Desde Que Te Vi

[Punto de vista de Mariana]

—¿Por qué sos así, Mariana? —se preguntó en voz baja mientras miraba por la mirilla de su puerta.

Otra vez.

Esperando ver si su vecino salía.

El vecino serio, atractivo, reservado, que de alguna manera le revolvía el estómago con solo cruzar mirada.

Había algo en él… algo familiar.

No solo era su voz profunda, ni sus ojos.

Esos ojos.

Dios.

Azules.

No, más que azules.

Eran como un océano inmenso, calmo, pero que también podía tragarte entero si te descuidabas.

Y aún así, daban ganas de lanzarse.

—Sos una chiquilina, Mariana. ¡Andá a estudiar! —se reprendió a sí misma mientras fingía buscar algo en la mochila.

Pero apenas escuchó el suave sonido de una puerta cerrarse en el pasillo, saltó.

Abrió la suya con disimulo, se acomodó el pelo, y salió… con dirección a ningún lugar.

Lo vio.

Caminaba por el pasillo con su porte elegante, ese andar seguro que parecía de película.

Pantalón oscuro, remera gris que marcaba sus tatuajes en los brazos, y una mochila negra al hombro.

—Hola, vecino —dijo Mariana, fingiendo sorpresa.

Mauricio giró, sonrió apenas.

—Hola, Mariana. ¿Vas a algún lado?

—Sí… o sea, no. Quiero decir, iba a… a ver si… ¡el supermercado! —improvisó torpemente.

—¿A las siete y media de la mañana?

—Desayuno importante. Soy fan del pan fresco —mintió con una sonrisa.

Mauricio la miró con una ceja levantada.

—Pan fresco… ajá.

Ella se rió nerviosa.

—Bueno, también me gusta el jugo de naranja. No juzgues mis antojos matutinos.

Él sonrió de lado.

Una sonrisa que la dejó medio boba.

[Punto de vista de Mauricio]

Mariana pensaba que disimulaba bien.

Pero era un libro abierto.

Uno hermoso.

Se hacía la distraída cada vez que él pasaba.

Se asomaba en los momentos más aleatorios.

Y ahora inventaba idas al supermercado a las siete de la mañana.

Lucio se reiría a carcajadas si lo supiera.

Pero él no le contaba nada.

Había algo en verla así, queriendo cruzarse con él, que lo desarmaba por dentro.

Era tierna.

Sincera.

Y aunque todavía no supiera todo lo que él había hecho por ella, ver que lo buscaba de forma natural, sin forzar nada… era la recompensa más dulce.

—¿Querés que te acerque? —le preguntó de pronto.

Mariana lo miró con los ojos abiertos.

—¿Tenés auto?

—Tengo moto —dijo, señalando con el pulgar detrás—. Pero tranquila, entiendo si no confiás en extraños.

—No sos tan extraño ya… y soy fan de las aventuras peligrosas —dijo con una sonrisa juguetona.

Mauricio rió suave. Dios, qué risa hermosa tenía ella.

Se le colaba bajo la piel.

Caminaron juntos hasta la puerta del edificio.

Él le abrió la puerta con un gesto de caballero.

Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y emoción.

—Gracias. Deberías dar clases de modales. Están en extinción.

—Solo con personas que lo merecen.

Ella volvió a ruborizarse.

Y él supo que estaba perdido.

[Punto de vista de Mariana]

Esa mañana no compró nada.

Se dio una vuelta por el barrio y volvió con las manos vacías y el corazón a mil.

—Estoy loca —se dijo frente al espejo—. Total y completamente.

Pero al mismo tiempo… no podía evitarlo.

Había algo en él que no la dejaba en paz.

Una especie de eco en su pecho que decía: “Ya lo conocés. Ya estuvo cerca antes”.

Y tenía que saber la verdad.

Aunque tuviera que inventar mil excusas más.