Sabina, una conocida mafiosa, se ve obligada a criar a los hijo de su hermana luego de que está muere en un trágico accidente. Busca hallar respuestas para sabre toda esa situación y saber quien se atrevió a matar a su gemela.
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capítulo 13
Cuando terminaron su cena, el grupo se levantó con calma. Los gemelos, llenos de energía y alegría, tomaban de las manos a Sabina y a Daniel, riendo y jugueteando sin preocupaciones. El aire fresco de la noche les daba un respiro, un instante casi de paz en medio de tantas tormentas recientes. Caminaron hacia la salida del restaurante con una sensación de alivio; aquella comida había sido un paso inesperado hacia una nueva normalidad.
Pero justo cuando estaban por cruzar la puerta, una figura familiar apareció frente a ellos, como un golpe inesperado que les sacudió el ánimo.
—Daniel —dijo una voz cortante, helada, que cortó la calma como un cuchillo.
Era Diana, la ex prometida de Daniel. Su rostro, antes lleno de orgullo y altivez, se tornó pálido al ver a Daniel junto a Ámbar y los niños. El color desapareció de su piel, dejando ver las venas marcadas en su cuello y la tensión en su mandíbula. Como si el aire mismo se hubiera vaciado de su alrededor.
Sabina sintió una punzada en el pecho, una mezcla de furia contenida y una especie de miedo que no podía permitirse mostrar. Pero se mantuvo firme, sin apartar la mirada de Diana, devolviéndole la frialdad con la que la observaba.
Daniel, visiblemente incómodo, intentó disipar la tensión con una sonrisa forzada, intentando que la situación no fuera un espectáculo.
—Señora Capolá —dijo con tono cortés pero firme—, por favor, pase. La seguiré en un momento.
Ámbar asintió lentamente, sin perder de vista a Diana, quien ahora lo miraba con una mezcla de dolor y rabia contenida, como si estuviera a punto de explotar.
—¿Qué haces con ella? —exclamó Diana, la voz temblando de rabia—. Esa mujer arruinó nuestras vidas.
El silencio se hizo más pesado aún. Daniel entrecerró los ojos, tratando de evitar que la escena se convirtiera en un escándalo público.
—Diana —respondió con voz baja pero firme—, ahora no es el momento.
—¿Que no es el momento? —replicó Diana con vehemencia, sin ceder un centímetro—. ¿Y cuándo lo es, Daniel? ¿Cuándo? No puedes dejarme así, no después de todo lo que pasamos por culpa de esa mujer. Ella fue la culpable de la muerte de nuestro hijo.
Sabina sintió que el aire se volvía irrespirable. El rostro de Daniel se tensó, la mandíbula se apretó hasta que sus dientes se marcaron en la piel. Pero antes de que pudiera responder, Diana continuó, como si necesitara liberar todo el dolor que había reprimido durante años.
—No entiendes lo que hiciste. Nos destruiste. Nos separaste. Me arrebataste todo lo que tenía. —Su voz se quebró, pero el fuego no desapareció—. ¿Acaso te das cuenta de que perdí a nuestro bebé por culpa de todo este desastre? ¿Por culpa de ella?
Alrededor, la gente comenzaba a voltear hacia ellos, murmurando entre sí, algunos tomando fotos con discreción, otros observando con morbo. La escena se estaba tornando incómoda y Daniel no podía permitir que esto escalara.
—Suficiente, Diana. —dijo con un tono que no admitía discusión—. No es ni el momento ni el lugar para hablar de esto.
—No puedes decirme eso —protestó Diana, las lágrimas empezaban a deslizarse por sus mejillas—. No entiendes lo que hiciste. No sabes el daño que causaste. ¡Destruiste nuestra familia! Me dejaste sola con el dolor y la culpa.
Daniel intentó avanzar, para salir de ese lugar y terminar con aquella conversación, pero Diana fue más rápida; se colgó de su brazo con una desesperación que sonaba a súplica.
—Daniel, por favor... —su voz bajó, casi un susurro, tembloroso pero cargado de dolor—. No la dejes volver a nuestras vidas. Tal vez tú no lo recuerdas, pero ella nos arruinó. Nos distanció... se metió entre nosotros y por su culpa perdí a nuestro bebé. ¿No ves todo el daño que nos hizo?
Sabina apretó los puños, tratando de mantener la compostura por sus hijos que, sin entender mucho, se aferraban a sus piernas, confundidos y asustados por la escena que se desarrollaba ante ellos. En el fondo, Sabina entendía lo manipuladora que era Diana. Sus ojos fríos y su manera de mirarla dejaban claro que no se detendría hasta romperla. Patrick, no se equivocaba; Diana tenía que estar involucrada en la muerte de su hermana, y ahora Sabina no tenía duda alguna.
Cansada de aquel teatro, Sabina dio un paso adelante. Su voz era fría, cortante, pero firme como el acero.
—Daniel, veo que tienes asuntos que atender. Nosotros nos vamos.
Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y avanzó hacia la puerta donde su grupo de seguridad ya se preparaba. Los hombres abrieron las puertas de la camioneta para que subiera con los niños.
Diana no quiso dejarla ir tan fácilmente. La miró con odio, casi como si quisiera atravesarla con la mirada, y comenzó a seguirla. Con una rapidez que sorprendió a todos, extendió la mano para tomar el cabello de Sabina.
Pero Sabina, atenta a la intención por el reflejo en la ventana de la camioneta, reaccionó sin pensarlo. Giró la mano de Diana con fuerza, doblando su brazo hasta hacerla gritar de dolor.
—Antonio y Sebastián, suban al auto —ordenó con voz firme.
Los niños, reconociendo el tono de voz de su madre, subieron rápido y se acomodaron. Los guardias de seguridad formaron un muro alrededor de la camioneta, cubriendo las ventanas para proteger a los niños de la escena que se desarrollaba afuera.
Daniel, que venía detrás, se acercó rápidamente y pidió con voz urgente:
—Ámbar... suéltala, por favor.
—Por supuesto —replicó Sabina sin soltar a Diana—, pero antes... —giró aún más la mano de Diana, que gimió con fuerza—, vas a pagar caro por todo lo que le has hecho a mi hermana.
hablo con voz baja, susurrando en italiano para que solo Diana pudiera oír, y añadió:
—Ahora que sé que fuiste tú, voy a convertirte en mi presa. No soportaré otra humillación como esta. Te vuelves a acercar y te romperé ambos brazos.
Después de esas palabras, volvió a hablar en español, alzando la voz para que Daniel y los presentes escucharan:
—Controla a esta bruja la próxima vez, o no volverás a ver a mis hijos.
Diana, con lágrimas en los ojos, se quedó paralizada, incapaz de replicar. Sabina la soltó de repente, alzó el vestido para que su porte elegante no perdiera un ápice de autoridad y, sin apartar la mirada fría, agregó:
—No te equivoques, Daniel. Si permites que esto vuelva a pasar, no solo pierdes a tus hijos. Pierdes todo.
Con eso, Sabina se volvió hacia la camioneta. Los hombres de seguridad se abrieron paso entre la gente y la ayudaron a subir. Daniel los siguió a cierta distancia, su expresión una mezcla de frustración y resignación.
Mientras el motor de la camioneta rugía y comenzaba a alejarse, Daniel se quedó parado en la acera, observando cómo la figura de Sabina y sus hijos desaparecían entre la oscuridad de la noche, sabiendo que esta batalla estaba lejos de terminar.
Daniel le hace falta agallas
por fin van a poder ser felices
No sé siñe a la típica historia romántica, es un drama que marcó vidas e hizo justicia .
💯 recomendada 👌🏼😉