Novela Ligera de Aventura y Artes Marciales
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Temporada 2. Capítulo 4 – La Mano del Consejo
La niebla en el Valle Loto se había disipado con la misma rapidez con la que el caos había llegado. Fei, ahora más que nunca, sentía que el peso del poder que había liberado lo perseguiría. El suelo bajo sus pies estaba cubierto de cuerpos caídos: tanto enemigos como compañeros, aunque más de los primeros. La batalla había terminado, pero la sensación de haber cruzado una línea de no retorno seguía flotando en el aire.
Han Fei se levantó lentamente, apoyándose en su espada. Su respiración aún era irregular, y sus manos temblaban levemente. A su alrededor, los demás miembros del grupo estaban de pie, algunos con heridas, otros con la expresión tan vacía como la suya. Los rostros de Yueran y Houzi reflejaban la misma incertidumbre que sentía él.
—¿Estás bien? —preguntó Yueran, acercándose con cautela, pero había algo en su mirada que no podía esconder: preocupación y desconfianza.
Fei asintió, aunque las palabras no le salieron de inmediato. La energía carmesí aún se sentía viva dentro de él, como un animal furioso esperando escapar.
—Sí... estoy bien... —dijo, más para convencerse a sí mismo que a ella.
Pero algo en el aire había cambiado. El equipo había salido victorioso, pero Fei sabía que no podía relajarse. Algo más se estaba cociendo en las sombras, algo más grande que ellos.
Cuando regresaron a la academia, los recibieron con caras preocupadas y serias. No hubo celebraciones ni palabras de aliento, solo miradas cautelosas. Los miembros del consejo estaban al tanto de lo que había ocurrido en el Valle Loto. Sabían que algo se había descontrolado, y más que eso, sabían que Fei ya no era el mismo.
El director, a pesar de su calma habitual, no pudo ocultar la tensión en su rostro al ver a Han Fei. Los demás miembros del consejo, desde las sombras, observaban con ojos fríos, evaluando cada detalle.
—Han Fei —dijo el director con una voz grave—, lo que ocurrió en el Valle Loto... no fue un simple accidente. El poder que liberaste es algo que no podemos ignorar.
Fei lo miró, su expresión tensa. Sabía que no podía ocultar lo que había hecho, pero no esperaba que la situación fuera tan crítica. Sin embargo, no esperaba lo siguiente.
—El consejo ha decidido —dijo una voz fría, proveniente de una figura que estaba en la sombra—, que es necesario un juicio.
Fei frunció el ceño. ¿Un juicio? ¿Por qué? ¿Qué tenía que ver lo ocurrido en el Valle Loto con el juicio del consejo?
La figura que había hablado salió de la oscuridad. Era uno de los ancianos más poderosos de la academia, un hombre cuya presencia imponía respeto. Su mirada, sin embargo, estaba llena de desconfianza.
—El poder que has liberado no es algo que podamos permitir que se descontrole más. El Soberano Carmesí no puede despertar... No debemos permitir que eso suceda.
Fei no entendió a qué se refería. ¿Qué sabía él sobre el Soberano Carmesí? ¿Y qué relación tenía con lo que había sucedido?
El director intervino, manteniendo la calma mientras explicaba la decisión del consejo.
—Este juicio no es para castigarte, Fei, sino para entender lo que realmente está sucediendo contigo. No podemos permitir que este poder se descontrole de nuevo.
Fei se quedó en silencio, procesando sus palabras. A pesar de que había sobrevivido a la misión, había algo mucho más peligroso acechando dentro de él: el consejo ahora lo veía como una amenaza, y no podía prever las repercusiones de ese juicio.
El día del juicio llegó rápidamente. Han Fei se encontraba en la sala principal del consejo, rodeado por maestros y figuras clave de la academia. Los rostros de todos eran implacables, como si cada uno estuviera esperando que él cometiera algún error para poder juzgarlo. El aire estaba denso, cargado de tensión, y Fei no podía evitar sentirse como una pieza de ajedrez en una partida cuyo resultado ya estaba decidido.
—Han Fei —comenzó el anciano líder del consejo—, tus acciones en el Valle Loto han puesto en peligro no solo a tus compañeros, sino también el futuro de la academia. Nos preocupa que el poder que has liberado sea incontrolable.
Fei alzó la mirada, encontrando la mirada de Yueran entre la multitud. Ella parecía preocupada, pero no podía leer su expresión con certeza. Había algo más en ella, algo que no quería que él viera. Tal vez, la verdad sobre lo que realmente pensaba.
—Este poder... no es mío —dijo Fei con firmeza, su voz resonando en la sala—. No sé de dónde proviene, pero no lo controlé. La furia, la desesperación por mis compañeros, la herida... todo se desbordó de golpe. No soy un monstruo.
La sala guardó silencio. Los miembros del consejo intercambiaron miradas y murmuraron entre ellos.
—No estás diciendo la verdad, Fei —dijo el anciano líder, en un tono que heló el aire—. Sabemos lo que eres. El Soberano Carmesí nunca debió nacer. Y tú eres el recipiente.
Una sensación de miedo se apoderó de Fei. ¿Qué sabía este hombre sobre él? ¿Y por qué lo miraban de esa manera? Estaba a punto de estallar en ira, pero algo en su interior lo detuvo. La presencia de Yueran, observándolo con preocupación, lo hizo respirar profundamente. No podía perder el control de nuevo.
—Si el juicio es solo una fachada para eliminarme, lo sabré. Pero no dejaré que me destruyan sin luchar —dijo Fei, su tono firme, aunque su corazón latía con fuerza.
En ese momento, una extraña vibración recorrió el aire. Un artefacto antiguo, que Fei no había notado antes, comenzó a emitir una luz tenue. La luz parecía responder a la presencia de Fei, como si algo en su interior estuviera reaccionando.
El consejo se quedó en silencio. Era como si todos los miembros supieran algo que él aún no entendía, algo mucho más grande que él.