En una época donde la alta sociedad, la reputación y las apariencias determinan el estatus de las personas, una joven Baronet se inscribe a la escuela más prestigiosa donde la crema y nata de la sociedad se reúnen para forjar a los futuros nobles y gobernantes del reino. Ahí tendrá que sobrevivir a los abusos y humillaciones de sus compañeros para ganarse un lugar dentro de la alta sociedad y recuperar el honor de su familia que ha sido pisoteado desde hace tres generaciones.
Pero sus planes podrían verse afectados con la repentina aparición de fenómenos paranormales y eventos más allá de la comprensión humana, que asolan la institución. Y que aparentemente iniciaron el mismo día que conoció a un conde atractivo, de figura galante y atractivo sobrenatural.
¿Qué misterios ocultan sus ojos carmesíes y su cabello negro como la obsidiana?, ¿será nuestra protagonista capaz de sobrevivir entre las fauces de dos bestias hambrientas?, ¡échale un vistazo a esta historia de romance y terror!
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Capítulo 12.
– Muy buenas noches, milady –dijo el conde, saludando formalmente a su invitada, y luego besó su mano con delicadeza–. Es un honor que haya podido acudir a mi fiesta, por un momento pensé que no contaría con su presencia.
– ¡Para nada, no sería capaz de perderme el gran honor de asistir a su fiesta! –se apresuró a responder–. La verdad es que me he estado escabullendo para disfrutar de la fiesta en silencio, sin molestar a los demás con mi presencia.
Pero lo que Lisa estaba diciendo no era la verdad. Lo que había pasado en realidad, fue que llegó una hora antes de que la fiesta diera inicio, pero sus compañeros, abusivos como siempre, aprovecharon para hacerle la vida imposible.
***
– Vaya, vaya, después de todo si te atreviste a venir disfrazada –le dijo Robert Cash en cuanto se encontró con ella justo en la entrada. El grupo de la señorita Magnuson reconocería a Lisa incluso en una multitud de adolescentes de cabello acaramelado, torpeza sin límites y cara chistosa (así era como ellos la describían)–. Los de tu clase no dudan en aprovechar la más mínima oportunidad, deberías avergonzarte por arruinarnos la fiesta antes de iniciar.
– Tss. ¿Qué puedes esperar de los pobres?, harían cualquier cosa para mezclarse con nosotros y los baronets con mucha mayor razón... Este es como el mayor logro de sus vidas y es lo único que le pueden alardear a los otros plebeyos sin título. –Opinó la señorita Willow, mientras retocaba sus mejillas rosadas con un poco más de maquillaje.
– Bueno, hoy no tendrás una fiesta, Bellstar, da media vuelta y regresa por dónde viniste, si nos arruinaste la fiesta a nosotros al menos ten un poco de consideración por los demás invitados. –Ordenó Robert, e hizo con sus manos una seña muy parecida a la que se utilizaba para alejar el ganado.
– Tienes suerte de que Lilliette aún no haya llegado, estoy segura de que te mataría aquí mismo así que siéntete afortunada de que nosotros te estamos dando la oportunidad de que te largues en paz. –Dijo la señorita Willow, cerrando de golpe su espejo de mano, y con una actitud terriblemente arrogante, propia de una persona inmadura.
Pero para Lisa los insultos dolían más que los golpes. En su primer año fue víctima incluso de agresiones físicas por parte de sus compañeras de clase, en especial por parte de la señorita Magnuson, pero pasados unos dos o tres días, los moretones y rasguños en sus antebrazos desaparecían; sin embargo, las palabras dolían en ese entonces y dolían aún más ahora.
Lisa no dijo palabra alguna para objetar o debatir y tampoco encontraba las adecuadas para hacer entrar en razón a sus compañeros de clase. Ellos estaban parados frente a la puerta, custodiando como guardias y estaban decididos a no dejarla entrar y con cada segundo que pasaba, tan solo se molestaban aún más, ya que les gustaba que se hiciera lo que ellos decían y muy pocas veces se arrepentían de sus acciones.
– Oigan ¿podrían apartarse y dejar a esta pobre chica? –preguntó la doctora Mérida Griffith, haciendo acto de presencia en la fiesta del conde. Ella estaba molesta por la actitud de los estudiantes, y podía verse en su rostro–. El conde la invitó personalmente porque seguramente tiene asuntos que tratar con ella, por lo que podrían tener un problema con él, si sabe que están maltratando a su invitada.
– ¿Y tú quién te crees para decirnos qué hacer? –le gruñó la señorita Willow, ahora aún más furiosa, como una cabra encerrada en el corral– ¡Tú no nos dices qué hacer, eres solo una empleada más que debe servirnos!, ¡tú tampoco deberías estar aquí!, ¡largo ya!, ¡fuchi las dos!
La doctora avanzó hacia los estudiantes, y los confrontó con firmeza.
– Sí, tienes razón, yo solo soy la doctora de la academia pero soy más que solo eso ¿sabes? –Entonces la doctora Griffith señaló la insignia brillante en su solapa (en la que se representaba una luna sangrienta, en fase menguante, que era atravesada por una espada de forma horizontal). Era el sello del clan Tempest, y ellos lo reconocían, ya que el anillo en el dedo índice del conde también tenía ese mismo diseño–. Yo soy su madrina, –afirmó la doctora, viendo a los estudiantes por debajo de sus lentes en forma de media luna, con una mirada penetrante y aterradora–. Así que si no quieren que los envíe a la mazmorra más oscura y húmeda de Valaquia, les aconsejo que se aparten de una vez, cierren la boca y no se atrevan a hablarme así otra vez.
En ese momento ambos adolescentes fueron invadidos por el miedo, era como si ante ellos hubiera aparecido un espanto, por lo que inmediatamente se hicieron a un lado y lentamente buscaron la manera de retirarse a toda prisa.
– «Maldición, esta maldita me acaba de humillar en frente de una plebeya, pero me las va a pagar» –se guardó la señorita Willow, y partió a toda prisa, levantando su vestido elegante para no tropezar.
– «No creas que por estar relacionada con el conde te vamos a perdonar, esto no se quedará así». –Pensó Robert también, y siguió los pasos de su compañera.
– ¡Y si algún día se enferman, más les vale curarse solos porque si llegan a la enfermería los haré sufrir! –Les gritó Mérida, antes de perderlos de vista por el pasillo–. No sé por qué te dejas tanto. –Le decía ahora a Lisa–. Los mocosos de este lugar son pura boca, tratan de intimidar pero no están acostumbrados a ser intimidados, son todos unos cobardes, estoy segura de que si te les plantas de frente un día, te dejarán en paz.
– No podría hacer eso. –Respondió Lisa, jugando nerviosamente con sus mechones sueltos y ahora rizados–. Como víctima de malos tratos, sé cómo se siente ser impotente y pequeña, y jamás me perdonaría si un día soy responsable por hacer que alguien más sienta el mismo dolor y el miedo que yo he sentido... No soy así.
– Eres una buena chica –le dijo la doctora–. Pero en este país ser bueno es una desventaja, así que apresúrate a crecer para que puedas defenderte.
Y con eso la doctora se despidió e ingresó al salón de fiestas.
«Así que ella es la madrina del conde Tempest, ¿quién lo diría?, es muy inusual que un miembro de la nobleza trabaje para otros directamente... Aunque eso explica esos rumores del por qué el conde frecuentaba bastante la enfermería... Pero ahora que lo pienso, ella se ve muy joven como para ser su madrina». –Pensó Lisa, pero prefirió no seguirle dando vueltas al asunto.
Finalmente Lisa podía ingresar a la fiesta, y aunque vaciló por varios minutos si debía o no ingresar, al final se decidió por hacerlo. Ella quería vivir ese sueño por primera vez, y se lo merecía. Merecía pensar un poco más en ella.
***
– No hay manera de que su presencia sea una molestia milady –comentó el conde con sinceridad, mientras conversaba con su invitada–. Estoy muy feliz de que haya venido. Antes que nada me alegra ver que su semblante ha mejorado, y también su salud, es un alivio.
– Gracias por preocuparse, su excelencia. De verdad, es usted muy amable –respondió Lisa, algo nerviosa y acelerada. Si bien habían cien voces en su cabeza que le repetían constantemente que no debía meterse con el conde, aún más de lo que ya lo había hecho, también había una sola voz que gritaba más que el resto, y que la invitaba a animarse. Algo más la estaba impulsando: era una sensación extraña que solo podía relacionarse con el miedo, pero no era un temor hacía algo o alguien en específico, era una sensación que aceleraba su corazón y la hacía sentir como si fuera a flotar, por el simple hecho de compartir un momento la persona que más le interesaba en ese momento. Ella simplemente se dejó llevar–. ¿Le gustaría hacer los honores, su excelencia?
– “No olvides lo que te dije, ahora sí estás muerta" –alcanzó a leer de los labios de la señorita Magnuson, parada justo detrás del conde, mientras ardía en furia y moría de celos, al notar la condescendencia con la que el conde trataba a Lisa.
– Será un placer –respondió el conde con amabilidad. Ignorando a la futura baronesa que estaba parada a su lado, y su expresión agria la cual nunca había demostrado anteriormente.
Lisa ya no le temía a nada, el ambiente que estaba compartiendo con el anfitrión se había llevado sus temores, y podía ver en el rostro de su compañero que ese sentimiento también era recíproco. Tan solo habían hablado formalmente una vez, y al parecer el conde no lo recordaba, apenas si habían cruzado palabras en otras ocasiones. No se conocían en absoluto pero era como si ambos supieran perfectamente quién era el otro. Él simplemente se dejó llevar también.
Entonces sucedió que el ambiente se detuvo, las palabras cesaron, la música paró y un silencio mortal invadió el salón de fiestas, tan pronto como el conde y la hija de los baronets se tomaron de la mano, y juntos avanzaron a la pista de baile, y ocuparon el centro de la pista, bajo la mirada atónita de sus compañeros, maestros y otros invitados. Y así juntos compartieron el escenario, y llevaron a cabo la coreografía más llamativa de la noche. Aparentemente ninguno de los dos había bailado jamás, ya que ambos cometieron muchos errores de coreografía, y se notaba que no podían seguir el ritmo del otro, cada uno se llevó uno que otro pisotón pero a pesar de todo, la estaban pasando bien. Sin mencionar que Lisa no podía ver muy bien por dónde pisaba y cada intento resultaba en tropiezos o pisotones. Eran las emociones claras como el agua, que podían verse en sus rostros y que se estaban transmitiendo mutuamente, lo que hacía que su actuación fuese espléndida. Ambos brillaban bajo las luces de los candelabros hechos de oro puro y adornados con bellos cristales, que adornaban el salón de fiestas, brillaban aún más que la luna sangrienta que se alzaba hoy en el punto más alto del cielo nocturno. Eran más brillantes que el oro, el platino y cualquier otra joya preciosa.
– Lo siento, no sé bailar –dijo Lisa, dejando escapar una risa apenada, acompañada por una carcajada–. Esta es mi primera vez, no veo muy bien, así que regáleme un poco de paciencia, se lo suplico.
– Yo también, milady –ríe–, creo que nos iría mejor marchando uvas para hacer vino ¿no lo cree? –dijo el conde, sonriendo abiertamente por primera vez, y también dejando escapar una risa moderada–. Somos un desastre, hay que estar de acuerdo en eso.
Y a su coreografía se unieron otras parejas, cuyas féminas trataban de llamar la atención del conde, con sus movimientos perfectos y bien entrenados, pero sucedía que el conde estaba contento con su pareja actual, y no tenía intenciones de cambiarla.
Mientras tanto, sus compañeros varones, más que molestos estaban muy confundidos, ya que no entendían que era lo que hacía a Lisa tan interesante ante los ojos del conde. Era tan solo una noble inferior, la chusma, una plebeya y muy poco interesante. No tenía nada bueno que ofrecer, y tampoco era de las más lindas del grupo. Pero "algo" debía tener... Sí... En lo más profundo de su ser, debía haber "algo" que ahora había despertado su curiosidad hacia ella. Los caballeros en la habitación que mantenían su mirada sobre la doncella de cabello acaramelado, se sintieron repentinamente más ligeros e invadidos ahora por su belleza, que no pudieron notar desde un principio, y fueron incapaces de desviar la mirada. Era como si estuvieran en una especie de trance.
Desde luego que las compañeras de Lisa estaban verdes de la envidia, furiosas como cabras y hasta frustradas como bebés a los que despojan de su sonaja. Si fuera posible matar con la mirada, Lisa Bellstar habría muerto un centenar de veces, de las maneras más sangrientas y atroces que pudieran imaginar sus compañeras de clase.
Pero la señorita Magnuson que era la que más ardía en furia, se estaba quemando en vida por culpa de los celos. Estaba furiosa como si hubiera sufrido la mayor de las traiciones, pero no era la única, puesto que a tan solo unos pasos se encontraba el duque Bastian Simpson, quien había presenciado el inusual evento de principio a fin, y ahora se sentía completamente burlado; como plato de segunda mesa. Estaba muy celoso.
«¿Quién se ha creído que es este supuesto conde de segunda?, se atrevió a meterse en mis asuntos, y pretende superarme... Está comenzando a molestarme» –pensó el duque, mientras su mirada se tornaba cada vez más hostil hacía el conde–. «Yo quería tomar a esa chica, me recuerda mucho a mi novia de la infancia y seguro es virgen».
Lisa Bellstar estaba viviendo un sueño que nunca antes se habría imaginado, un pequeño momento de alegría después de tantas complicaciones en su vida. Habiendo tenido que lidiar con la separación de su familia y con los eventos paranormales de los últimos días. Si esa era su recompensa por haber soportado tanto definitivamente valía la pena.
– Milord, he escuchado que todos lo llaman "el conde aquí o el conde allá", pero hasta ahora no he escuchado a nadie que lo llame por su nombre. Si perdona mi atrevimiento, me gustaría saber su nombre completo.
El conde volvió a reír una vez más, luego pensó por unos cuantos segundos, analizó bien su petición, hasta que finalmente se decidió:
– Mi nombre es...
Pero justo cuando el conde iba a decir su nombre, el sueño llegó a su fin. Todo ocurrió muy rápido, antes de que alguien se diera cuenta de que algo raro estaba pasando desde hace algunos minutos.
Hubo un escándalo entre los invitados, y la pareja dejó de bailar para prestarle atención a lo que ocurría: Las puertas del gran salón se abrieron y tan pronto como ocurrió, Lisa vio sangre que se derramaba por las paredes y que goteaba desde el candelabro sobre su cabeza (había sangre de color púrpura, como si la roja y la azul se hubieran mezclado), y la misma seguía derramándose por las paredes, hasta manchar el suelo. Sobra decir que aparentemente era la única que podía ver el horrible escenario. Luego hubo un estruendo al final de la habitación y cinco personas desconocidas ingresaron a la fiesta. Todos encapuchados, empapados como si hubieran tenido que lidiar con lluvia, a pesar de que era una noche despejada, y todos vestidos de negro.
Su piel se erizó por completo, y sus manos y sus piernas comenzaron a temblar, y también empezó a sudar. La sensación que Lisa Bellstar sentía en ese momento le era familiar, pero a la vez era muy diferente, ya que ahora algo estaba a punto de pasar frente a sus ojos, y no podía "despertar" ya que estaba segura de que esa era la vida real.