Aun cuando los años pasen como un río imparable, la verdad se abre paso como un rayo de luz entre la tormenta, para revelar lo que se creía sepultado en las profundidades del silencio.
Así recaería, con el peso de una tormenta anunciada, la sombra de la verdad sobre la familia Al Jaramane Hilton. Enemigos de antaño, armados con secretos y rencores, volverían a tambalear la paz aparentemente inquebrantable de este sagrado linaje, intentando desenterrar uno de los misterios más sagrados guardados con celo... Desatando así una nueva guerra entre el futuro y el pasado de los nuevos integrantes de este núcleo familiar.
Aithana, Aimara, Alexa y Axel, sobre todo en la de este último, donde la tormenta haría mayor daño.
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CAPITULO 12
¿Destino o Casualidad?
Dos días después...
Aimara
Un nuevo día llega, sin embargo, se siente la presión de los nuevos acontecimientos. Como todo inicio de semana, me levanto temprano y hago mi rutina de ejercicio en el jardín, pero esta en especial es diferente, ya que mamá no ha salido conmigo y Axel.
Detesto verla triste. Saber que hay algo que la preocupa y que no puedo hacer nada para ayudarla es frustrante, mucho más de lo que lo son estas nuevas reglas impuestas por papá.
Termino de ponerme el uniforme para irme a trabajar, recojo mis cosas y me apresuro a salir.
En el pasillo, me encuentro con Axel, que sale vestido como cada vez que va a la empresa, de traje elegante.
—¡Buenos días, hermanita! —saluda mientras me le cuelgo en el cuello y le doy un beso en la mejilla.
—Igualmente para ti, cariño —le respondo, y me estrecha contra él antes de soltarme y dejarme seguir mi camino junto a él hacia el comedor.
Ya el resto está en la mesa: Alexa, con su uniforme de instituto y gruñendo no sé qué con Aithana, que va divina con un conjunto rojo que resalta en su piel; sin duda, ese color le queda fabuloso.
—¿Tendrás turno completo, mi amor? —pregunta mamá, y asiento mientras me dirijo a mi silla frente a ella.
—Amor —me dice papá—. A partir de ahora usarás el coche que te regalé, al igual que tus hermanos.
El nerviosismo me toma, pero intento no mostrarlo. Lo último que quiero es ser yo también un motivo de preocupación para él, dado los últimos acontecimientos.
—Cuando regreses mañana, después de que descanses, te enseñaré más —dice, como si hiciera lo posible por cumplir sus promesas.
—Gracias, papá —le respondo, y me regala una sonrisa mientras sigue comiendo.
El desayuno es ameno, aunque en el fondo sé que mis padres siguen preocupados. Terminamos de comer y cada uno se levanta para irse a sus respectivas obligaciones.
Alexa se va antes con papá y mamá, que la pasarán dejando al instituto antes de irse a casa de los abuelos.
Los tres autos están frente a la casa; Axel se apresura al suyo y Aithana al de ella.
Los hombres que papá nos presentó como la seguridad que tendremos a partir de ahora ya están junto a las camionetas que creo nos acompañarán a cada lugar. Lo confirmo cuando los autos de Axel y Aithana salen de la propiedad y estas salen detrás.
—¿A dónde irá, señorita? —pregunta el que creo se llama Tayler; parece un buen chico, la verdad.
—A la clínica —respondo, y asiente.
Saco las llaves que he tomado de mi mesilla antes de salir; el llavero plateado centellea en mi mano.
—¿Le molestaría conducir? —le pregunto al otro que se acerca a abrir la puerta.
—Lo siento, señorita —dice el que se ve mayor, Bryan—. Su padre nos advirtió que la dejemos conducir a usted.
—Qué pesado —digo en broma, y este me regala una cálida sonrisa.
—Cualquier cosa, estaremos detrás de usted —me asegura.
Me subo al coche y me pongo el cinturón. El tablero brillante me da la bienvenida; hay muchos botones de los que no tengo idea para qué son. Intento copiar lo que vi hacer a Axel el día que me llevó a la clínica la semana pasada.
El motor ruge bajo mi cuerpo, y la piel se me eriza cuando bajo la capota y la brisa fría me envuelve por completo.
—De acuerdo, bebé, debes portarte bien hoy —le digo como tonta antes de poner el coche en marcha fuera de la villa.
La brisa me alborota el cabello, y en medio del camino, Tyler me saca una sonrisa cuando me llama y me dice que lo estoy haciendo bien.
—Para ser la primera vez que conduces una bestia como esa, lo has hecho muy bien —me asegura cuando apago el motor en el parking de la clínica.
—Eso parece un monstruo —me río. Yo hubiese preferido un auto menos salvaje que este, pero por parte de mi padre no puedo esperar nada menos.
Unos minutos después, seguidos de los dos, nos adentramos en el edificio. Las miradas curiosas no faltan cuando caminamos entre los pasillos hasta llegar a mi consultorio.
El ambiente es familiar, pero la tensión de los últimos días se siente en el aire.
Mientras me acomodo en mi espacio, no puedo evitar pensar en lo que está sucediendo en casa. La preocupación por mamá y la incertidumbre sobre lo que nos depara el futuro me acompañan, pero sé que debo concentrarme en mi trabajo.
El día se va, llega la noche y con ella un turno ligero, gracias al cielo. Durante la mañana y la tarde pasé consultas periódicas a los niños que asisten mensualmente, y por la noche hago turno en la emergencia.
Bryan me acerca un café y me asegura que está cerca y al pendiente, pero que cualquier cosa que note extraña o algún tipo de mensaje se lo haga saber. Su presencia es amena, y agradezco su apoyo en estos momentos inciertos.
—Aimara —me llama Lina, una de las enfermeras de turno—. ¡Está muy hermoso tu coche! —dice, y solo asiento, sintiendo un ligero rubor en mis mejillas.
—Ojalá tener un padre como el tuyo —suelta, y con ella, las otras dos enfermeras sueltan risas. Intento ignorarla ya que no es la primera vez que dice algo como eso, y sé que no es precisamente porque mi padre sea uno bueno.
Paso de ellas y sigo mi camino hasta el consultorio otra vez.
Recojo mi cabello en un moño sin mucho esmero, y justo cuando estoy por sentarme, las puertas se abren. Dos personas entran: un hombre de la edad de papá y una mujer que parece ser su esposa, muy hermosa por cierto. Él trae a una bebe en brazos.
—¡Necesitamos ayuda! —demanda, agitado.
—Colóquela aquí —pido, señalando la camilla.
Comienzo a revisarla rápidamente; sus signos vitales están estables, pero la niña está prendida en fiebre.
—Adminístrenle la dosis correspondiente —ordeno a las enfermeras, que comienzan a obedecer rápidamente.
De reojo, veo a las personas que están abrazadas en un extremo. La mujer, pelinegra de ojos oscuros, está llorando mientras el hombre la abraza y le pide que se calme. La angustia en sus rostros me recuerda lo frágil que puede ser la vida.
Pido que se le hagan unos exámenes, y en tiempo récord toman las muestras y las envían al laboratorio.
—¿Desde cuándo está presentando fiebre? —pregunto cuando me encuentro sola después con sus padres.
Ambos se miran, y la pena les cubre el rostro.
—No lo sabemos con exactitud —dice el hombre, su voz temblando.
—¿Son sus padres?
—No, somos sus abuelos —me explica, y asiento, comprendiendo la preocupación que sienten.
—De acuerdo, por ahora está bien, está estable, pero deberá pasar la noche aquí —les informo—. La tendremos en observación y así nos haremos cargo de esa pequeña princesa.
—Muchas gracias, doctora —dice la mujer con una ligera sonrisa, aunque su preocupación es evidente.
—Me imagino que no tiene a su alcance el control de su pediatra, ¿cierto?.
—Su padre debe de tenerlo, solo que no está en el país ahora mismo —me explica la mujer, mientras su esposo se va al pasillo a hacer una llamada.
—Me encantaría poder revisar el control de la bebé —pido—. Así que cuando les sea posible, pueden buscarme y encantada los atenderé.
—Perfecto, cariño. Cuando mi hijo regrese, le pediré que hable con usted —me asegura con una sonrisa cálida, y eso me reconforta.
La noche avanza, y por suerte, en la sala de emergencias no entra nadie más después de la pequeña. La niña es preciosísima, con una cabellera tan oscura como la noche, llena de lindos rizos, y unos ojos... Igual de hermosos que los que vi hace un par de noches en aquella terraza.
Le aparto un mechón de cabello de la frente, que ya ha dejado de estar enrojecida. La calidez de su piel me hace sonreír, y siento una conexión instantánea con ella.
Así pasa la noche, monitoreando a la bebé cada dos horas, mientras su joven abuela duerme pegada a la cama, sosteniendo la manito que tiene libre. La escena es tierna y desgarradora a la vez; el amor de una abuela por su nieta es palpable, y me recuerda la importancia de la familia en momentos de crisis.
Mientras la noche avanza, me encuentro reflexionando sobre lo que ha sucedido en los últimos días. La preocupación por mi madre y la incertidumbre que nos rodea se siente como una sombra, pero en este momento, la vida de esta pequeña de apenas once meses es lo que más importa. Estoy aquí para ayudar, y eso me da un propósito.
La calma de la noche se siente como un respiro, y aunque sé que el día de mañana traerá nuevos desafíos, por ahora, me enfoco en cuidar de esta pequeña princesa y en brindar el apoyo que su familia necesita.
EL día inicia, la luz de los rayos del sol se cuela por los ventanales, iluminando la habitación de paredes deprimentes.
Me acerco a la cama donde la bebé duerme plácidamente, y no tiene fiebre; ya se le ha acabado el suero que se le puso por la pequeña deshidratación que tenía.
—Hola, preciosa —la saludo mientras acaricio sus mejillas teñidas—. Ya estás muy bien —le digo, y ella solo me mira y ligeramente sonríe, pero es una sonrisa que no se alcanza a reflejar en sus ojitos.
—Buenos días —saludo también a su abuela, que acaba de despertar; sus ojos están rojos y tiene unas ligeras ojeras—. No hay nada de qué preocuparse —le aseguro, y ella se me viene encima y me abraza con calidez.
—No sé cómo agradecerle —me dice—. Estábamos muy preocupadas.
—La entiendo, pero ya está preciosa, la bebé está bien —le aseguro.
—Me iré a firmar mi ficha de salida y a gestionar el alta de la bebé; regreso en algunos minutos —la mujer asiente, y justo cuando entra el hombre con el que llegó, él se acerca rápidamente a abrazar a la niña. La escucho decirle lo que le he informado antes.
Firmo mi salida y me voy al consultorio a guardar mis cosas para irme. Tayler se ofrece a llevarme el bolso, pero me niego; es algo que yo puedo hacer, y el abusar de las personas que trabajan para mi familia o que lo hacen en cualquier otra cosa nunca ha sido una opción para mí.
Me suelto el cabello y guardo mi bata antes de dirigirme a la salida.
Desde el momento en que pongo un pie en el pasillo para ir al área donde está la niña, algo extremadamente raro me recorre el cuerpo.
—Ya, papá, está aquí, pequeña —dice la voz que emerge de la habitación.
—La estábamos esperando, doctora —exclama la mujer con una sonrisa cuando entro.
En la cama está un hombre de espaldas con la pequeña en brazos, quien ahora tiene una sonrisa que le cubre el rostro entero y se refleja en las gemas que lleva por ojos
.
—Buenos días, señor —saludo cuando me adentro del todo.
Me quedo de piedra cuando los mismos ojos que recaen sobre mí pertenecen al hombre que me entregó los tacones en la terraza del club.
Al sujeto que me hizo pasar una noche entera en vela sin poder sacarme su rostro de la mente, es el mismo que está ahora mismo aquí, con la bebé más preciosa que he visto en brazos...