Nuestro Destino

Al llegar al ducado, Carter, Madeleine y Vivían fueron recibidas por los niños que estaban en compañía de una mujer sumamente elegante. Tanto Vivían como Madeleine la reconocieron, reverenciándola con respeto. La mujer imitó la acción con elegancia.

—Sean bienvenidas, dama Vitaly. Lady Vitaly, es un placer recibirlas. — La dama Carter era una excelente anfitriona que se había retirado hace años de los círculos sociales. Su atención se centró en Madeleine; la joven era tan hermosa y distinguida que era imposible no adularla. Su piel blanca contrastaba a la perfección con sus ojos verdes, casi grisáceos.

—Dama Carter, es un placer estar nuevamente en su presencia. — La dama Carter fue una de las primeras en apoyar a Vivian cuando se convirtió en la esposa del duque Vitaly, por lo cual le guardaba un profundo respeto.

—Sigue tan hermosa como siempre. Me alegra verla tan saludable; la vida la ha tratado con devoción. — A pesar de su frialdad, la dama Carter vio en Vivían lo que ella no pudo ser, por eso le dio su apoyo absoluto, protegiendo a Vivían de los comentarios maliciosos.

Madeleine concentró su atención en los niños mientras el duque veía la interacción desde la ventana de su estudio.

—Su gracia, si quiere, puede acompañar la visita. — El secretario del duque estaba agotado; su señor no se concentraba adecuadamente por estar observando a la joven desde la ventana.

—No es necesario, solo veo por el bienestar de mis hijos. Nunca se sabe lo que pueda pasar. — Contestó el duque sin pensar mucho en la respuesta.

—Entonces no es por cierta pelinegra que lo trató como un simple mortal, que está en su jardín sonriéndole ampliamente a sus hijos. — Comentó el asistente, cansado de la negativa de su señor.

—Falacias.

—Su gracia, su madre tiene razón. Los niños necesitan el apoyo de una figura materna a su lado. La joven no muestra interés en usted, pero sí en los niños, y eso es lo que usted quiere, ¿no es así? Una duquesa, no una mujer en su lecho. — El asistente observaba a su señor con descontento; su señor tenía interés en la joven, pero lo negaba a toda costa.

— Las jóvenes en edad casadera son soñadoras; ella no aceptaría un matrimonio como el que estoy dispuesto a ofrecerle. — Sin siquiera darse cuenta, el duque ya estaba aceptando que tenía interés en Madeleine.

— Su gracia, la joven ha manifestado en más de una ocasión que su matrimonio será pautado por su padre. En la fiesta de té organizada por Lady Lee, ratificó su postura diciendo que si este año contrajera nupcias, sería por tres razones: un compromiso arreglado por su padre, enamorarse perdidamente y, cabe resaltar, que lo mencionó con burla, o que encontrara lo que deseaba. — El asistente se enteró de todo lo que pasó en la fiesta de té por una de sus hermanas; él era el segundo hijo de un barón y, como no heredaría el título, consiguió un empleo bien remunerado.

— ¿Y qué es lo que desea esa mujer? — preguntó el duque con curiosidad, sin apartar la mirada de lo que estaba pasando en el jardín.

— Poder y estatus; es la hija de un duque y no buscará menos que ello, aunque está por tomar el título de marquesa Marcellus. — El secretario se concentró en la pila de documentos, comprendiendo que su jefe tenía sus intereses en cierta pelinegra.

— Si quiere más poder, se casaría con uno de los príncipes; su familia es muy cercana a la realeza. — Comentó el duque con el ceño fruncido.

— Los ve como familia. Su gracia, piénselo: un acuerdo con una joven tan amada por el pueblo y los nobles sería muy ventajoso; además, es heredera del marquesado Marcellus. Una joven como ella no pondría en riesgo la posición de sus hijos. — El asistente siguió con sus labores, ignorando a su señor.

— Entonces hablaré con ella; lo mejor sería salir de dudas. — Ante la respuesta del duque, el asistente casi se atraganta con su propia saliva.

— Mi señor, podría asustar a la joven; tiene que hablar con moderación. — Advirtió el secretario.

— Nada de eso; le ofreceré un matrimonio ventajoso. — Contestó el duque, muy seguro de sí mismo.