Laebe siempre supo que el mundo no estaba hecho para alguien como ella. Pequeña, frágil y silenciada, aprendió a soportar el dolor en la oscuridad, entre susurros de burlas y manos que la empujaban al abismo. En un prestigioso Instituto Académico, su existencia solo servía como entretenimiento cruel para aquellos que se creían intocables.
Pero el silencio no dura para siempre. Cuando la verdad sale a la luz, el equilibrio de poder se rompe y los monstruos que antes gobernaban con impunidad se enfrentan a sus propios demonios. Entre el caos y la redención, Laebe encuentra en una promesa inquebrantable, un faro de protección y en su propia alma una fuerza que nunca supo que tenía para enfrentar los obstáculos que le impuso la vida.
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Esta historia contiene temáticas sensibles como abuso sexual, violencia, acoso, drogas y trauma psicológico. No es apta para todos los lectores, ya que aborda situaciones crudas y perturbadoras. Se recomienda discreción.
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Capítulo 18.
Apenas Laebe abrió los ojos, Luciel no perdió tiempo y salió a buscar al médico para que revisara sus signos vitales. El doctor llegó poco después, con un aire de profesionalismo tranquilo, y comenzó a evaluar su estado. Le tomó la presión, revisó su pulso y analizó su respuesta neurológica.
—Está bastante bien — Concluyó después de unos minutos. — Si todo sigue así, podríamos darla de alta esta misma tarde. — Dijo con una sonrisa.
Luciel asintió con alivio, y Kael, aunque no dijo nada, simplemente cruzó los brazos y se mantuvo atento a cada palabra del médico.
Poco después, una enfermera trajo el desayuno, una bandeja con avena caliente, pan, fruta y un vaso de jugo. Pero cuando la colocaron frente a Laebe, ella solo miró la comida sin tocarla.
—No tengo hambre… — Susurró con voz suave.
Kael, que estaba sentado junto a su cama, la observó con los ojos entrecerrados. No dijo nada al principio, solo tomó la cuchara, recogió un poco de avena y la sostuvo frente a ella.
—Abre la boca. — Le ordenó.
Ella lo miró con sorpresa y negó suavemente con la cabeza. Pero él no la dejó escapar tan fácilmente.
—Vrooom… — Hizo un sonido bajo, moviendo la cuchara en el aire como si fuera un avión. — Vamos, aterrizando en la pista.— Continuo el juego.
Luciel, que había estado observando la escena con calma, parpadeó con incredulidad. ¿Kael, el mismo hombre frío y serio que había intimidado a medio hospital la noche anterior, estaba haciendo un avioncito con la cuchara?
Laebe, por su parte, se quedó estática, sin saber cómo reaccionar. Sus mejillas comenzaron a tomar un leve color rosado, pero cuando Kael insistió, terminó abriendo la boca y aceptando la primera cucharada.
—Así me gusta. Ahora otra — Dijo con tono satisfecho, volviendo a cargar la cuchara.
A pesar de su reticencia inicial, Laebe terminó sonriendo débilmente, y su expresión parecía completamente diferente a la de hace un rato. Se veía cómoda, feliz incluso.
Luciel entrecerró los ojos mientras los observaba. No podía negar que era la primera vez que veía a Kael actuar de esa manera.
En ese momento, la puerta de la habitación se abrió, y la tutora escolar entró con expresión seria. Al ver a Kael sentado junto a la cama, alimentándola, su mirada se endureció ligeramente.
—Disculpe… ¿quién es usted? — Pregunto la mujer con un tono rígido. Kael ni siquiera vaciló. Sin apartar la mirada de Laebe, respondió con una tranquilidad abrumadora:
—Soy su novio.—
Laebe se puso completamente roja al instante, sus ojos se abrieron con sorpresa y rápidamente desvió la mirada hacia otro lado, llevándose las manos a la cara para ocultar su expresión.
La tutora lo miró con desconfianza por unos segundos, pero al ver la reacción de Laebe y cómo ella no lo negaba abiertamente, simplemente asintió.
—Entiendo. Vine a informarle algo, Laebe. — Dijo la mujer, dirigiéndose hacia ella. — Hemos intentado contactar a tus padres, pero no responden.— Le informó.
El leve atisbo de felicidad en el rostro de Laebe desapareció en un instante. Sus ojos se apagaron un poco, y su postura se volvió más retraída; bajando la mirada. Kael lo notó de inmediato.
—Come un poco más — Dijo, sin darle espacio a pensar demasiado, cargando otra cucharada y llevándola a su boca con naturalidad.
— ¿Son los números correctos? O quizá, ¿Cambiaron de números?— Preguntó Luciel mirando a Laebe.
—¿Tienes alguna otra forma de contactarlos? —Insistió la tutora.
Laebe tardó unos segundos en responder. Finalmente, bajó la mirada y negó con la cabeza.
—No importa… no contestarán. Nunca lo hacen.— Su voz sonó apagada, como si esa realidad ya no le doliera, sino que simplemente la hubiera aceptado hace mucho tiempo. —Estaré bien — Añadió con una pequeña sonrisa forzada. — Además, pagaré todos los gastos del hospital. . . Agradezco, lo que hicieron por mi.— Dijo ella con esa misma sonrisa.
La tutora asintió, pero Kael no apartó la mirada de Laebe en ningún momento. Sus ojos oscuros reflejaban algo más… algo peligroso.
Él no era alguien que se metiera en la vida de los demás. Pero si había algo que no podía soportar, era ver esa expresión en su rostro. La expresión de dolor y tristeza en el rostro de Laebe, era lo que más lo molestaba. No quería verla así...
...
Kael se recargó en la silla con los brazos cruzados, pero su mirada seguía fija en Laebe. Aunque no dijo nada, su ceño fruncido dejaba claro lo que pensaba de la indiferencia de sus padres.
Luciel, por otro lado, notó la tensión en el aire. Era evidente que a Kael no le gustaba la idea de que Laebe estuviera sola en esto, pero tampoco estaba presionándola… al menos no aún.
—Si ya terminaste de desayunar, le avisaré al doctor para que prepare los papeles del alta — Dijo Luciel con calma, poniéndose de pie.
Laebe asintió suavemente, aún con cierta timidez. Sus ojos evitaban los de Kael, como si todavía estuviera procesando lo que él había dicho antes sobre ser su "novio".
La tutora suspiró.
—Voy a gestionar los documentos también. Asegúrense de que descanse bien antes de salir.— Dijo, aunque su mirada delataba desconfianza hacia Kael.
Kael solo hizo un leve movimiento de cabeza. La mujer les dirigió una última mirada antes de marcharse.
El silencio llenó la habitación en cuanto quedaron solos.
Laebe jugueteó con la sábana, claramente nerviosa. Kael, por su parte, no apartó la vista de ella ni un segundo.
—… ¿De verdad dijiste eso? — Susurró ella finalmente, su voz apenas audible. Kael arqueó una ceja.
—¿Eso qué?— Pregunto, aunque ya sabía que diría.
—Lo de que… eres mi novio… — Murmuró, su rostro ardiendo de vergüenza.
Un pequeño destello de diversión cruzó por los ojos de Kael. Se inclinó un poco hacia adelante, apoyando un codo en la cama mientras la miraba fijamente.
—¿Te molesta?— Dijo en un tono juguetón. Ella abrió la boca para responder, pero su cerebro parecía haberse detenido.
—N-No… pero… — Murmuró ella mirando hacia otro lado. Kael dejó escapar una leve risa nasal y extendió una mano para revolver suavemente su cabello.
—Entonces no hay problema, chiquita.—
Laebe sintió su corazón saltar un latido. Bajó la mirada, abrazándose a sí misma bajo las sábanas. No sabía cómo sentirse… pero la calidez en su pecho era innegable.
Pero antes de que pudiera decir algo más, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
—¡Laebe! —Una voz exasperada llenó el cuarto.
Luciel regresó con el médico y la tutora, ambos con los papeles en mano.
—Todo está listo. Puedes irte en cuanto estés lista —anunció el doctor. Kael se puso de pie al instante.
—Bien. La llevaré a casa. — Dijo él.
La tutora frunció el ceño y hablo de inmediato:
—No es necesario. Podemos llamar un taxi o alguien de la institución puede—
—Voy. A. Llevarla — Interrumpio Kael, esta vez con un tono que no dejaba espacio a discusión.
Laebe lo miró sorprendida, pero su corazón se sintió seguro.