Sexto libro de la saga colores.
Tras seis años encerrada en un convento, Lady Tiffany Mercier encuentra la forma de escapar y en su gran encrucijada por conseguir la libertad, se topa con Chester Clark, un terrateniente que a jurado, por motivos personales no involucrarse con nadie de la nobleza.
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12. Evasiones
...TIFFANY:...
Mientras más trataba de ocultar mi pasado a Chester, más lograba que su curiosidad aumentara y eso me tenía aún más nerviosa. No quería su desprecio, puede que él tuviera buenas intenciones y que me considerara una buena esposa, pero desconocía en lo absoluto que yo era una mujer deshonrada a la fuerza. No creo que pudiera entender que no lo busqué, que no perdí mi virtud porque así lo quisiera, en un mundo donde ese era el único valor de una mujer, era difícil que confiara en mi palabra.
Me enseñaron que debía llegar pura al matrimonio, mi madre siempre me forzó a comportarme como una estatua, sin moverme, ni hablar de más para que eso no ensuciara mi apariencia de niña recatada, pero yo nunca pude almordarme a esas exigencias y por culpa de eso terminé en ese lugar.
Me dolía que mi madre fuese la responsable de dejarme tirada y echar la llave lejos, olvidarme para siempre, como si no fuese importante, como un animal que se abandona cuando es molesto.
Todo por no ser la hija ejemplar.
Por eso no podía aceptar la propuesta de Chester, aunque me pidiera pensarlo, no quería atarlo a un ser tan dañado como yo. No si si podría volver a dejar que un hombre me tocara, aunque me sintiera segura en sus brazos y sus besos fuesen adictivos para mí, yo no estaba segura de que mis oscuros recuerdos hicieran mella en el momento de consumar nuestro enlace.
No quería hacerle pasar un mal rato.
Por primera vez sentía que era importante para alguien, que era valiosa y no quería arruinar esa imagen que tenía de mí con mi pasado, con lo que me atormentaba.
Bajé mi falda cuando se agachó ante mí.
En su expresión se veía la angustia, el desconcierto y la lástima.
Odiaba eso, si Chester se enteraba, no iba querer tocarme, me trataría como un ser roto y siempre estaría preocupado por cualquier reacción.
Me alejé, ocultando mi expresión.
— Tiffany, dime ¿Por qué tienes esas cicatrices?
Le dí una expresión despreocupada, como si no fuese de gran magnitud.
— Solo son marcas de castigos.
— ¿Castigos? — Siseó, indignado — ¿Quién rayos te castigó?
— Todas son castigos por ofensas al Señor... La madre superiora las aplica a todas las monjas — Dije, como si no me afectara en lo absoluto.
— Lo dices como si no fuese tan grave. Te marcó la piel — Gruñó, apretando los puños, se acercó nuevamente hasta mis piernas y volvió a levantar mi falda, intenté bajarla Pero insistió — Déjame ver...
— No... Chester... Basta, no me importa...
— ¡Maldición, nadie merece un castigo así! — Alzó la voz, tan indignado, sus ojos echaban fuego, observó mis piernas desnudas, llenas de marcas — ¡Malditos, estos maltratos son inhumanos, te dejaron pasar hambre, encima te pegan y causan quemaduras! — La vena de su frente se tensó — ¿Qué clase de lugar es ese? ¿A caso es un calabozo para prisioneros? ¿O son las mazamorras de la Reina Vanessa?
Apreté mis puños y tragué con fuerza.
— Chester... Ya tienes tu respuesta, huí por eso así que por favor no sigas... No me agobies recordándome ese lugar... Lo único que quiero es olvidar todo — Susurré, suplicando, su rostro aligeró la dureza y observó mis piernas desnudas — Chester — Se inclinó y besó la marca en mi muslo, me estremecí — ¿Qué haces? No...
— Ya que no puedo borrar estás marcas de tu piel, quiero borrarlas de tu alma y de tu mente — Dijo y Jadeé, observé como besaba.
¿Por qué tenía que ser tan lindo? ¿Tan cariñoso? Me costaba tanto alejarme de él, quería quedarme con Chester, ser su esposa. Me estaba ayudando tanto que me tratara tan delicadamente, que se preocupara. Así sería más difícil marcharme, me gustaba su casa, me gustaba Chester.
Nunca me sentí tan cómoda y segura, ni siquiera en la casa de mis padres.
Siguió besando y empecé a temblar por otra cosa.
Mi centro estaba caliente y palpitante, con cada cosa que hacía, yo estaba más inquieta por dentro.
Siguió besando mi piel, mis quemaduras y marcas en los muslos.
Terminé con las piernas apartadas.
Mi corazón estaba tan acelerado con los toques sutiles de su boca.
Mordí mis labios y Chester dió una lamida en la parte interna de mi muslo.
Me cubrí en la cima con la falda cuando estuvo más cerca.
Observó hacia arriba, a mi rostro.
— Si seguimos en esta habitación no voy a poder controlarme contigo.
Eso me aterraba un poco.
Se elevó y me besó.
No podía respirar con sus besos tan hambrientos, moviendo su boca y succionando.
Se le atoró la respiración.
— Me gustas cada vez más. Tal vez no te guste lo suficiente para considerarme un esposo...
Rozó mi nariz con la suya.
— Si me gustas... Pero no estoy segura de mi decisión, te pido que me des tiempo — Susurré y me sonrió.
— De acuerdo, si puedo besarte y tocarte mientras espero tu decisión, está bien para mí.
Le dí un beso tímido.
— Terminemos de desayunar.
Asintió con la cabeza.
Sabía que su preocupación sobre mis marcas no se había ido por completo, lo veía en su rostro, pero me aliviaba que hubiese quedado pausada por los momentos.
...****************...
El sol salió y aproveché para lavar un poco de ropa de ambos en la batea del patio trasero.
Después de darle unas cuantas lecciones
Las ropas de Chester eran enormes y me costaba un poco exprimirlas después de restregar el sucio. Su ropa de trabajo era la más sucia, tenía mucha tierra, pero entendía que su trabajo siempre requería ensuciarse.
La mayoría de la ropa sucia era la de él.
Los cerdos hacían ruido, le estaba dando de comer restos de verduras y conchas de fruta.
Cargaba los sacos y los esparcía en el corral.
Los cerdos se lanzaban rápidamente a comer, demasiado hambrientos.
También estuvo guiando las vacas hacia un pasto cercano.
Era un hombre muy ocupado y trabajador.
Cuando pasó junto al gallineros las gallinas se alborotaron cacareando por comida.
Entró en el depósito y volvió con un balde repleto de granos de maíz.
Tomé la cesta con ropa y la colgué en las cuerdas.
Observé nuevamente, un gallo se posó en su hombro cuando entro al gallinero y me provocó una risa cuando empezó a picar la cabeza con su pico.
Él lo tomó y el animal sacudió sus alas alejándose.
Mi risa aumentó cuando observé que tenía el cabello despeinado.
Chester arqueó las cejas y giró su rostro hacia mí.
Me avergoncé callando en seco.
Sentí su mirada cuando me enfrasqué en terminar de colgar la ropa. Casi me sentía como una esposa, pero de un granjero. En la nobleza las esposas no hacían otra cosa que dar órdenes a los sirvientes, tomar té, asistir a bailes e ir en carruajes a comprar vanidades, también aparentar ser perfectas y dar hijos.
Ya no había nada de la nobleza en mí y no me sentía mal por eso.
Estaba tranquila de no estar asfixiada en bailes y con mi madre regañando todo el tiempo.
¿Cómo si mi hermano no fuese diferente?
Él tenía muchas cosas incorrectas, pero por ser hombre, nadie lo criticaba.
Me estremecí cuando unas manos rodearon mi cintura.
Quise correr por impulso, pero el sentir ese cuerpo enorme detrás de mí, me quedé quieta.
— ¿De qué se reía señorita? — Gruñó Chester contra mi oído.
— Los gallos son agresivos, debería tener cuidado.
— Lo único que pudo hacerle reír fue un gallo picando mi cabeza — Protestó, alejándose, observando la ropa colgada — Eso no me parece justo.
— Lo siento, es que se veía gracioso.
— ¿Entonces tendré que permitirle a ese gallo malhumorado que me picotee solo para verla reír? — Cruzó sus enormes brazos y negué con la cabeza.
— Contar el mismo chiste dos veces, no da gracia.
Resopló — Lo dice la experta bufona.
— No soy experta — Dije, colocando una pinza en su ropa — Es una regla que todo el mundo conoce.
— No debería ponerme las cosas tan difíciles, estaba entretenido con ese gallo, apenas y pude oírla reír.
Me encogí de hombros — Tal vez no sea tan difícil.
— Dejó la ropa muy pulcra — Admiró mi trabajo.
— Gracias — Supongo que tanta exigencia en el convento sirvió para algo bueno — No se veían tan blancas desde que mi madre estaba viva.
— Es mi trabajo ayudarle en el que hacer.
— Cierto... Entonces debería... — Se rascó la barba y grité cuando me atrapó en sus brazos — Debería hacerle cosquillas — Empezó y me intenté sacudir.
— ¡No, por favor! — Empecé a reír sin poder evitarlo, era inútil zafarme, tenía mucha fuerza y yo tan flaquita, volví a reír y caí al suelo, no me dejó en paz, se arrodillo y empezó nuevamente.
— Me gustan esas carcajadas...
— ¡Basta, ya no puedo más! — Me dolía el abdomen de tanto reír y paró, respiré agotada y con los ojos llorosos — ¡Es un tramposo! — Golpeé su pecho y se rió — ¡Forzó mi risa!
— El fin no justifican los medios — Estiró las piernas y apoyó sus palmas del suelo, acomodándose en el césped.
— No se vale, me duele el estómago de tanto reír, las cosquillas son desesperantes — Protesté, sentada, limpiando mis párpados húmedos.
— Es preferible que llore de la risa a que llore de tristeza.
Pasé una mano por mi cabello, debía verme como una loca con mis mechones cortos todos despeinados.
— Es un bruto.
— Se sorprendería de lo sutil que soy, aunque ya debe saberlo — Dijo, guiñándome un ojo — Se como controlar mi fuerza a pesar de tener esta apariencia de hombre rudo. Así que en las cosquillas es en lo único que soy un brusco.
— No me convencerá de ser su esposa con eso — Elevé una ceja.
— ¿Y esto la convencerá? — Se arrastró hacia mí y me besó con suavidad.
— Los esposos no se la pasan besándose.
— ¿Qué sabe usted sobre esposos? — Gruñó y me tensé, era cierto, él creía que pasé de un orfanato a un convento.
— Se cosas del matrimonio, en el convento aprendí en lo que se basa un matrimonio, el que no toma el camino religioso debe casarse según dicta las normas... La esposa debe obedecer al esposo...
— Ya basta de ese convento — Gruñó, volviendo a su mal humor, elevó una una pierna y apoyó su brazo de la rodilla — Se sorprendería la cantidad de gente que no sigue esas normas, todos son libres de hacer lo que quieran, aunque cada quien es responsable de usar esa libertad de forma correcta — Tocó mi cabello — Se que los nobles no se casan por amor, tampoco tienen mucha libertad, por eso prefiero esta vida, no soy apegado a la religión y mi sangre no es azul. Vivo según lo que dicta mi corazón y mis deseos, no para complacer consignas.
— Me encantaría vivir así — Suspiré y me sonrió.
— Ya estás viviendo así y podrías seguir haciéndolo si aceptas ser mi esposa.
— Se está tomando en serio el convencerme... — Solté un gemido de dolor al sentir un pinchazo en mi pecho.
— ¿Qué sucede?
— Creo que algo me picó — Susurré.
— ¿Dónde? — Dijo, preocupado.
— En el pecho...
Me tensé cuando empezó a desabotonar los botones del torso.
— Espere...
Apartó la tela.
No me dió oportunidad de decirle que no traía camisón.
Mis pechos quedaron al aire.
— ¿Dónde le pico? — Siguió preocupado.
— Aquí — Dije, sonrojada, señalé en el medio.
Había una picada y cerca estaba la abeja.
La apartó rápidamente.
— Hay que sacar la punta, sino se puede infectar.
— Yo puedo hacerlo — Intenté alejarme pero me colocó en su regazo, tocó mi piel con sus dedos e intentó sacar el aguijón.
Me sobresalté por el ardor cuando presionó.
— Ya está listo — La terminó de sacar y la aventó lejos — Gracias al cielo que no es alérgica.
— No, no lo soy.
Se aproximó y besó la marca de la picadura, intenté zafarme, dió una lamida que me jadear.
Sus manos tomaron mis pechos.
— ¿Qué hace? — Me espanté.
— Debo darle masaje — Su voz estaba gutural, amasó con cuidado y me estremecí, mi centro volvió a despertar.
Tomó los pezones erectos, los rozó con sus dedos.
Se enfrascó con uno mientras bajaba su cabeza y gemí cuando lo succionó con sus labios, lamiendo y besando.
— Chester... No... — Mi interior se inquieto más, con una necesidad insoportable.
Metió el otro seno a su boca y me arqueé.
Hizo un movimiento y terminé con la espalda apoyada en la hierba, con él inclinado sobre mí dándole atención a mis senos.
Bajó una mano por mi abdomen y me estremecí cuando llegó a mi vientre.
Si me tocaba, se iba dar cuenta de que yo...
Tomé su muñeca y se detuvo.
— ¿Sucede algo? — Preguntó, alejándose un poco.
— Mejor no sigamos — Dije y él se sentó.
— No se preocupe, no voy a forzarla a nada que no quiera.
Me cubrí la desnudes nuevamente.
Chester se levantó y se alejó para seguir con sus labores.
"SIEMPRE VOY A NECESITAR A MI PADRE" es algo que nunca decimos pero, realmente sentimos. Mi padre (abuelo) está grande y siento que cada día que pasa es uno en el que lo pierdo 😭