𝖤𝗌𝗉𝖾𝗋𝗈 𝗊𝗎𝖾 le 𝗀𝗎𝗌𝗍𝖾 
𝖸 𝗊𝗎𝖾 𝗆𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝖾𝗇 𝖼𝗈𝗆𝗈 𝗅𝖾 𝖺𝗉𝗈𝗒𝗈 𝖺 𝗎𝗌𝗍𝖾𝖽𝖾𝗌
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13
aclaró la garganta y se dirigió a Elica, aún atada en la camilla de contención.
—Elica, hemos llegado a casa. Vamos a llevarte a tu habitación de contención ahora.
Su tono era serio y autoritario, pero había una pizca de compasión en sus ojos. Él sabía que lo que había visto en ella durante el viaje era un pequeño atisbo de esperanza, pero también sabía que no podía bajar la guardia. La bruja podría volver en cualquier momento, y él debía mantener a su hermana bajo vigilancia constante
Maria y Carlo salieron de la mansión y vieron a Rafael junto al vehículo de contención. Sus rostros se llenaron de alivio al ver a Elica, pero también de tristeza al verla atada como un prisionera. Elica, por su parte, seguía mirando la playa con una sonrisa boba en el rostro, completamente ajena a la presencia de sus padres.
Maria se acercó al vehículo, su voz temblorosa por la emoción y el miedo.
—Rafael, ¿cómo está ella? ¿La bruja sigue dentro?
Ella miró a Elica con ojos llenos de lágrimas, deseando poder abrazar a su hija pero sabiendo que no podía acercarse demasiado. Su corazón se rompió al verla así, tan pequeña y vulnerable, y al mismo tiempo tan peligrosa.
Rafael suspiró y respondió a su madre, manteniendo la voz baja para no alterar a Elica.
—Por ahora está tranquila, pero no sabemos cuánto tiempo durará. La contención física parece estar funcionando, pero la bruja siempre vuelve. Tenemos que llevarla a su habitación de inmediato.
Él abrió la puerta del vehículo y comenzó a prepararse para sacar a Elica de la camilla de contención. Sus movimientos eran cautelosos, como si estuviera manejando una bomba a punto de explotar.
Carlo, el padre de Elica, se unió a la conversación, su rostro sombrío y preocupado.
—¿Y si esta vez no podemos contenerla? ¿Qué pasa si la bruja se vuelve más fuerte? No podemos seguir viviendo así, encerrados en esta mansión como prisioneros.
Él miró a su alrededor, a la enorme casa que había sido su hogar durante tanto tiempo, pero que ahora se sentía como una prisión. La desesperación era evidente en su voz mientras pensaba en las posibilidades de lo que podría pasar con su hija.
Elica, aún atada a la camilla, levantó la mirada hacia el cielo y vio una nube pasar. En lugar de verlo como una simple nube, ella vio un Ángel inocente que daba vueltas alrededor del sol. Sus ojos se iluminaron con asombro infantil y soltó una risa melodiosa, completamente absorta en su visión.
Los demás la miraron con sorpresa. No estaban acostumbrados a verla reír así, sin rastro de la locura o la oscuridad que la había estado dominando. Era como si por un momento, el Ángel hubiera desterrado a la bruja de su mente.
Maria, con lágrimas corriendo por sus mejillas, observó a su hija reír y hablar con un Ángel invisible. Su corazón se rompió aún más al ver la inocencia y la felicidad en los ojos de Elica, algo que había sido arrancado de ella por la bruja hace mucho tiempo.
—Mi bebé... mi pequeña niña... —murmuró Maria entre sollozos. No podía soportar ver a su hija así, atrapada entre la realidad y la locura, atrapada en un ciclo interminable de dolor y sufrimiento. Quería abrazarla, abrazarla fuerte y protegerla de todo mal, pero sabía que no podía.
Rafael vio a su madre llorando y colocó una mano en su hombro para consolarla. Luego se volvió hacia Elica, quien seguía hablando con el Ángel, como si él pudiera verlo también.
—Mamá, tenemos que llevarla adentro. El ángel no va a ayudarla. Solo es una alucinación más.
Sus palabras eran crueles, pero necesarias. Él sabía que el Ángel era solo otra manifestación de la bruja, y que no debían confiar en ninguna de las visiones que Elica tenía.
Rafael se acercó a la camilla de contención y llamó a Elica por su nombre, intentando traerla de vuelta a la realidad.
—Elica, mírame. Mírame a mí, no al ángel.
Su voz era firme y autoritaria, pero había un toque de suavidad en ella. Él sabía que debía ser duro con ella, pero también sabía que debía intentar conectar con su hermana pequeña, recordarle quién era antes de que la bruja la poseyera.
Elica, aún atada, giró la cabeza hacia Rafael y habló con una voz suave y soñadora.
—Hermano... el ángel me dijo que él la mató... la bruja ya no está...
Los demás se miraron entre sí, sorprendidos por las palabras de Elica. ¿Podría ser cierto? ¿Había un ángel que había matado a la bruja? La esperanza se encendió en sus corazones, pero también la sospecha. No podían simplemente creer en una cura tan fácil después de tanto sufrimiento.
El ángel, que solo Elica podía ver, resultó ser su guardián celestial. Su misión era protegerla del mal y de la bruja. El dios león de la celestial, un poderoso ser con habilidades curativas, había sido enviado para ayudarla en su lucha contra la oscuridad que la había consumido.
Maria, aún llorando, se acercó a Elica y miró en dirección al ángel que solo su hija podía ver.
—¿Ese ángel... es real? ¿Nos está protegiendo?
Su voz temblaba con una mezcla de miedo y esperanza. Quería creer que había algo más poderoso que la bruja, algo que pudiera salvar a su hija de su destino. Su corazón latía con fuerza mientras esperaba una respuesta, cualquier señal de que esta vez, las cosas podrían ser diferentes.
Carlo, el padre de Elica, observó a su esposa y a su hija con expresión seria.
—Si es verdad, entonces debemos confiar en él. Pero no podemos bajar la guardia. La bruja podría volver en cualquier momento, ahora que sabe que hay alguien que quiere proteger a Elica.
Él sabía que la situación era delicada y peligrosa. Aunque el ángel y el dios león fueran poderosos, la bruja era astuta y cruel. No se rendiría fácilmente sin luchar.
Elica, con una sonrisa tranquila en el rostro, repitió las palabras que el ángel le había dicho. Su voz estaba llena de certeza y alivio.
—La bruja no volverá... está muerta. El ángel me lo dijo.
Los demás se miraron con incredulidad y sorpresa. La idea de que la bruja finalmente hubiera sido derrotada parecía demasiado buena para ser verdad. Pero Elica sonaba tan segura, tan convencida, que por un momento, ellos también quisieron creer en la victoria.
Rafael miró a Elica con sospecha y luego al cielo, donde supuestamente estaba el ángel.
—¿Cómo sabes que no está mintiendo? ¿Cómo sabes que no es una trampa de la bruja para engañarnos?
Él no quería arruinar la esperanza de su familia, pero también era realista. Había aprendido a desconfiar de todo lo relacionado con la bruja. Necesitaba pruebas, algo más que las palabras de su hermana poseída.
Elica sonrió aún más, su orgullo claramente herido por la falta de fe de Rafael en el ángel.
—El ángel no miente. Él es puro y bueno. Tiene ojos de oro y me ha mostrado la verdad.
Ella parecía ofendida por la duda de su hermano, como si él estuviera insultando al ser celestial que había venido a salvarla. Su fe en el ángel era absoluta, y no estaba dispuesta a aceptar cualquier otra explicación que no fuera la suya.
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