Enzo Y Lori

El tiempo pasó, y los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, y poco a poco, Lori comenzó a emerger de su caparazón. Ron, con su persistencia y lealtad inquebrantable, finalmente la convenció de participar en la convocatoria de artistas para la exposición anual del Espacio Joven, que se llevaría a cabo en la prestigiosa galería municipal. Era una oportunidad para Lori de reconectar con su pasión, de dejar que su arte hablara por ella.

Lori, aún con un hilo de temor en su interior, aceptó el desafío. Dafne, Alba y Ron se convirtieron en su comité de selección personal, revisando con cariño y ojo crítico cada uno de sus cuadros para presentarlos al exigente profesor Davies. Sin embargo, Lori guardaba un secreto, un lienzo escondido en lo más profundo de su estudio, una obra que nadie más había visto. Dafne, con una intuición que iba más allá de lo evidente, le pidió a Ron que lo incluyera en la selección, sin saber que, al hacerlo, Ron acababa de marcar el destino de aquel cuadro que, hasta entonces, no había visto la luz del día. Su futuro quedaría entrelazado con el de Lori, un testigo silencioso de su proceso.

El evento se llevaría a cabo en dos meses, un período que serviría para ir descartando las pinturas y seleccionando las mejores. La preparatoria estaba a punto de terminar, y con el final del ciclo escolar, también llegaba un nuevo capítulo en la vida de Enzo e Irina. Lori había encontrado la manera de seguir adelante, refugiándose en su arte y en la compañía incondicional de sus pocos amigos, manteniendo una distancia prudente de la pareja, una barrera invisible que protegía su frágil corazón.

Ron se había convertido no solo en un buen amigo sino que, además, apoyaba con entusiasmo el salón de arte y otras actividades, como parte de sus funciones como jefe de grupo. Su presencia se había vuelto un pilar de estabilidad en la vida de Lori, un ancla en medio de la tormenta.

Lori no podía creer todo lo que había pasado los últimos casi cuatro años. Parecía un torbellino de emociones, pérdidas y descubrimientos.

Una tarde, mientras recordaba con nostalgia la época en la que soñaba con la gimnasia, su teléfono sonó, interrumpiendo el flujo de sus pensamientos. Era Alba, cuya voz vibraba con una excitación palpable, Lori notó la euforia de su amiga, pero no preguntó, esperando que Alba desvelara la causa de su alegría desbordante. Finalmente, la chica soltó la noticia con una emoción desbordante que parecía a punto de estallar.

"¿Ya te enteraste? ¡Enzo e Irina se van a casar! Lo acaban de anunciar en las redes sociales. Parece que él le propuso matrimonio en una cena romántica".

El corazón de Lori se detuvo. Un silencio ensordecedor se apoderó de su mente, no podía ser, tan jóvenes, tan rápido. Una parte de ella, la parte que lo amaba con una intensidad que se negaba a desaparecer, sintió un dolor agudo, punzante. La noticia era oficial, ellos se casarían, y aunque se obligaba a sentir felicidad por Enzo, el dolor era tan real que la hizo tambalear, como si el suelo bajo sus pies se hubiera desvanecido.

Era una mezcla extraña de sentimientos, un cóctel agridulce que la dejaba perpleja, por un lado, la tristeza de saber que el chico que amaba con cada fibra de su ser se uniría a alguien más de por vida, un futuro sellado sin ella. Por otro lado, la felicidad genuina de ver a su mejor amigo tan contento, tan lleno de promesas. Se sentía como si estuviera viendo una película en la que era solo una espectadora, viendo cómo la historia de amor de su amigo se desarrollaba ante sus ojos. Y en el fondo, una pequeña voz, casi inaudible, le susurraba que, a pesar de todo el dolor, se alegraba de que Enzo no se casara con ella, pues su amor había sido forjado a partir de una mentira y una verdad no revelada. Su felicidad, la felicidad de Enzo, sería, esta vez, genuina.

El tiempo, ese implacable juez, siguió su curso, tejiendo nuevas tramas en la vida de Lori. Después de la llamada de Alba, que resonó en su mente como un eco amargo, Lori se refugió en el santuario de su casa, negándose a enfrentar el mundo exterior. Las cortinas de su habitación permanecían cerradas, y el lienzo se convertía en su único confidente, sus trazos, un desahogo silencioso para el torbellino de emociones que la abrumaban.

Una tarde, mientras la melancolía se aferraba a ella como una sombra persistente, un golpe suave en la puerta la sacó de su letargo. Era Ron. Con una sonrisa comprensiva y un ramo de flores silvestres, intentó disipar la oscuridad que la envolvía.

Tuvieron una conversación amigable, aunque teñida de la tristeza que Lori no podía ocultar. Ron, con una dulzura inusual, le pidió que dejara de hablar de Enzo, que lo superara y se permitiera sanar, pero el corazón de Lori, aún lacerado, no estaba listo para escuchar. Con la voz apenas un susurro, le pidió a Ron que se retirara, dejándolo con un profundo sentimiento de decepción. No era el momento, no aún.