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Ni Villana, Ni Santa

Ni Villana, Ni Santa

Status: Terminada
Genre:Romance / Mujer poderosa / Magia / Reencarnación / Mundo mágico / Villana / Completas
Popularitas:166.8k
Nilai: 5
nombre de autor: LunaDeMandala

Esther renace en un mundo mágico, donde antes era una villana condenada, pero cambiará su destino... a su manera...


El mundo mágico también incluye las novelas

1) Cambiaré tu historia
2) Una nueva vida para Lilith
3) La identidad secreta del duque
4) Revancha de época
5) Una asistente de otra vida
6) Ariadne una reencarnada diferente
7) Ahora soy una maga sanadora
8) La duquesa odia los clichés
9) Freya, renacida para luchar
10) Volver a vivir
11) Reviví para salvarte
12) Mi Héroe Malvado
13) Hazel elige ser feliz
14) Negocios con el destino
15) Las memorias de Arely
16) La Legión de las sombras y el Reesplandor del Chi
17) Quiero el divorcio
18) Una princesa sin fronteras
19) La noche inolvidable de la marquesa

** Todas novelas independientes **

NovelToon tiene autorización de LunaDeMandala para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Baile

Días después, el gran salón de la mansión brillaba con luces doradas y cortinas de terciopelo. El baile era un despliegue de poder y lujo, organizado por varios nobles para “honrar” a los comerciantes más influyentes de la Isla de Oro. Esther y Arturo sabían la verdad: Fabio Doyle planeaba cerrar un negocio clave esa misma noche.

Ambos llegaron juntos, impecables. Esther, con un vestido carmesí que resaltaba su porte, caminaba con paso seguro; Arturo, elegante en uniforme formal, no lograba ocultar la atención que atraía con su sola presencia. Los ojos de todos estaban sobre ellos, y ese era justamente el escudo que necesitaban para acercarse a los socios de Doyle sin levantar sospechas.

Cuando la música comenzó, Esther se inclinó hacia Arturo con una sonrisa traviesa:

—No querrás que empiecen los rumores de que eres un príncipe frío y solitario, ¿verdad? Será mejor que me concedas un baile.

Arturo la miró serio, como siempre, pero un brillo divertido se asomó en sus ojos. Al final, aceptó y le ofreció su mano.

En la pista, los dos comenzaron a moverse con elegancia. Arturo mantenía la postura rígida, los movimientos impecables, como si estuviera marchando en vez de bailando. Esther no tardó en aprovecharlo.

—Si sigues tan tieso, van a pensar que eres un soldado disfrazado de príncipe. —bromeó en voz baja, con una sonrisa juguetona.

Por primera vez, Arturo soltó una risa suave, apenas audible, pero real. Su expresión se relajó, y aunque intentó recuperar la compostura, no pudo evitar que una sonrisa se quedara en sus labios.

—¿Así está mejor? —preguntó, aflojando levemente su postura.

—Mucho mejor —respondió Esther, encantada—. Ahora pareces un hombre que disfruta el momento… y eso es bastante atractivo.

El rubor regresó a las mejillas de Arturo, aunque disimuló mirando hacia otro lado. Esther lo notó y decidió no presionarlo más; bastaba con saber que su muro se resquebrajaba.

La música los envolvía, y mientras giraban bajo los cristales magicos en los candelabros, los dos parecían una pareja perfecta a los ojos de los presentes. Pero entre ellos, la tensión era mucho más que apariencia: era complicidad, deseo y un lazo que empezaba a tejerse, aún contra la voluntad de Arturo.

Y en medio de la danza, Esther pensó con satisfacción:

[Lo estoy conquistando… poco a poco]

El baile continuaba con música alegre y conversaciones entre copas de vino. Esther y Arturo se mantenían atentos a los movimientos de los socios de Fabio Doyle, pero entre las risas y la multitud, la misión parecía diluirse por momentos en la atmósfera festiva.

En un instante, una joven noble se acercó a Arturo con demasiada confianza. Le sonrió coquetamente, inclinándose más de lo necesario mientras le ofrecía una copa.

—Príncipe Arturo, sería un honor compartir un brindis con usted —dijo la muchacha con voz melodiosa.

Esther, que estaba a su lado, sintió cómo una chispa de incomodidad le recorría el pecho. Antes de pensarlo demasiado, apoyó con firmeza su mano en el brazo de Arturo, inclinándose hacia él como si aquello fuera lo más natural del mundo.

—Lo lamento, señorita —dijo Esther, con una sonrisa fina pero cargada de intención—, pero mi compañero ya tiene suficientes brindis esta noche. ¿Verdad, Arturo?

El silencio que siguió fue breve pero intenso. Esther temía que él se apartara, que la corrigiera o que le dijera que no se metiera en sus asuntos. Pero en lugar de eso, Arturo la miró, con esos ojos celestes tan serenos, y respondió con una calma desconcertante:

—Así es. —Levantó la copa que ya tenía en la mano y la sostuvo en el aire—. Ya estoy bien acompañado.

El rubor se extendió por el rostro de Esther, aunque intentó disimularlo con una sonrisa triunfante. La noble se retiró con una mueca, y Arturo volvió su atención a ella como si nada hubiera pasado.

—¿Celosa? —preguntó en voz baja, con un dejo de curiosidad más que de burla.

Esther entrecerró los ojos, con el corazón latiendo rápido.

—No lo llames así… solo estaba cuidando la fachada de nuestra misión.

Arturo la observó un segundo más, y para su sorpresa, no se mostró molesto, ni distante. Al contrario, parecía… tranquilo. Como si esa faceta más posesiva de Esther no lo incomodara en absoluto.

—Entiendo —dijo simplemente, y volvió a recorrer el salón con la mirada, atento a los movimientos de Doyle.

Esther, en cambio, no podía dejar de pensar:

[¿Cómo puede ser tan imperturbable? ¿Por qué no le molesta… que me muestre celosa?]

Y esa serenidad de Arturo no hizo más que aumentar la atracción que sentía por él.

La música se volvía más solemne cuando Arturo inclinó apenas la cabeza hacia Esther. Desde fuera, cualquiera pensaría que era una caricia íntima al oído; en realidad, era una orden estratégica.

—Uno de los socios de Doyle acaba de moverse hacia la galería norte —susurró, con la voz grave y calmada—. Mis hombres lo seguirán. Necesito que crees una distracción aquí, que haga que todos los ojos se aparten de esa dirección.

El corazón de Esther dio un salto. No era la primera vez que participaba en un juego de engaños, pero hacerlo en medio de un baile, con nobles y mercaderes poderosos observando, era un reto mayor. Y, además, que Arturo confiara en ella para un papel tan decisivo encendía en su interior un orgullo inesperado.

Esther arqueó una ceja y sonrió con picardía.

—¿Quieres que cause un escándalo? Eso se me da bastante bien.

Arturo no se permitió sonreír, aunque en sus ojos brilló una chispa fugaz.

—Confío en ti. Hazlo elegante… pero asegúrate de que nadie mire a la galería.

Ella asintió y, con un giro grácil, se separó de Arturo, dejando la pista de baile. Caminó hasta el centro del salón y, con voz clara, alzó una copa.

—¡Queridos invitados! —anunció, con una seguridad que de inmediato captó la atención de la multitud—. No puedo permitir que esta velada transcurra sin celebrar al príncipe Arturo Volt, quien ha honrado este salón con su presencia.

El murmullo fue inmediato: todos giraron la cabeza hacia el joven príncipe, quien se vio obligado a mantener la calma mientras recibía las miradas de docenas de nobles curiosos. Esther aprovechó para dar un paso más allá, sonriendo como si nada fuese improvisado.

—Así que… ¡propongo un brindis! —alzando su copa, su mirada se encontró fugazmente con la de Arturo, cómplice—. Que esta noche sea recordada no solo por los negocios, sino por la unión y la alegría de la Isla de Oro.

Las copas se levantaron, las voces se unieron, y en medio de la algarabía, nadie prestó atención a la discreta salida del sospechoso hacia la galería. Los hombres de Arturo lo siguieron sin obstáculos.

Mientras la multitud bebía y aplaudía, Esther volvió lentamente hacia Arturo. Se inclinó hacia él y susurró, con una sonrisa orgullosa:

—¿Ves? Te dije que sabía cómo brillar cuando hace falta.

Por primera vez en toda la noche, Arturo no pudo evitar mirarla con una mezcla de asombro y genuina admiración.

Cuando el bullicio del brindis se apagó poco a poco y la música retomó su ritmo, Esther volvió a ocupar su lugar junto a Arturo.

Él, como siempre, mantenía el porte rígido, pero sus ojos celestes la miraron un segundo más de lo habitual.

—Lo hiciste bien —murmuró, apenas audible, como si se tratara de un comentario accidental. No había sonrisa en su rostro, pero el tono era distinto: una sutileza que, en Arturo, equivalía a un elogio sincero.

El corazón de Esther se aceleró, sabiendo lo difícil que era arrancarle esas palabras. Sonrió con una satisfacción discreta, como quien recoge un premio silencioso.

—Sabía que te impresionarías tarde o temprano —susurró ella, divertida, sin apartar sus ojos de los suyos.

Arturo no respondió a la broma. En su lugar, inclinó de nuevo la cabeza, aparentando cercanía para los curiosos, pero esta vez su voz sonó más seria:

—Necesito que lo hagas otra vez. —Hizo una pausa, evaluando el salón con mirada calculadora—. Mis hombres aún no tienen suficiente información. Si los ojos vuelven a centrarse aquí, ganaremos unos minutos más.

Esther alzó una ceja, conteniendo una risa ligera.

—¿Otra distracción? Si sigo así, van a pensar que vine a este baile solo para robarme el espectáculo.

—Entonces hazlo convincente —replicó él, sereno, aunque en sus ojos había un brillo que ella no había visto antes: una chispa de confianza, casi de complicidad.

Ella respiró hondo, preparándose para repetir la jugada, pero esta vez decidió que lo haría con un toque aún más audaz. Si Arturo la necesitaba, no solo iba a distraer: iba a brillar y quizás a disfrutar.

Esther sabía que una segunda interrupción con brindis levantaría sospechas. Necesitaba algo distinto, algo imposible de ignorar. Y la idea le llegó de golpe: si todos los ojos debían posarse en ella, lo haría de la manera más dramática posible.

Esther comenzó la farsa con un suspiro dramático y un par de pasos vacilantes, se dejó caer más allá de la actuación. Su cuerpo cedió por completo y cayó contra Arturo, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar.

—¡Esther! —exclamó en voz baja, mientras la rodeaba con ambos brazos para impedir que se desplomara en el suelo.

Con el rostro sereno para el público, parecía un príncipe rescatando a una dama en apuros. Pero en la cercanía, Esther abrió los ojos un instante, apenas una rendija, y susurró con picardía, casi imperceptible:

—No me sueltes… cárgame.

—¡La duquesa Esther! —exclamó alguien, y de inmediato varios sirvientes corrieron hacia ellos.

Los presentes no tardaron en rodearlos, la atención del salón completa sobre ella y el príncipe. Exactamente lo que Arturo necesitaba. Nadie reparaba ya en lo que ocurría en la galería norte.

Arturo se quedó helado. Por un segundo quiso protestar, pero el murmullo creciente de los invitados no le dejó alternativa. Inspiró hondo, y con un movimiento firme, la levantó en brazos. El salón estalló en comentarios y exclamaciones: la imagen del príncipe llevando a la hija de los duques era demasiado impactante para pasar desapercibida.

Esther, en su aparente inconsciencia, aprovechó cada instante. Apoyó una mano sobre el hombro ancho de Arturo, la otra contra su pecho, sintiendo la fuerza bajo el uniforme. Sus dedos se deslizaron apenas, como quien busca sostenerse, pero en realidad era un recorrido silencioso que solo ella disfrutaba.

Arturo mantenía el rostro rígido, la vista al frente, caminando hacia un lugar apartado mientras la multitud lo seguía con la mirada. Pero por dentro, sentía el calor de cada roce, cada contacto intencionado que Esther fingía hacer sin querer.

Ella, oculta en su papel, sonrió apenas, disfrutando del contraste: la solemnidad de Arturo y su propio atrevimiento. [No hay forma de que olvide esto… aunque intente convencerse de que fue solo parte de la misión]

Cuando al fin llegaron a un rincón más tranquilo, Arturo la sostuvo con más cuidado y murmuró con severidad contenida:

—Esther… exageraste.

Ella entreabrió los ojos con lentitud, fingiendo debilidad, y dejó escapar una risa baja.

—Tal vez… pero admitelo, príncipe: todos miraban solo hacia nosotros. Y yo tuve lo que quería.

El rubor que tiñó sus mejillas fue imposible de ocultar... Además, pensó que, una vez apartados de la multitud, Esther se incorporaría por fin. Pero cuando intentó bajarla suavemente al suelo, ella apretó los dedos contra su uniforme, aferrándose con fuerza.

—No… aún no —susurró con voz débil, teatral, aunque sus ojos brillaban de picardía bajo los párpados entrecerrados—. Si me sueltas aquí, volverán a mirarnos… llévame hasta el carruaje.

El príncipe contuvo un suspiro. Parte de él quería reprenderla por su descaro, pero otra parte entendía que el espectáculo debía sostenerse hasta el final. Además… aunque no lo admitiera, había algo extraño y cálido en sentirla tan cerca.

—Estás abusando de esto —murmuró, ajustando el agarre con firmeza para cargarla mejor.

Esther apoyó la cabeza en su hombro, dejando escapar un suspiro triunfante.

—Shhh… piensa que solo es por la misión.

Atravesaron el salón entre murmullos excitados y miradas de asombro. Los invitados se apartaban a su paso, algunos cuchicheando sobre lo caballeroso que era el príncipe al cuidar de la hija de los duques. Nadie sospechaba que, en realidad, era Esther quien no lo soltaba.

Cada paso hacia el carruaje fue una prueba para Arturo: la presión del cuerpo femenino en sus brazos, la suavidad del roce de sus manos en su cuello, y el perfume que lo envolvía como una trampa invisible. Mantuvo el gesto serio, pero sus mejillas estaban ligeramente enrojecidas.

Al llegar, los guardias imperiales abrieron la puerta con rapidez. Arturo subió al carruaje sin soltarla, y solo entonces, cuando la acomodó en el asiento, Esther abrió los ojos del todo y lo miró con una sonrisa descaradamente satisfecha.

—Gracias, príncipe mío. Has estado perfecto.

Arturo la observó en silencio, sus labios apretados, intentando ocultar la mezcla de molestia y… algo más. Finalmente se recostó en el asiento frente a ella y murmuró:

—La próxima vez, procura una distracción menos… física.

Esther rió suavemente, inclinándose hacia él con picardía.

—No prometo nada.

El silencio que siguió estuvo cargado de tensión. Arturo sabía que había sido manipulado… y sin embargo, no pudo borrar la sensación de que había disfrutado, aunque fuera un poco, tenerla en sus brazos.

1
Karlite
Hermosa como todas 🥰
lupita N M
👍
Loba Hunter
Dios que arrastrada
Loba Hunter
arrastrada
Liliana Rivero
excelente historia muy hermosa fue buena desde el principio hasta el final felicitaciones escritora éxito en todas las demás que sigas escribiendo gracias por compartirla con nosotras bendiciones /Rose//Kiss//Heart/
Norys Perez
🥰🥰🥰
Liliana Rivero
excelente capitulo sigue así
ESTER CRISTINA GOMEZ RIVILLAS
Excelente
ESTER CRISTINA GOMEZ RIVILLAS
Linda historia el acoso de Esther dio grandes frutos 🤣🤣🤣🤣
Kaori
exelente historia.
Vale Barrera
Genial, cómo siempre 😍💕😍
Kaori
este emperador no está sino por la competencia 😂
Sandra Herrera
Hermosa historia, excelente la disfrute felicidades a la escritora
Sandra Herrera
Excelente historia felicidades, la disfrute
Liliana Rivero
que pensó Arturo que Esther le iba a estar rogando y mendigando un amor que el no se merece que pensó que ella no tiene dignidad
Kaori
que no ahora que si . hombres al fin
Kaori
aquí cuando es su prometida
Bea Tastro
muy hermosa esta novela , felicitaciones aurora 👏
Karye55
La posición estuvo potente 🤭🤣
Rose M
encantada!
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