Alice Crawford, una exitosa pero ciega CEO de Crawford Holdings Tecnológico en Nueva York, enfrenta desafíos diarios no solo en el competitivo mundo empresarial sino también en su vida personal debido a su discapacidad. Después de sobrevivir a un intento de secuestro, decide contratar a Aristóteles, el hombre que la salvó, como su guardaespaldas personal.
Aristóteles Dimitrakos, un ex militar griego, busca un trabajo estable y bien remunerado para cubrir las necesidades médicas de su hija enferma. Aunque inicialmente reacio a volver a un entorno potencialmente peligroso, la oferta de Alice es demasiado buena para rechazarla.
Mientras trabajan juntos, la tensión y la cercanía diaria encienden una chispa entre ellos, llevando a un romance complicado por sus mundos muy diferentes y los peligros que aún acechan a Alice.
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Capítulo 13 Pensiones
La motocicleta rugía con intensidad mientras se deslizaba a toda velocidad por una carretera de Long Island. El joven piloto mantenía una postura inclinada hacia adelante, sus manos firmes en el manillar mientras esquivaba los autos y aceleraba con una precisión inquietante. A sus espaldas, las luces azules y rojas de una patrulla de policía parpadeaban, iluminando la noche en destellos intermitentes. La motocicleta, a pesar de su tamaño pequeño y su piloto inexperto, se movía con una rapidez temeraria, superando con facilidad los límites de velocidad.
El joven motociclista, enfocado en el camino, aceleró aún más, llevando la máquina al máximo de su capacidad. Su único objetivo era evadir a las patrullas, alejarse de las luces y de la presión que sentía pisándole los talones. Hizo una maniobra brusca para tomar un desvío en una curva cerrada, pero la patrulla lo siguió con habilidad, no dándole tregua. Sus dedos apretaron el manillar, y sin pensarlo, dio un giro rápido hacia la derecha, sorteando un camión que estaba estacionado. Se inclinó casi al nivel del suelo mientras tomaba la curva, sus neumáticos chillando contra el pavimento.
Sin embargo, la velocidad a la que iba era demasiado arriesgada, y en una fracción de segundo, perdió el control. La motocicleta derrapó al intentar esquivar un obstáculo en la carretera, y el joven, incapaz de recuperar el equilibrio, salió disparado junto con el vehículo. La moto patinó y chocó contra la acera, emitiendo un fuerte estruendo que rompió la quietud de la noche.
La patrulla que lo perseguía frenó bruscamente, y los oficiales descendieron, apuntando sus linternas hacia el joven que yacía en el suelo. La figura del motociclista, aunque adolorida, empezó a moverse lentamente, tratando de incorporarse. Al quitarse el casco, reveló un rostro juvenil, aún marcado por la inmadurez de la adolescencia. Tenía alrededor de catorce años, con el cabello oscuro, revuelto y los ojos llenos de una mezcla de miedo, desafíoy dolor.
Mientras tanto, en la cocina de la casa de Patrick, el sonido de los cubiertos era lo único que rompía el silencio. Patrick estaba de pie junto a la estufa, sirviendo la cena, mientras su hija Sophie, de catorce años, comía de manera distraída, mirando su plato con desinterés.
—¿Dónde está tu hermano? —preguntó Patrick, con un tono ligeramente irritado al notar la ausencia de Nathan.
Sophie levantó la vista, sus ojos reflejando una mezcla de aburrimiento y cansancio.
—Está en su habitación —respondió, sin mucho interés.
Patrick dejó el plato que sostenía sobre la mesa y miró a su hija con una expresión de paciencia agotada.
—Ve y dile que venga para cenar con nosotros.
Sophie suspiró, claramente incómoda con la idea de interrumpir lo que fuera que su hermano estuviera haciendo.
—Papá, tiene un examen importante para mañana. Dijo que necesitaba concentrarse.
Patrick negó con la cabeza, soltando un suspiro. Sabía que Nathan podía ser un joven problemático, siempre buscando formas de desafiar la autoridad y de llamar la atención. Pero lo que menos esperaba era que esa noche estuviera involucrado en algo realmente serio.
En ese momento, un destello de luces en el exterior captó la atención de ambos. Patrick frunció el ceño, viendo las luces rojas y azules de una patrulla que iluminaban las ventanas de la casa. Su primer pensamiento fue Alice, un escalofrío recorriendo su cuerpo mientras imaginaba que algo grave podía haberle ocurrido.
—Quédate aquí, Sophie —dijo, y se dirigió rápidamente hacia la puerta principal, con el corazón acelerado.
Al abrir la puerta, se encontró con dos oficiales de policía, que flanqueaban a un joven en el centro: Nathan. El chico mantenía la cabeza baja, sus manos en los bolsillos, y aunque trataba de aparentar indiferencia, Patrick pudo ver el ligero temblor en sus hombros, una señal de que estaba asustado, aunque intentara ocultarlo.
Patrick los observó por un momento, entre la incredulidad y el enojo, antes de recuperar la compostura.
—Oficiales… ¿qué significa esto? —preguntó, aunque el tono de su voz denotaba más exasperación que sorpresa.
Uno de los oficiales, un hombre de rostro serio y ojos cansados, dio un paso al frente.
—Señor Van Buren, encontramos a su hijo en una motocicleta ilegal, escapando de una persecución a alta velocidad por Long Island. Se resistió al arresto y violó varias normas de tránsito.
Patrick cerró los ojos por un instante, como si al hacerlo pudiera calmar el torrente de emociones que sentía. Abrió los ojos nuevamente y miró a Nathan, quien finalmente levantó la vista para enfrentarse a la mirada severa de su padre.
—Nathan… ¿en qué estabas pensando? —preguntó Patrick, su tono contenido, aunque la ira y la decepción eran palpables.
Nathan se encogió de hombros, evitando el contacto visual y manteniendo la postura desafiante.
—Solo quería probar la moto, papá. No es para tanto.
Patrick apretó los labios, esforzándose por mantener la calma frente a los oficiales. Agradeció brevemente a los policías y les aseguró que se encargaría de que Nathan enfrentara las consecuencias de sus actos.
—Apreciamos su cooperación, señor Van Buren. Solo recuerde que la próxima vez podría no ser tan sencillo —advirtió uno de los oficiales antes de retirarse, lanzando una última mirada de advertencia a Nathan.
Patrick esperó hasta que las patrullas se hubieron marchado, y luego cerró la puerta, volviendo su atención a su hijo, quien seguía intentando mantener la compostura, aunque la mirada de Patrick comenzaba a desarmarlo.
—¿Sabes cuán estúpido ha sido esto, Nathan? —dijo Patrick en un tono firme, aunque más bajo—. ¿No tienes idea del peligro al que te expusiste?
Nathan frunció el ceño, tratando de defenderse.
—¡No es gran cosa! Solo quería sentirme libre por una vez. ¡Todo el mundo me controla todo el tiempo, y estoy harto!
Patrick lo observó, y en un instante comprendió el trasfondo de las palabras de su hijo. Nathan estaba enojado, frustrado por la situación en casa, por la constante atención de Alice hacia su trabajo y las restricciones que sentía. Pero eso no era excusa para poner su vida en peligro.
—No es la forma de manejar esto, Nathan —dijo Patrick, su tono suavizándose apenas—. Esta situación, la presión… es difícil para todos nosotros, ¿entiendes?
Nathan lo miró, su expresión suavizándose un poco, como si finalmente se permitiera bajar la guardia.
—Está bien. Lo siento, papá.
Patrick suaprio y puso una mano sobre el hombro de su hijo.
Por otra parte está Aristóteles....wao, todo en él grita "soy Griego", hasta el nombre
sugiero que coloques imágenes de tus personajes. gracias, ánimo