Su muerte no es un final, sino un nacimiento. zero despierta en un cuerpo nuevo, en un mundo diferente: un mundo donde la paz y la tranquilidad reinan.
¿Pero en realidad será una reencarnación tranquiLa?
Años más tarde se da cuenta que está en el mundo de una novela y un apocalipsis se aproxima.
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“¿Vamos a la isla?”
Mmm… hace calor.
Eso fue lo primero que pensó Leo al abrir los ojos. Había una manta sobre él, suave como las alas de una nube. Y el aire olía a madera, sal y… ¿manzana? Su barriguita hizo un ruidito. Glu glu. Papilla. Recordaba la papilla.
Estiró un brazo por fuera de la manta y lo agitó como un pez que quiere volar. Luego el otro. ¡Listo! Brazos activos. Tiempo de misión.
Rodó hacia un costado y soltó un quejido, más por costumbre que por necesidad.
—¿Ya estás despierto, corazón? —La voz de mamá lo envolvió como una canción bajita.
La buscó con los ojos. Ahí estaba. Sentada en la silla de siempre, estaba con los brazos donde él podía golpear con los pies y hacer Trump Trump. Su mamá le sonrió, acercándose para acariciarle la mejilla.
—¿Dormiste bien, mi vida?
Sí, pero soñé que navegábamos sobre una sopa de estrellas. Había un pato. El pato hablaba. Dijo que la sopa era suya y que no podíamos pisarla. Pero yo la pisé igual. Pato enojado. Yo feliz.
—Baaa… —dijo Leo, estirando una mano.
Mamá lo tomó y lo levantó con cuidado. Su cabeza cayó sobre el hombro de ella como una piedra muy cómoda. Escuchó su corazón. Tum tum tum. Tranquilo, como siempre. Eso lo calmó.
Cuando ella lo sentó sobre su regazo, él ya estaba sonriendo. No al 100%. Aún se sentía… blandito. Pero menos que ayer. Ayer era gelatina. Hoy, era como una papilla un poco espesa.
—¿Crees que puedas comer algo hoy también?
Leo no respondió. Su estómago habló por él: Gluuuuuu. Ella rió.
Unos pasos suaves sonaron afuera.
¡Toc toc!
¡Otra vez el gran pato!
Leo parpadeó y se puso alerta. Ya reconocía ese sonido. ¡El hombre del cuenco amarillo! El de las manos tibias y la voz tranquila.
—¿Puedo pasar? —preguntó la voz, como siempre.
—Sí, adelante —respondió mamá.
La puerta se abrió con su sonido habitual de madera antigua. Y ahí estaba.
Elian, el doctor.
El de las cejas que se movían cuando pensaba. Hoy venía sin cuenco, pero con una sonrisa y una carpeta de papeles bajo el brazo.
Leo lo observó detenidamente.
Hoy llevaba una camisa blanca que se veía muy cara.
Su cabello estaba ligeramente desordenado, lo cual a Leo le gustaba: significaba que no todos los adultos eran estatuas perfectas. Algunos también se despeinaron.
—Buenos días. ¿Cómo amanecieron? —saludó Elian, acercándose.
Leo lo señaló con su dedo regordete, sin emitir sonido.
Era su nueva estrategia para saludar: el dedo del juicio. Si lo señalaba, estabas aprobado.
—Mucho mejor —dijo Artemisa—. Ha dormido más tranquilo y ha comido sin rechazar nada. Aún está débil, pero se nota el cambio.
—Me alegra oír eso. —Elian dejó los papeles sobre la mesa y se arrodilló frente a ellos—. ¿Me dejas revisarte, campeón?
-baaaaaaahaaa.-Leo lo miró.
¿Campeón? ¿Yo? Bueno… sí. Suena importante. Me gusta.
No se resistió cuando Elian colocó el estetoscopio en su pecho. Estaba frío. Leo frunció la nariz.
—Corazón normal. Respiración limpia. —dijo el doctor, asintiendo.
¿Puede escuchar el corazón? ¿Así, literal? ¿Y cómo funciona? Guau. Increíble.
—Bien. No veo señales de recaída —añadió, guardando el estetoscopio—. Ya casi puedes volver a causar estragos como siempre, ¿verdad?
Leo dio una palmada en el aire.
Sí, señor. Misión crear problemas está lista para desplegarse.
Entonces Elian se incorporó y, con un gesto más relajado, dijo:
—Por cierto, el capitán acaba de avisar que haremos una parada en una isla dentro de dos días. Necesitan abastecerse de agua dulce y algunas cosas más —comentó Elian mientras dejaba la carpeta sobre la mesa—. Se llama Isla Calamis. Es pequeña, pero muy pintoresca.
Artemisa alzó las cejas.
—¿En serio? ¿Dónde?
—Una ciudad portuaria tranquila. Casas blancas con techos de arcilla roja, calles de piedra, algunas tiendas de ropa —para adultos y niños—, y un par de restaurantes que, según el capitán, sirven pescado fresco y jugo de mango. Nada muy sofisticado, pero parece segura. El capitán sugiere que, si alguien quiere bajar a estirar las piernas o abastecerse, puede hacerlo. ¿Qué piensan? ¿Les gustaría conocerla?
???
Leo se quedó mirando a Elian.
¿Isla? ¿eh? ¿Un lugar nuevo? ¿Comida? ¿Peces?
—¿Será seguro para él bajar? —preguntó mamá, acariciando su cabecita.
—Sí, si sigue mejorando como hasta ahora. Solo unas horas. Aire fresco, algo de sol. Incluso podría hacerle bien, no puede estar todo el tiempo encerrado en una habitación.
—¿Y si se cansa?
—Lo cargas. O te presto mi mochila de excursión. Tengo una de mi sobrino.
Mamá rió.
Leo parpadeó.
¿Mochila? ¿Me van a meter en una bolsa como si fuera pan? ¡Divertido! ¡Viaje express!
Artemisa miró a Leo, pensativa.
Él la miró con su mejor cara de “sí quiero ir”.
Frunció un poco los labios y ladeó la cabeza. Ojitos brillantes activados.
—¿Qué opinas, Leo? ¿Quieres conocer una ciudad?
—Aaaa —dijo, firme. Una sílaba poderosa. Esto parecía más decreto.
—Eso fue un sí, ¿verdad? —Elian sonrió.
Fue un “por supuesto, adultos lentos”.
Artemisa besó a Leo en la frente.
—Entonces saldremos un rato. Aunque sea solo para que vea otra cosa que no sean estas paredes de madera.
Leo ya se imaginaba todo. Isla. Nubes bajitas. Cosas que no conocía. Piedras nuevas para tocar. Olores nuevos para oler. Tal vez haya otro bebé. O un animal. ¡Un gato! Siempre había querido ver un gato. O una gaviota que hable.
—Bueno, entonces queda decidido. —Elian tomó sus papeles—. Les avisaré cuando estemos cerca. Mientras tanto, sigue dándole fruta y agua. Nada de juegos violentos ni saltos mortales, ¿eh, Leo?
Leo puso cara de indignación teatral.
¿Nada de saltos? ¿Y qué hago con toda esta energía almacenada en mis dedos? ¿Tejer?
—Nos portaremos bien. —prometió Artemisa.
-Baaaa- adios gran pato- balbuceo leo.
Elian se despidió con una reverencia exagerada que hizo reír a Leo, y salió por la puerta.
Una isla… Tal vez los patos vivan ahí. Tal vez tengan comida dulces. Tal vez haya cosas que huelan a aventura. Voy a necesitar mis mejores baberos.
Leo pensó muy seriamente, con una gran determinación.
Mamá lo acunó de nuevo, y él se acomodó feliz.
Pronto, muy pronto, tendría una nueva historia que recordar.