En una ciudad donde las apariencias son engañosas, Helena era la mujer perfecta: empresaria y una fiscal exitosa, amiga leal y esposa ejemplar. Pero su trágica muerte despierta un torbellino de secretos ocultos y traiciones. Cuando la policía inicia la investigación, se revela que Helena no era quien decía ser. Bajo su sonrisa impecable, ocultaba amores prohibidos, enemistades en cada esquina y un oscuro plan para desmantelar la empresa familiar de su esposo,o eso parecía.
A medida que el círculo de sospechosos y los investigadores comienzan a armar piezas clave en un juego de intrigas donde las lealtades son puestas a prueba
En un mundo donde nadie dice toda la verdad y todos tienen algo que ocultar, todo lo que parecía una investigación de un asesinato termina desatando una ola de secretos bien guardado que va descubriendo poco a poco.Descubrir quién mató a Helena podría ser más difícil de lo que pensaban.
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Capítulo 9: La Confrontación
El tráfico era insoportable en el centro de la ciudad. La noticia del adelanto de la conferencia de prensa de Solano había atraído a medios de comunicación y curiosos que colapsaban las calles adyacentes a la Plaza Cívica.
—No llegaremos a tiempo —gruñó Ortiz, golpeando el volante con frustración mientras observaba la interminable fila de vehículos frente a ellos.
Montero consultó su reloj: apenas quince minutos para el inicio del evento. En el asiento trasero, Roberto respiraba con dificultad mientras Clara presionaba compresas frías sobre sus heridas más visibles.
—Necesitamos una ruta alternativa —dijo Montero, desplegando un mapa en su teléfono—. Velasco, ¿podemos usar las calles de acceso restringido?
La comisaria asintió, activando la sirena discreta del vehículo.
—Gira en la próxima calle a la derecha —indicó a Ortiz—. Hay un acceso para servicios de emergencia que desemboca directamente en la parte trasera de la plaza.
Mientras se desviaban por callejones estrechos, Montero revisaba las pruebas rescatadas de El Mirador. Las grabaciones de audio registraban interrogatorios brutales donde Solano personalmente exigía información sobre documentos comprometedores. Más importante aún, en uno de los archivos se escuchaba claramente a Solano ordenando "encargarse" de Helena Valverde.
—¿Qué planeas hacer exactamente? —preguntó Velasco, observando cómo Montero seleccionaba cuidadosamente ciertos archivos en su teléfono.
—Interrumpir su gran momento —respondió él, con determinación en la mirada—. Solano ha construido su imagen como el salvador incorruptible que limpiará el sistema. Es hora de que todos vean su verdadero rostro.
El vehículo se detuvo en un callejón de servicio a escasos metros de la plaza. Desde allí podían ver el escenario montado frente al Ayuntamiento, donde técnicos realizaban las últimas comprobaciones de sonido y cámaras de televisión se posicionaban estratégicamente.
—No puedes simplemente irrumpir allí —advirtió Velasco—. La seguridad será máxima y probablemente la mitad de esos guardias están en la nómina de La Hidra.
—No tengo intención de irrumpir —aclaró Montero—. Clara y Ortiz llevarán a Roberto a un lugar seguro. Tú y yo nos acercaremos como parte del operativo de seguridad. Con nuestras identificaciones, nadie cuestionará nuestra presencia.
—¿Y luego?
Montero conectó un pequeño dispositivo a su teléfono.
—Esto es un transmisor que puede interceptar la señal de audio del sistema de sonido. Lo conseguí en casos de contraterrorismo —explicó—. Cuando Solano esté en medio de su discurso, activaré las grabaciones. Toda la ciudad, todo el país, escuchará sus propias palabras ordenando asesinatos y extorsiones.
Velasco pareció impresionada.
—Arriesgado, pero efectivo. ¿Qué necesitas de mí?
—Mantener a la seguridad de Solano ocupada el tiempo suficiente para que pueda acercarme al control de sonido.
Mientras Ortiz y Clara se llevaban a Roberto para recibir atención médica, Montero y Velasco avanzaron hacia el perímetro de seguridad, mostrando sus identificaciones con naturalidad.
Tal como habían previsto, los uniformes y credenciales les permitieron acceder sin problemas.
La Plaza Cívica se había transformado en un hervidero de actividad. Cámaras, periodistas, políticos y ciudadanos se mezclaban en una atmósfera de expectación. Sobre el escenario principal, un enorme cartel proclamaba: "Carlos Solano - Por un futuro sin corrupción".
—Irónico —murmuró Montero mientras observaba el despliegue.
En ese momento, un murmullo recorrió la multitud. Carlos Solano había llegado, flanqueado por un nutrido equipo de asesores y guardaespaldas. Su rostro proyectaba confianza absoluta mientras saludaba a la multitud con gestos calculados.
—Parece que ni siquiera sabe que Roberto ha escapado —observó Velasco.
—O lo sabe y no le importa —respondió Montero—. Su arrogancia siempre ha sido su punto débil.
Se separaron según lo planeado. Velasco se dirigió hacia el área donde se concentraban los oficiales de seguridad, mientras Montero bordeaba discretamente el escenario en dirección a la cabina técnica.
La ceremonia comenzó con las habituales presentaciones protocolarias. Un conocido presentador de televisión ejercía como maestro de ceremonias, calentando al público con referencias a la "nueva era política" que estaba por comenzar.
Montero aprovechó la distracción general para deslizarse hasta la parte trasera del escenario. Allí, un técnico de sonido controlaba los niveles desde una pequeña consola.
—Policía —murmuró Montero, mostrando su placa—. Necesito verificar el sistema de sonido. Tenemos información sobre una posible amenaza.
El técnico, visiblemente nervioso, asintió y se apartó ligeramente. Era todo lo que Montero necesitaba. Con movimientos rápidos, conectó el dispositivo a la consola principal y activó la aplicación en su teléfono. El sistema estaba listo.
En el escenario, Solano tomaba el micrófono entre aplausos entusiastas. Su discurso comenzó con las habituales promesas de cambio y renovación.
—Durante demasiado tiempo, nuestra ciudad ha sufrido bajo el yugo de la corrupción y el crimen organizado —declaraba con voz firme—. Hoy vengo a ofrecer una alternativa real, un compromiso sincero con la transparencia y la justicia...
Montero esperó pacientemente. Solano necesitaba estar completamente entregado a su discurso, la audiencia completamente absorta en sus palabras.
—Es momento de que sepan quién es realmente Carlos Solano —susurró para sí mismo, preparando la grabación más incriminatoria.
Mientras tanto, en la parte frontal del escenario, algo inesperado sucedía. Roberto Valverde, cuyo rostro maltratado apenas era reconocible, había aparecido entre la multitud apoyado en Ortiz. Su presencia causó conmoción entre quienes lo reconocían.
Solano, en medio de una frase sobre "acabar con las mafias que controlan la ciudad", vio a Roberto. Por un instante, su perfecta máscara de seguridad se quebró.
Era el momento perfecto. Montero activó la reproducción.
El sistema de sonido emitió un chirrido momentáneo antes de que la voz de Solano, clara e inconfundible, resonara por toda la plaza:
"—Quiero que te encargues personalmente de Hlena Valverde. Sabe demasiado sobre La Hidra y se ha convertido en un problema. Que parezca un accidente, como siempre."
Un silencio sepulcral cayó sobre la audiencia. Las cámaras de televisión, que transmitían en directo, captaron la expresión de horror en el rostro de Solano.
Montero no se detuvo allí. Una segunda grabación comenzó a sonar:
"—Fernando se ha vuelto un problema. Su sentido de la ética está comprometiendo nuestras operaciones. Si no puedes controlarlo, tendremos que prescindir de él también."
El caos se desató en la plaza. Periodistas gritaban preguntas, la multitud murmuraba consternada, y el equipo de seguridad de Solano intentaba desesperadamente localizar el origen de las grabaciones.
Solano, recuperando parcialmente la compostura, se acercó al micrófono:
—Estas grabaciones son falsas, una manipulación evidente para...
Montero activó una tercera grabación, esta vez acompañada por documentos que aparecían en las pantallas gigantes a ambos lados del escenario:
"—La operación Crisálida debe completarse antes de las elecciones. Los jueces Martínez y Rivera ya están en nómina. El fiscal general recibirá su parte a través del caso inmobiliario..."
Desde su posición, Montero vio cómo Velasco y varios oficiales bajo su mando rodeaban el escenario. Lo más sorprendente fue ver a Roberto Valverde avanzando entre la multitud, sostenido por Ortiz pero con la determinación grabada en su rostro maltratado.
Solano, acorralado y viendo desmoronarse su cuidadosamente construido imperio, tomó una decisión desesperada. Con un gesto rápido, extrajo un arma de su chaqueta.
—¡Arma! —gritó alguien entre la multitud, desatando el pánico.
Montero abandonó la cabina técnica y corrió hacia el escenario. Velasco también avanzaba, con su arma desenfundada.
—¡Solano! ¡Suelte el arma! —ordenó la comisaria.
Pero Solano no apuntaba a la multitud ni a los oficiales. Su objetivo era Roberto Valverde, el testigo que podía hundirlo definitivamente.
Lo que sucedió a continuación pareció desarrollarse a cámara lenta. Solano disparó. Clara, quien había aparecido junto a Roberto, se interpuso recibiendo el impacto. Varios oficiales dispararon simultáneamente contra Solano, quien cayó sobre el escenario.
Montero corrió hacia Clara, quien yacía en el suelo con una herida en el abdomen. La sangre se expandía rápidamente en su camisa.
—¡Necesitamos una ambulancia! —gritó Montero, presionando la herida con sus manos.
Clara lo miró con una mezcla de dolor y satisfacción.
—Lo conseguimos —murmuró—. Elena estaría orgullosa.
Mientras las sirenas de las ambulancias se aproximaban y los periodistas documentaban frenéticamente lo ocurrido, Montero comprendió que aquello no era el final, sino apenas el principio de una batalla mayor. Habían cortado una cabeza de La Hidra, pero otras seguirían activas, más cautelosas, más peligrosas.
El primer paso estaba dado. La verdad, por fin, comenzaba a salir a la luz.