre la mejilla de Emily, acariciando con suavidad su pómulo.

—Imagínate que estamos en un evento importante, lleno de periodistas —dijo.

La chica soltó un suspiro y cerró los ojos. Esa fue la señal que Aziel necesitaba para acortar la distancia. Él estampó sus labios contra los de ella, al principio el beso fue suave, pero poco a poco fue subiendo la intensidad, Aziel se atrevió a sujetar a Emily por la cintura y atraerla más a su cuerpo.

La chica se dejaba guiar por su esposo, perdiéndose en esa abrumadora sensación, era como si el tiempo se hubiera detenido.

Para su buena suerte, uno de los hombres de su esposo, interrumpió, pues el señor Rinaldi llevaba varios minutos de retraso y tenía una junta muy importante, así que al empleado se le hizo fácil ir hasta la habitación de su señora y tocar la puerta.

—Señor —se escuchó afuera del cuarto.

Aziel se separó de Emily con el ceño fruncido.

—¿¡QUÉ!? —gritó, apretando los puños, mientras que de él emanaba un aura asesina.

—Tenemos diez minutos para llegar —informó el hombre, incómodo, pues supuso que había interrumpido a su señor.

Emily, por su parte, se sintió agradecida por la interrupción, pues se dejó llevar por sus hormonas y no estaba pensando con claridad. Aprovechó ese momento de lucidez para encerrarse en el baño.

Aziel salió de la habitación, con unas inmensas ganas de golpear con todas sus fuerzas a su empleado; pero no le hizo nada, al final de cuentas tenía razón, esa junta era de suma importancia, no debía cambiar sus obligaciones por simples juegos.

Luego de estar casi una hora encerrada en el baño, Emily salió, y se recostó en su cama, ese beso había sido de otro mundo. La muchacha negó con la cabeza, no podía dejarse guiar por sus bajos instintos. El señor Rinaldi era muy guapo, antipático y no era el tipo de hombre del que una chica como ella, debía enamorarse. Además eso era falso, ese hombre solo se hacía el payaso, y por lógica, así se comportaba de atrevidos con todas sus conquistas.