Alejandro es un exitoso empresario que tiene un concepto erróneo sobre las mujeres. Para él cuánto más discreta se vean, mejores mujeres son.
Isabella, es una joven que ha sufrido una gran pérdida, que a pesar de todo seguirá adelante. También es todo lo que Alejandro detesta. Indefectiblemente sus caminos se cruzarán, y el caos va a desatarse entre ellos.
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La visita a mamá
Isabella estacionó el coche en el aparcamiento del hospital, apagó el motor y se quedó mirando al frente durante unos segundos. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla de ansiedad y esperanza. Ian, su hermano de seis años, estaba sentado en el asiento trasero, jugueteando con su muñeco de acción favorito. Hacía una semana que no veían a su madre, Ana, quien había sido ingresada de urgencia por una complicación inesperada.
-Vamos, Ian- dijo Isabella, tratando de mantener la calma en su voz- Es hora de ver a mamá.
El pequeño levantó la vista, sus ojos grandes y preocupados reflejaban la ansiedad que trataba de esconder. Salió del coche con rapidez, su pequeño cuerpo lleno de una energía nerviosa que contrastaba con la aparente tranquilidad de Isabella.
Al entrar en el hospital, el olor a desinfectante y el murmullo constante de conversaciones bajas los envolvieron. La muchacha tomó la mano del niño para caminar juntos dirigiéndose a la recepción.
-Buenos días- dijo Isabella, tratando de sonar confiada- Venimos a visitar a Ana Martínez, está en la habitación 315.
La recepcionista, una mujer de mediana edad con una expresión cansada pero amable, buscó en su ordenador.
-Sí, habitación 315. Pueden aguardar en la sala de espera de la tercera planta- les dijo con amabilidad- En este momento los médicos están haciéndole una revisión- explicó- Avisaré a la enfermera de turno para que les informe cuando puedan entrar.
Isabella asintió agradecida y tomó el ascensor con Ian. Mientras subían, trató de distraer a su hermano con pequeñas charlas.
-¿Cómo estuvo la escuela esta semana?- preguntó, aunque ya sabía la respuesta por las notas de los maestros.
-Bien...- respondió Ian con voz baja- ¿sabes?Extraño a mamá.
-Lo sé, cariño. Yo también- replicó ella- Pero está en buenas manos. Los médicos están cuidandola.
Cuando llegaron a la tercera planta, se dirigieron a la sala de espera. Había algunas personas sentadas, todas con expresiones de preocupación y cansancio. Isabella e Ian tomaron asiento cerca de la ventana, desde donde podían ver el ajetreo del personal del hospital.
-¿Crees que mamá estará bien?- preguntó Ian, rompiendo el silencio.
Isabella le miró y sonrió, tratando de transmitir una seguridad que no sentía del todo.
-Claro que sí, Ian. Mamá es fuerte y los médicos son muy buenos.
De repente, un grupo de médicos y enfermeras salió disparado de su lugar de descanso, corriendo por el pasillo. Isabella apartó a Ian rápidamente, instintivamente protegiéndolo del caos que se desarrollaba a su alrededor. El corazón le latía con fuerza mientras intentaba entender lo que estaba pasando.
-¡Equipo de reanimación a la 315!- gritó uno de los médicos al pasar, llevando consigo un desfibrilador.
El número de la habitación resonó en la mente de la muchacha como un eco terrible. La 315, era la habitación de su madre. Isabella se quedó petrificada, sin poder moverse ni hablar. Ian tiró de su mano, notando la tensión en el aire.
-¿Qué pasa, Isa?- preguntó el niño, con su voz temblando.
Isabella respiró hondo, tratando de mantener la calma por su hermano.
-Nada, Ian. Solo... solo siéntate aquí un momento, ¿de acuerdo? No te muevas- le dijo, mientras controlaba sus emociones evitando asustarlo.
Dejó a Ian en la silla y se acercó a la enfermera que había salido detrás del equipo de reanimación.
-Disculpe- dijo, tratando de no sonar desesperada- Mi madre está en la habitación 315. ¿Puedo saber qué está pasando?
La enfermera, que tenía una expresión de preocupación pero profesionalismo, se volvió hacia ella.
-Estamos haciendo todo lo posible, señorita. Por favor, quédese en la sala de espera y alguien vendrá a informarle en cuanto tengamos noticias.
Isabella asintió, sin saber qué más hacer. Volvió a sentarse junto a Ian, quien la miraba con ojos llenos de preguntas.
-¿Mamá está bien?- preguntó el pequeño de nuevo, esta vez con más urgencia.
Isabella sintió las lágrimas llenarle los ojos, pero se las tragó. Tenía que ser fuerte para Ian.
-No lo sé, cariño- respondió- Pero tenemos que esperar aquí y confiar en los médicos, ¿de acuerdo?
Los minutos pasaron lentamente, cada uno de ellos sintiéndose como una eternidad. Isabella podía ver a través de la ventana de la sala de espera cómo el equipo médico entraba y salía de la habitación 315. No podía oír lo que decían, pero la urgencia en sus movimientos era evidente.
Finalmente, después de lo que parecieron horas de angustia e incertidumbre, un médico salió de la habitación 315 y se dirigió hacia ellos. Isabella se levantó de un salto, llevando a Ian de la mano.
-¿Cómo está mi madre? ¿Qué ha pasado? - preguntó, con su voz apenas en un susurro.
El médico, un hombre de mediana edad con el rostro cansado, asintió con gravedad.
-Su madre ha tenido un episodio crítico- comenzó diciendo el galeno- pero hemos logrado estabilizarla. Sin embargo, la situación es delicada. Les recomiendo que pasen a verla ahora.
Isabella sintió un alivio abrumador mezclado con una nueva ola de preocupación. Miró a Ian, quien la miraba con esperanza.
-Vamos, Ian. Podemos ver a mamá ahora.
Entraron en la habitación 315, donde Ana estaba acostada en la cama, conectada a varios monitores. Parecía frágil, pero sus ojos se abrieron y sonrieron al ver a sus hijos.
-Hola, mis amores- dijo Ana con voz débil.
Ian corrió a su lado, agarrando su mano con fuerza.
-Mamá, te extrañé tanto- dijo Ian, con lágrimas en los ojos, mientras se aferraba al cuello de la madre.
Isabella se acercó y tomó la otra mano de su madre, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación.
-Nosotros también te extrañamos, mamá. Solo queremos que te pongas bien.
Ana asintió, sus ojos estaban llenos de amor y determinación.
-Haré todo lo posible, Isabella. Haré todo lo posible, cariño...-; respondió la mujer, que evidentemente estaba muy débil.