Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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12- Retrospectiva: Levanta La Cabeza
Cada paso hacia la cabaña le parecía más pesado que el anterior. Su pecho estaba tan oprimido que por momentos le costaba respirar, como si una mano invisible apretara su corazón. Sin embargo, su loba no tardó en manifestarse. Y Emma no pudo evitar notar que de un momento a otro su loba estaba cada vez más presente.
—“Respira, Emma. Este es tu destino. No estás sola”
Esas palabras resonaron en su mente como una melodía familiar. Su paso se volvió más firme, su postura más erguida. No importaba cuán profundo fuera el abismo al que se enfrentaba; la loba dentro de ella le recordaba que no lo haría sola.
Cuando llegó a la cabaña, sabía que debería bajar la mirada, mostrarse sumisa, pero no podía desde el principio no pudo. Algo dentro de ella parecía decirle: Levanta la cabeza. Entró con la barbilla en alto y los ojos fijos, lista para enfrentarse a lo que fuera.
Aurora estaba sentada junto a su esposo, Leónidas. La reina tenía una sonrisa suave, casi maternal, mientras que los ojos del rey alfa eran como dos cuchillas, afilados y escrutadores. Leónidas la observaba como si intentara descifrar cada resquicio de su alma, buscando algo que tal vez Emma no sabía que tenía.
—Al fin llegaste. —La voz de Aurora era cálida, un bálsamo inesperado en medio de la tensión.
Emma sintió un destello de calidez al escucharla, pero no se permitió bajar la guardia. Se detuvo frente a ellos, respiró profundamente y habló con una firmeza que parecía venir de lo más profundo de su ser:
—Tengo que regresar a mi manada. Hay algo importante que debo hacer. Pero antes de marcharme, necesito saber que mis padres estarán a salvo. Quiero su palabra de que no les ocurrirá nada.
La sala pareció congelarse por un instante, como si las mismas paredes contuvieran el aliento. Su tono no era el de una súplica, sino el de una orden velada, un eco de la fuerza que rugía en su interior. Leónidas intercambió una mirada con Aurora antes de responder.
—Tu fuerza es admirable. Otra persona en tu lugar ya se habría derrumbado y no se atrevería hablarnos en ese tono. —Su voz grave llenó el espacio, cargada de autoridad, pero había algo más en ella, un respeto que no había mostrado antes. —Tus padres estarán bajo nuestra protección mientras cumples con lo que debes hacer. Tienes mi palabra.
Emma cerró los ojos por un breve instante, permitiendo que esas palabras calmaran la tormenta que rugía en su interior. No tenía otra opción más que confiar en ellos, aunque las dudas y el miedo aún se aferraban a su mente como sombras persistentes. Pero también había algo nuevo, una chispa de esperanza que empezaba a encenderse, una fuerza que no podía reconocer.
Apenas había comenzado a similar la promesa de protección para sus padres cuando Leónidas se inclinó ligeramente hacia adelante. Su tono cambió, adquiriendo una gravedad que la hizo mantenerse alerta.
—Antes de que te marches, hay algo que queremos pedirte. —Leónidas hizo una pausa, como si evaluara sus palabras con cuidado. Su mirada, intensa y penetrante, se posó sobre Emma. —Mis hijos, Marcus y Sebastián, necesitan hablar contigo.
El nombre de los príncipes cayó como un peso en el pecho de Emma. Un nudo de rabia y desconfianza se formó en su interior, y su loba reaccionó con gemidos de dolor.
—¿Hablar conmigo? —preguntó Emma, con su voz impregnada de incredulidad.
Leónidas lentamente, con sus ojos sin dejar los de ella continuó:
—Han cometido errores, Emma. Pero también han sufrido. No justificaré sus actos, pero merecen la oportunidad de explicar sus razones. La tensión en ellos es peligrosa, tanto para ellos mismos como para quienes los rodean.
Emma apretó los puños, la ira luchaba por abrirse paso a la par con el dolor que su loba le transmitía.
—¿Creen que una simple conversación borrará lo que hicieron? —dijo, con su voz cargada de resentimiento. —Sus amenazas, su manipulación… ellos destruyeron mi paz, mi mundo. ¡Se llevaron a mis padres!
Aurora, que hasta entonces había permanecido en silencio, se acercó con cautela.
—No estamos pidiéndote que los perdones —dijo, en un tono suave como una brisa calmante.
Emma dio un paso atrás no queriendo que la calmara.
—Pero debes escucharlos. Solo tú puedes ayudarte a encontrar la paz que necesitas, y tal vez, en el proceso, encuentres algunas respuestas para ti misma. —Continuó Aurora sin acercarse.
Emma desvió la mirada, tratando de contener las emociones que amenazaban con desbordarla. No quería enfrentar a Marcus y Sebastián, mucho menos escuchar sus excusas. Pero contradecir al rey alfa no era una opción, no cuando tenía a sus padres en su poder. Su loba inquieta, la instaba a aceptar la propuesta, empecinada en buscarle una justificación a sus compañeros.
Finalmente, Emma exhaló con fuerza y asintió con la cabeza.
—Haré lo que piden —dijo, aunque su tono dejaba claro que lo hacía por obligación, no por voluntad propia. —Pero no esperen que los perdone.
Leónidas inclinó ligeramente la cabeza, como si reconociera el desafío en su respuesta.
—No esperamos que lo hagas de inmediato, Emma. Pero te lo agradecemos.
Sin más que decir, Emma dio media vuelta y salió de la cabaña, sintiendo el peso de lo que le aguardaba con cada paso que daba. Las palabras de Aurora y Leónidas seguían resonando en su mente, mezclándose con el rugido de su loba. No estaba lista para enfrentarlos, pero algo le decía que este encuentro sería inevitable.