Un amor que se enfrenta a problemas, desafíos, barreras. Un amor entre una bailarina y un multimillonario.
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Capítulo 13: Pasos en la Oscuridad
Los días que siguieron a la gala de beneficencia fueron un torbellino para Nia y Ethan. Aunque sus vidas parecían moverse en direcciones opuestas, sus corazones continuaban acercándose con cada encuentro, cada conversación, cada mirada. Sin embargo, ambos sabían que no sería fácil mantener el equilibrio entre sus mundos.
Para Ethan, los problemas en el trabajo seguían acumulándose. El proyecto en el que había invertido meses de esfuerzo y una cantidad significativa de recursos estaba al borde del colapso. A pesar de sus habilidades y su visión estratégica, las variables externas parecían conspirar en su contra. La presión se reflejaba en sus ojos, aunque intentaba ocultarlo.
Para Nia, el estudio se había convertido en un refugio y un desafío constante. Su próxima presentación como bailarina principal exigía no solo perfección técnica, sino también una entrega emocional que a veces le costaba encontrar. A menudo, mientras ensayaba frente al espejo, sus pensamientos se desviaban hacia Ethan. Se preguntaba cómo estaría manejando su propio caos, deseando poder hacer más por él.
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Esa semana, Ethan decidió invitarla a una escapada improvisada. Una noche, después de uno de sus ensayos, la sorprendió en el estudio. Apoyado contra la puerta, vestido con jeans oscuros y una camisa casual, parecía fuera de lugar en ese espacio lleno de barras de ballet y espejos, pero su sonrisa despreocupada iluminó la habitación.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Nia, secándose el sudor con una toalla.
—Te secuestraré por unas horas —anunció con un brillo travieso en los ojos.
—¿Secuestrarme? Ethan, estoy agotada —respondió con una risa suave.
—Confía en mí. Nada de trabajo, nada de problemas. Solo tú y yo.
Nia dudó, pero la calidez en su voz la convenció. Diez minutos después, estaba sentada en el asiento del copiloto de su auto, viendo cómo las luces de la ciudad desaparecían mientras tomaban una carretera secundaria.
Llegaron a un lago tranquilo, rodeado por árboles que susurraban bajo la luz de la luna. Ethan abrió el maletero y sacó una manta, una botella de vino y una bolsa con bocadillos.
—¿Un picnic nocturno? —preguntó ella, sorprendida.
—Parecía lo suficientemente loco como para funcionar —respondió, extendiendo la manta sobre el césped.
Se sentaron juntos, observando cómo la luna se reflejaba en el agua. Nia sintió cómo el estrés del día comenzaba a desvanecerse.
—Esto es hermoso, Ethan. Gracias.
—Lo necesitaba tanto como tú. A veces siento que el ruido de la ciudad me consume. Aquí, contigo, es como si pudiera respirar de nuevo.
Ella lo miró de reojo, notando las líneas de preocupación en su rostro.
—¿Cómo van las cosas con el proyecto? —preguntó con suavidad.
Él suspiró, llevándose la mano al cabello.
—Difícil. Hay problemas legales, retrasos en la producción… Y parece que cada solución genera un nuevo problema. Pero estoy trabajando en ello.
Nia extendió su mano y la colocó sobre la de él.
—No tienes que enfrentarlo todo solo, Ethan. A veces, compartir la carga puede hacerla más ligera.
Él la miró con una mezcla de gratitud y algo más profundo, algo que le hizo temblar el corazón.
—Tú ya haces más de lo que imaginas, Nia.
Por un momento, el mundo se redujo a ellos dos, bajo el cielo estrellado, rodeados por el silencio del lago. Ethan se inclinó hacia ella, y cuando sus labios se encontraron, fue como si el tiempo se detuviera. No era su primer beso, pero había algo en ese instante que lo hacía sentir único, lleno de promesas que aún no podían expresar con palabras.
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Los días pasaron, y aunque la conexión entre ellos se fortalecía, las pruebas no cesaban. Una noche, Ethan la llamó con una voz cargada de frustración.
—¿Puedes venir a mi oficina? No sé a quién más recurrir.
Nia llegó poco después. Era tarde, y las luces del edificio estaban casi apagadas, salvo por el despacho de Ethan, que brillaba como un faro en la penumbra. Cuando entró, lo encontró rodeado de papeles, con la cabeza entre las manos.
—Ethan… —susurró, acercándose.
Él levantó la vista, y aunque intentó sonreír, el cansancio era evidente.
—Perdón por arrastrarte a esto.
—No tienes que disculparte. Dime cómo puedo ayudarte.
Ethan la miró, como si considerara las palabras que estaba a punto de decir.
—¿Recuerdas cuando dijiste que tenía a las personas adecuadas a mi alrededor? Tú eres una de esas personas, Nia. Necesito tu perspectiva, tu claridad.
Ella se sentó a su lado, revisando los documentos y escuchando mientras él explicaba los problemas. Aunque no entendía todos los términos técnicos, sus preguntas simples y directas lo ayudaron a encontrar lagunas que había pasado por alto. Después de horas de trabajo conjunto, encontraron una posible solución.
—Eres increíble —murmuró Ethan, mirándola como si acabara de resolver un enigma imposible.
—No hice nada que tú no pudieras hacer. Solo necesitabas despejar la mente —respondió ella, restándole importancia.
Pero Ethan sabía que no era cierto. Su perspectiva había sido clave. Más importante aún, su apoyo le había dado la fortaleza para seguir adelante.
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Una semana después, Ethan finalmente resolvió el problema del proyecto. Aunque aún quedaba trabajo por hacer, lo peor había pasado. Para celebrarlo, invitó a Nia a una cena íntima en su apartamento.
La velada transcurrió entre risas, anécdotas y miradas que decían más de lo que las palabras podían expresar. Al final de la noche, Ethan la llevó a la terraza, desde donde se veía la ciudad iluminada.
—He estado pensando mucho en nosotros, Nia —dijo, tomándola de la mano.
—¿Y qué has decidido? —preguntó ella, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo.
—Que no quiero un "nosotros" a medias. Quiero que seas parte de mi vida por completo.
Nia sintió que su corazón daba un vuelco.
—Ethan… no soy perfecta. Hay partes de mí que aún estoy descubriendo, luchas que todavía enfrento.
—¿Y crees que yo soy perfecto? —preguntó, con una sonrisa tierna—. Somos un desastre, Nia. Pero somos nuestro desastre, y eso es suficiente para mí.
Ella rió suavemente, emocionada por la honestidad de sus palabras.
—Entonces, supongo que estamos en el mismo equipo, ¿verdad?
—Siempre —respondió él, acercándola a su pecho.
Esa noche, mientras miraban las luces de la ciudad, ambos supieron que, aunque el camino sería complicado, estaban dispuestos a enfrentarlo juntos. Porque en los movimientos de sus corazones, habían encontrado un ritmo que les daba fuerza para bailar incluso en los momentos más oscuros.