Erick un antiguo detective retirado es una persona obsecionada con un caso de desapricion del pasado resibe una misteriosa llamada anonima que lo llevara a volver al caso, el inicio que comenzo con esta llamada lo metera a los planes de una organizacion que nos dice que el secuestro de laura no es tan simple como parece
La historia está hecha para que te preguntes si hubieras seguido las decisiones que Erick toma a lo largo de la historia
NovelToon tiene autorización de JH NOVEL para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
La profundidad de la maldad humana
El chillido, agudo y desgarrador, nos congela en el sitio. Es idéntico al que escuchamos antes, proveniente de las profundidades de las celdas. Pero esta vez… hay algo más. Mezclado con el grito desgarrado, una voz, débil y temblorosa, apenas un susurro entrecortado, se filtra a través del silencio. La voz de un adolescente.
Un escalofrío recorre mi espalda. Los archivos del laboratorio, las once víctimas… La imagen de Laura, de su cara de niña, se superpone a la del cuerpo derretido en la celda. María y yo intercambiamos una mirada. No hace falta hablar. La comprensión es instantánea y silenciosa: los niños.
El pánico, frío y cortante como una cuchilla, nos impulsa a la acción. Sin dudarlo, sin siquiera un instante de vacilación, salimos corriendo hacia la fuente del sonido, la pistola en mi mano y el corazón martilleando un ritmo frenético contra mis costillas. La carrera es una borrosa sucesión de imágenes: la pared de piedra húmeda, la luz cegadora de mi linterna, el olor fétido que invade mis pulmones… El chillido se acerca, más intenso, más desgarrador. El susurro del adolescente se vuelve más audible, aunque sigue siendo ininteligible, mezclado con el grito continuo, creando una cacofonía de terror que nos guía, nos empuja hacia adelante, hacia lo desconocido y hacia lo que tememos encontrar. El aire se hace más pesado, más irrespirable, como si una mano invisible oprimiera mi pecho.
La puerta cede ante nuestro ímpetu, revelando una escena que nos deja helados. Un adolescente, de espaldas a nosotros, se encuentra de pie en el centro de una pequeña habitación. Su figura delgada, apenas un brote de hombre, está envuelta en una bata de hospital blanca, demasiado grande para su cuerpo. En su mano, apunta un arma pequeña hacia su sien. La imagen es terriblemente familiar, un eco perverso de las fotografías de los archivos del laboratorio.
Pero hay algo más, algo que añade una capa de horror sobrecogedor a la escena. Un humo verde, denso y nauseabundo, se filtra desde la parte inferior de su cuerpo, oculto bajo la bata. El aire se carga de un nuevo olor, acre y químico, que mezclado con la pestilencia habitual del sótano, crea una atmósfera irrespirable. El humo parece emanar de una fuente desconocida, un origen oculto bajo la tela de la bata, creando una imagen grotesca e inquietante. La respiración del adolescente es entrecortada, agitada, apenas un jadeo entre el chillido que aún persiste en el aire. Su cuerpo tiembla, una mezcla de miedo y desesperación palpable. El arma en su mano es inmóvil, apuntando sin vacilación hacia su cabeza. El silencio, roto solo por el jadeo del joven y el siseo del humo verde, se cierne en la habitación, pesado y opresivo. La escena se mantiene suspendida en ese instante, un punto de quiebre entre la vida y la muerte.
El grito de María rompe el silencio sepulcral, un grito agudo y lleno de terror que resuena en la pequeña habitación. El adolescente, sorprendido por nuestra presencia, se gira lentamente. La visión que se nos presenta es tan grotesca como impactante, sellando para siempre la imagen en la retina de mi mente. Su rostro, desfigurado de forma horrible, es un amasijo de carne lacerada y cicatrices. La piel, donde alguna vez hubo una cara, está rasgada y descolorida, dejando al descubierto el tejido subyacente.
Solo un ojo, negro y apagado, permanece en su órbita, carente de vida. El horror se intensifica al observar el origen del humo verde. La bata de laboratorio, que antes ocultaba la fuente del siniestro vapor, ahora se ha desgarrado parcialmente, revelando la verdad aterradora. El cuerpo del adolescente está cubierto de pequeños orificios, perforaciones perfectas y regulares, de las que brota el humo tóxico. Estos agujeros, diminutos y numerosos como los poros de la piel, dejan escapar un torrente constante del vapor verde, transformando al joven en un grotesco recipiente de un veneno letal.
No es un simple disparo, ni un ataque violento. Es algo… diferente. Algo más siniestro, más calculado. El cuerpo del adolescente, ahora totalmente expuesto, parece una extensión del terror mismo. Sus músculos tensos, desgarrados en algunas partes, parecen contraerse bajo la piel reseca, como si estuviera luchando contra una fuerza que lo consume desde dentro.
El aire está cargado de la pestilencia del humo, de la muerte, de la desesperación palpable de su último instante. El silencio vuelve a caer, pero ahora es un silencio más profundo, más pesado, un silencio ensordecedor cargado del peso de un horror indescriptible.
El grito ahogado de María se funde con el último chillido del adolescente. Un "Mamá...", apenas un susurro entrecortado, escapa de sus labios antes de que el disparo retumbe en la pequeña habitación, silenciando para siempre su agonía. El eco del disparo se mezcla con el sonido de mi respiración entrecortada, con el susurro del humo verde que aún se escapa de su cuerpo perforado. María se derrumba contra la pared, un llanto silencioso convulsionando su cuerpo. El terror puro se lee en sus ojos, dilatados y llenos de lágrimas. Su mano tiembla mientras intenta alcanzar mi brazo, buscando un apoyo que yo mismo apenas puedo ofrecer.
Me arrodillo junto al adolescente, el hedor acre del veneno aún llenando mis fosas nasales. Su cuerpo se relaja, inerte, la tensión muscular que antes lo contorsionaba se disipa. El humo verde cesa lentamente, dejando un rastro fétido y la imagen indeleble de un sufrimiento inimaginable. La muerte lo ha liberado, pero la imagen grabada en mi mente promete permanecer por siempre.
Observo los pequeños orificios con detenimiento, examinando su regularidad, su precisión. No es obra de un arma común, eso está claro. Algo más sofisticado, algo… quirúrgico. El método apunta a una tecnología avanzada, casi inhumana en su precisión. Busco en el cuerpo alguna señal, algún indicio, pero solo encuentro la desolación de un final grotesco.
Maria, aún temblando, me mira con ojos llenos de incredulidad y dolor. "Esto... esto es...horrible," logra decir, su voz un hilo apenas audible.
"Sí, María," respondo, mi voz grave y apenas un susurro. "Horrible y demasiado preciso. Esto va más allá de un simple asesinato."
Me levanto, mi mente trabajando frenéticamente. Las pistas, las conexiones, las piezas del rompecabezas comienzan a encajar con una claridad inquietante. El laboratorio, los archivos, los once niños… y ahora esto. Un patrón emerge de entre las sombras, un patrón aterrador que involucra una tecnología de tortura y ejecución sofisticada y cruel. No es solo la desaparición de Laura Miller. Es algo mucho, mucho más grande.
La habitación, antes un escenario de horror, ahora es un espacio de investigación. Miro a María, aún presa del shock, y le digo: "Necesitamos salir de aquí. Informar a la policía… y luego, seguiremos investigando. Este no es el final, María. Es solo el principio."
El aire frío de la noche golpea nuestros rostros mientras salimos corriendo de la casa, dejando atrás el hedor nauseabundo de la muerte y el humo verde. El ritmo de nuestros corazones martilla contra nuestras costillas, un eco frenético de la escena que acabamos de presenciar. No hablamos, solo corremos, impulsados por una adrenalina fría y primitiva. Solo cuando logramos una distancia considerable, cuando la casa se reduce a una silueta oscura contra el cielo nocturno, nos detenemos jadeando, buscando un respiro. Es entonces cuando los vemos. Cinco coches, negros y siniestros, se detienen frente a la casa de huéspedes, sus luces brillantes cortando la oscuridad como cuchillos.
Cinco patrullas policiales los flanquean, sus luces giratorias creando un espectáculo espeluznante. Un grupo de policías sale de los vehículos, su uniforme azul oscuro contrastando con el negro amenazante de los coches. La atención de todos parece centrarse en el coche del medio, desde donde alguien abre la ventana, iniciando una conversación con un policía. La distancia es demasiado grande, el murmullo de sus voces llega a nosotros como un eco lejano, ininteligible. Sus palabras quedan perdidas en la noche, flotando como fantasmas entre el miedo y la confusión. María se aferra a mi brazo, sus ojos aún reflejando el horror de lo que hemos visto.
El silencio que nos rodea es denso, pesado, impregnado por la tensión de la incertidumbre. La llegada de la policía significa algo, pero ¿qué? ¿Son ellos parte de esto? ¿O simplemente están respondiendo a una llamada anónima? La pregunta permanece suspendida en el aire, una amenaza invisible en la oscuridad creciente. El aire frío parece oprimirnos, recordándonos la fragilidad de nuestra situación, la gravedad de lo que hemos descubierto.
El misterio se profundiza, las sombras se alargan, envolviéndonos en una nueva capa de oscuridad.