Una Esposa Para El Ceo

José Augusto se despertó a las tres de la mañana, se sentía raro, era la primera vez que se acostaba con una chica sin tocarla.

Observó a Graciela en la penunbra del cuarto, solo iluminado por la luz de la luna que entraba por la ventana como si velara sus sueños.

En realidad era muy bella, ella dormía plácidamente, José Augusto estuvo tentado a tocarla, pero se contuvo porque en eso no habían quedado.

"Podría enamorarme plenamente de ella", se dijo.

"¿Pero qué estoy pensando?", este matrimonio es falso, en un año me "divorcio" y ya está".

"Es más ni siquiera tengo que divorciarme, solo nos separaremos y cada quien tomará su rumbo".

Con estos pensamientos volvió a dormirse. La luz del nuevo día se coló por la ventana, como si el sol compitiera con la luna para ver quién daba más luz.

Cualquiera que fuera el resultado, tanto la noche como el día se veían fantásticos.

Graciela despertó y observó a Augusto, "es muy hermoso", pensó.

Augusto despertó al sentir su mirada.

Ella al instante, desvió la mirada.

¿Por qué desvías la mirada?, ¿te gusto?

Ella se sonrojó, no niego que eres muy guapo, pero recuerda que nuestro matrimonio solo es para que obtuvieras tu título de CEO; en un año nos divorciamos.

¿Sueles ser tan directa?

Bueno, solo hablo las cosas como son.

Está bien, a las once tenemos el tour por los lugares turísticos.

El desayuno llegó a las 8 a. m.

Ambos desayunaron en bata, aún no se vestían.

Todo estuvo delicioso, dijo Augusto en cuanto terminaron con todo.

Bueno, me bañaré para estar lista para el tour, dijo Graciela levantándose de su silla.

Te acompaño, me bañaré también.

¿Eh?, Graciela se sacó de onda.

Perdón, quise decir que en cuanto termines iré yo.

Jajajajaj, Graciela se fue riendo. Le causaba gracia la actitud de Augusto.

Don Gael contrató a un amigo de su entera confianza para que se hiciera cargo de la empresa en lo que llegaba su hijo y esposa.

Solo sería una semana. Al cabo de la cual José Augusto retomaría sus labores y todos contentos y felices.

Más tarde, los dos recién casados iban en una pequeña combi, varias parejas los acompañaban.

Todos iban platicando de sus experiencias pasadas. Graciela hizo química con un hombre que estaba sentado a su lado, del lado contrario al de su esposo.

Hola, ¿de dónde eres?, le preguntó.

De México, ¿y tú?

De Brasil, vine a pasear para celebrar que por fin estoy divorciado, mi esposa resultó ser muy tóxica.

No digas eso, tal vez no le dabas el tiempo necesario.

Bueno, es que las mujeres siempre quieren que estés día y noche con ellas, los hombres necesitamos nuestro espacio.

Augusto se sintió molesto por esa plática, y tomó de la mano a su esposa, y sin que ella pudiera evitarlo le dio un beso en la boca.

¿No estás cansada, mi amor?

No, estoy bien, dijo, quiso soltarse, pero él no la dejó y, lejos de soltarla la abrazó.

Siento mucho tu divorcio, amigo, pero ella es mi esposa, estamos aquí de luna de miel así que mantente alejado, ¿de acuerdo?

El hombre no dijo nada, solo se limitó a permanecer en silencio el resto del viaje.

El guía les iba mostrando uno a uno todos los lugares dignos de visitar.

Pueden comer ahí, dijo señalando un restaurante que se veía muy hermoso, la comida es muy sabrosa. Nos vemos en dos horas.

Augusto y Graciela entraron abrazados, debían guardar las apariencias.

El tipo que venía platicando con ella los alcanzó en la mesa, ¿puedo sentarme con ustedes?

Antes de que Augusto pudiera decir algo, Graciela dijo:

Adelante, hombre, siéntate.

Gracias, por cierto me llamo Adán.

Yo soy Graciela y mi esposo es Augusto.

Sí, ya sé que vienen de luna de miel. Disculpen si molesto.

Claro que no molestas, dijo ella.

Augusto no soportaba a ese hombre. ¿Cómo era posible que se tomara tantas libertades con su esposa?, y lo peor de todo que ella le siguiera el juego.

Está bien, "amigo", pero que no se te haga costumbre, dijo un poco en broma y otro en serio.

Dos horas después...

El guía ya los estaba esperando.

Bueno, continuamos el tour. Espero que lo estén disfrutando.

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En otra parte del mundo.

Lucrecia, mira lo que encontré en Internet.

¿Qué cosa, Nati?

Tu exnovio se ha casado.

¿De qué hablas?

José Augusto Moreira. Y, además, es el nuevo CEO de una de las empresas más importantes del mundo.

A ver, dijo ella arrebatándole el celular.

No puede ser, conmigo nunca quiso casarse. ¿Por qué con esa mujer tan sin chiste se fue a casar?

Algo le debe haber visto, ¿no crees?

Vaya, y eso que eres mi amiga, no quiero pensar qué pasaría si fueras mi enemiga.

No me lo tomes a mal, es la verdad, algo bueno debe tener para que se haya casado con ella.

Pues sea lo que sea que haya ocurrido, ese matrimonio no va a durar, yo misma me encargaré de eso.

Eso, saca la casta. No puedes permitir que se salga con la suya.

Deja que regrese de su luna de miel, le daré una sorpresa y a ella también.

¿Qué harás?, preguntó Nati con mucha curiosidad.

No lo sé aún, pero júralo que haré algo.

Lucrecia fue en un tiempo la amante de Augusto, ella se quería casar, pero él nunca quiso hacerlo. Por el contrario, terminó con ella porque era muy necia. Quería casarse a como diera lugar, y eso a él no le caía nada en gracia.

Llevaban más de dos años de no verse, ella había seguido con su vida, pero en el fondo no le perdonaba que la haya abandonado. Y ahora que se presentaba la oportunidad de vengarse, no la iba a desaprovechar.

Ya vería de qué manera podría hacerlo.

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Muy a su pesar Augusto disfrutaba mucho de ese viaje a Italia. Ni siquiera se acordaba para nada de Lucrecia. Para él eso solo había sido sexo, pasión, pero jamás hubo amor por parte de él. Y tampoco por parte de ella, aunque ella jurara y perjurara que lo amaba, él jamás le creyó una sola palabra.

En ese tiempo que anduvo con ella la conoció como la palma de su mano. Además de que ella era muy voluntariosa y caprichosa, acostumbrada a hacer su voluntad.

¿Qué tanto piensas?, le preguntó Graciela a su esposo al verlo tan serio.

Nada, solamente disfrutaba del mar en silencio.

Sí, realmente es muy bello. Graciela no resistió la tentación de sentarse a su lado y abrazarlo.

Y él sin hacerse del rogar aceptó ese abrazo.

El escenario tan hermoso del mar y la cercanía de ella lo ponían a 1000 por hora.

"¿Qué me está pasando?", se preguntó José Augusto.

Por lo pronto, así se quedó por un tiempo, abrazado a ella.