Mónica es una joven de veintidós años, fuerte y decidida. Tiene una pequeña de cuatro años por la cual lucha día a día.
Leonardo es un exitoso empresario de unos cuarenta y cinco años. Diferentes circunstancias llevan a Mónica y Leonardo a pasar tiempo juntos y comienzan a sentirse atraídos uno por el otro.
Esta es una historia sobre un amor inesperado, segundas oportunidades, y la aceptación de lo que el corazón realmente desea.
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La primer palabra de Sofía
Era una tarde tranquila en la casa. Sofía, que ya había cumplido un año, estaba sentada en su silla alta en la cocina, mientras Cintia le daba la papilla. La pequeña, con su cabello oscuro en suaves rizos, jugueteaba con la cuchara y hacía sus habituales sonidos ininteligibles, mientras Cintia le hablaba con ternura.
-Vamos, Sofi, abre la boquita... Esta es la última cucharada, te lo prometo.
Sofía rió, sus grandes ojos brillando con picardía mientras movía la cabeza de un lado a otro. Cintia suspiró, divertida.
-Sabes exactamente cómo ponernos a todos de cabeza, ¿verdad, pequeña?
En ese momento, la puerta de la cocina se abrió, y Diego entró, regresando del trabajo. Estaba cansado, pero la visión de Sofía en su silla lo hizo sonreír de inmediato.
-¡Hola, mis chicas favoritas!- dijo Diego alegremente, dejando sus cosas a un lado y acercándose a la mesa.
Cintia le devolvió la sonrisa, pero no esperaba lo que sucedió a continuación. Justo cuando Diego se acercaba, Sofía levantó la cabeza, sus ojos se iluminaron al verlo, y con una pequeña vocecita dulce y algo entrecortado dijo lo que nadie esperaba:
-Pa...pá.
El silencio en la cocina fue inmediato. Cintia se quedó congelada, con la cuchara de papilla a medio camino hacia la boca de Sofía. Diego, que estaba en el proceso de sentarse, se quedó de pie, completamente atónito.
-¿Qué...?- balbuceó Diego, sin poder creer lo que había oído.
Sofía volvió a mirarlo, sonriendo, y repitió con su vocecita llena de inocencia:
- Pa...pá.
El corazón de Diego dio un vuelco. Se llevó una mano al pecho, como si quisiera asegurarse de que no era un sueño. La emoción lo invadió por completo, sus ojos se llenaron de lágrimas, y una enorme sonrisa apareció en su rostro.
-Dios...- susurró, apenas pudiendo hablar- ¿Dijo lo que creo que dijo?
Cintia, recuperándose del shock, asintió con una gran sonrisa.
-¡Sí! ¡Dijo papá!
Diego se agachó frente a Sofía, mirándola con una mezcla de asombro y amor puro.
-¿Papá?- repitió, casi con miedo de que la niña no lo dijera de nuevo.
Sofía, como si lo supiera, estiró sus manitas hacia él y dijo una vez más:
-Pa...pá.
Diego no pudo contenerse más. Soltó una carcajada entrecortada por la emoción y, sin pensarlo dos veces, abrazó a Sofía, cuidando de no lastimarla en su entusiasmo. La besó en la cabeza, sin poder creer que la primera palabra de su pequeña fuera para él.
-Papá...ella me llamó Papá- susurró, todavía asombrado.
En ese momento, Mónica entró a la cocina, curiosa por el bullicio que había oído desde la sala.
-¿Qué está pasando aquí?- preguntó, riendo suavemente.
Diego se levantó, aún con Sofía en brazos, y con una mirada un poco avergonzada se acercó a Mónica.
-Mónica... yo...- comenzó a decir, buscando las palabras- Sofí... su primera palabra fue... papá.
El silencio se instaló nuevamente en la habitación, pero esta vez era el turno de Mónica de quedarse sin palabras. Observó a Diego, quien parecía a punto de disculparse por algo que no tenía por qué.
-Lo siento, Mónica- dijo Diego, rascándose la nuca.
- No quería... no sé, no quiero quitarte ese momento o que pienses que estoy usurpando un lugar que no me corresponde...
Mónica lo miró durante unos segundos que parecieron eternos, y luego una sonrisa suave y sincera apareció en su rostro. Dio un paso hacia Diego y, para sorpresa de él, le dio un abrazo lleno de ternura.
-No te disculpes, Diego-dijo en voz baja, pero clara- Si alguien tiene el derecho de ser llamado papá por Sofía, eres tú. Tú has estado ahí desde el principio. Eres el papá que ella necesita, el papá que ella eligió.
Diego la miró, con lágrimas de emoción llenando sus ojos, y asintió, incapaz de hablar. Los demás miembros de la casa, que habían oído el alboroto, entraron en la cocina y rápidamente entendieron lo que estaba ocurriendo. Cintia les explicó la situación, y pronto todos estaban alrededor de Diego, Mónica y Sofía, emocionados y sonriendo.
-¡Felicidades, papá!- dijo Samuel, dándole una palmada en la espalda a Diego, quien rió nerviosamente.
-Bueno, parece que ya es oficial- bromeó Inés, con una sonrisa cómplice- Sofía ha hablado y ha decidido.
-¡Nuestro Diego es papá ahora!- gritó Cintia, levantando un vaso en señal de brindis, lo que hizo reír a todos.
La atmósfera en la casa era de pura alegría. Diego, con Sofía en brazos, no podía dejar de mirarla y repetir en su mente aquella pequeña palabra que lo había transformado por completo: "Papá". Desde ese momento, comprendió que no solo él sentía que era su padre, sino que Sofía lo había confirmado de la forma más hermosa posible.
El tiempo siguió pasando, la vida siguió su curso, y Sofía iba creciendo rápidamente. A los dos años, ya corría por toda la casa, siempre bajo la atenta mirada de Diego o del miembro de la familia que la tuviera a cargo, Diego había asumido por completo su rol de padre. Su segundo cumpleaños fue una celebración alegre y colorida. La pequeña fiesta se realizó en el patio trasero, adornado con globos y flores. Sofía, con un vestido amarillo brillante, correteaba entre los invitados, emocionada por todo lo que veía a su alrededor.
-¡Mira, papá!- decía, señalando los globos mientras Diego reía y la seguía de cerca.
-Lo veo, princesa. Son tus favoritos, ¿verdad?
-¡Sí!- respondía ella, agitando las manitas con entusiasmo.
Mónica, observando desde una mesa cercana, sonreía al ver la conexión especial entre Sofía y Diego. En un momento, Sofía corrió hacia la mesa de regalos, donde había un enorme oso de peluche que captó toda su atención.
-¡Papá, mira!- gritó, abrazando el oso con todas sus fuerzas.
Diego la levantó en brazos, y juntos posaron para una foto, con Sofía sosteniendo el oso. Mónica tomó la fotografía, inmortalizando el amor y la alegría de aquel día.
El tercer cumpleaños de Sofía fue aún más especial. Para ese entonces, ya podía hablar con frases completas, y su curiosidad no tenía límites. Para la fiesta, Diego y los demás organizaron una pequeña aventura temática, llena de juegos y actividades para los pocos niños que había en la zona. Sofía, con una corona de cartón decorada con purpurina, se paseaba por la fiesta como si fuera la reina del lugar.
-¡Papá, ven!- lo llamaba cada vez que encontraba algo nuevo que la emocionaba- ¡Mira lo que encontré!
Diego siempre estaba cerca, siguiéndola con paciencia y cariño. Para él, no había nada más importante que ver a su pequeña feliz.
-¿Lo ves, Mónica?- decía Inés, sentada a un lado, observando la escena- Diego ha nacido para ser papá. Mira cómo la cuida, cómo la adora.
Mónica sonrió y asintió.
-Lo sé. No podría haber pedido una mejor familia para Sofía.
En la mesa del pastel, todos se reunieron para cantar "Feliz Cumpleaños". Cuando llegó el momento de pedir un deseo, Diego le susurró a Sofía:
-Pide un deseo, princesa. Lo que tú quieras.
Sofía cerró los ojos con fuerza y luego sopló las velas, con la ayuda de su papá. Nadie sabía lo que había deseado, pero al ver su carita radiante, sabían que había sido algo hermoso.
Los meses siguieron pasando, y Sofía continuó creciendo bajo el amor y el cuidado de todos en la casa, pero especialmente bajo el de Diego, su "papá". Cada día era una nueva aventura, y tanto Diego como Mónica sabían que su pequeña estaba destinada a ser alguien especial, rodeada de amor, risas y el apoyo incondicional de su familia elegida.