En un mundo donde las familias toman formas diversas, León se enfrenta a los desafíos y recompensas de crecer en un hogar que rompe con las normas tradicionales. Mientras navega la relación con su novia Clara, León descubre que no solo está construyendo su propia identidad, sino también reconciliando las influencias de un padre bisexual, un padrastro con quien compartió momentos cruciales, y una madre que ha sido un pilar de fortaleza.
Las raíces de su historia no solo se hunden en su familia inmediata, sino que también se entrelazan con las de Clara y su mundo, revelando tensiones, aprendizajes y momentos de unión entre dos realidades aparentemente opuestas. León deberá balancear la autenticidad con las expectativas externas, mientras ambos jóvenes enfrentan el peso de los prejuicios y el poder del amor.
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Un día de padre e hijo
El sol brillaba tenuemente a través de las ventanas del salón, y Rebeca, con una sonrisa maternal y una determinación tranquila, colocó la consola PlayStation 5 en el centro de la sala.
—Hoy será un día de padre e hijo, nada de estrés, nada de estudios, nada de trabajo —dijo mientras miraba tanto a Daniel como a León, quienes parecían confundidos pero intrigados por la propuesta.
Daniel tomó el mando con cierta torpeza, intentando recordar cómo se jugaba algo más allá del Tetris o Super Mario. León, por su parte, mostró una sonrisa de medio lado, sintiéndose extrañamente emocionado al compartir este momento tan inusual con su padre.
—Papá, no me digas que no sabes jugar. —León rió, moviendo los controles con agilidad mientras su avatar en el juego se deslizaba por el escenario virtual.
—¿Jugar? Cuando era niño, nuestro entretenimiento eran los trompos y las canicas, jaja, Dame un momento para entender esto.
El juego comenzó. León dominaba la partida mientras Daniel, en su torpeza, movía a su personaje en círculos, disparando al aire y saltando sin razón aparente. Cada vez que fallaba, ambos reían a carcajadas, olvidando por completo cualquier tensión.
—¡Papá, pero qué desastre! ¿De verdad no sabes ni apuntar? —bromeaba León mientras esquivaba otro ataque perdido.
—Esto debe tener un truco… ¡Ahí está! ¡Toma eso! —exclamó Daniel al lograr un golpe inesperado. Ambos cayeron en un ataque de risa, sintiendo una conexión genuina que hacía tiempo no experimentaban.
Mientras jugaban, Rebeca se retiró al comedor con una libreta y un bolígrafo, comenzando a escribir ideas para una novela.
Tras varias rondas de risas y juegos, León pausó la partida, su mirada más seria. Dejó el mando sobre la mesa y miró a su padre.
—Papá, ¿por qué trabajas tanto? Siempre estás ocupado… ni siquiera contestaste cuando mamá te llamó el día en que me desmayé.
Daniel se quedó callado, su rostro mostrando un cambio súbito. Sus ojos parecían buscar algo en el aire, como si volviera a otro tiempo. Con un suspiro, se apoyó contra el respaldo del sofá y comenzó a hablar.
—Cuando era niño, Alex y yo éramos inseparables. Su madre era una mujer fuerte, una luchadora, pero la vida fue muy dura con ella.
Daniel hizo una pausa, su voz temblaba mientras continuaba.
—Ella cayó enferma, hijo. Tenía una enfermedad que necesitaba medicamentos caros, y nosotros… éramos tan pobres que no podíamos ni soñar con comprarlos. Cada día la veía apagarse más, y yo no podía hacer nada.
León sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras. Daniel miró hacia la ventana, perdido en sus recuerdos.
—Recuerdo un día, poco antes de que ella falleciera… Estábamos en su casa, y ella, con una voz débil pero firme, me pidió: “Alex, traele una silla a tu amigo, que se sienta cómodo”. Incluso en su dolor, pensaba en los demás.
Una lágrima escapó de los ojos de Daniel, y León se estremeció al verlo tan vulnerable.
—Fue en ese momento que juré que nunca permitiría que mi familia pasara por eso. Que no importaría cuánto trabajo tuviera que aceptar, o cuántas horas extras hiciera… jamás les faltaría nada. Pero, ¿sabes qué decía mi abuela? Solo sobre los pobres cae el rayo.
León sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo, mientras reflexionaba sobre su propia experiencia reciente con la enfermedad.
—Papá… —murmuró León, mirando sus propias manos. Pensó en cómo su cuerpo le había fallado bajo el estrés, en cómo había priorizado tantas cosas sin darse cuenta del daño que se hacía. Ahora entendía mejor a su padre, pero también se prometió a sí mismo encontrar un equilibrio para no repetir esos patrones destructivos.
—Hijo, no quiero que pases por lo mismo que yo.
León le puso una mano en el hombro y le respondió:
—Papá, entiendo por qué haces lo que haces, pero a veces… lo que más necesitamos no es dinero sino a ti.
Daniel miró a su hijo, con los ojos ligeramente perdidos en el pasado. León, en silencio,comprendiendo mejor donde encajaba Alex en la vida de su padre.
—Ahora entiendo en parte por qué te costó tanto dejar a Alex —comentó León con suavidad, como si las piezas de un rompecabezas comenzaran a encajar en su mente. —No solo fue tu pareja, sino también alguien importante en tu niñez, alguien con quien compartías historias de vida.
Daniel suspiró profundamente, como si se aliviara un poco al verbalizar lo que había estado guardando por tanto tiempo.
—Sí… a veces tengo una gran melancolía al recordar esos días —respondió Daniel, con la voz quebrada por una mezcla de nostalgia y pesar—. Respirar el aire fresco, trepar árboles, nadar en la laguna... Recuerdo como si fuera ayer, los días en que no pensaba en nada más que en la libertad de ser joven, de no tener responsabilidades. El primer anime lo compartí con él, de hecho. Al principio pensé: "Qué pesado este niño", pero con el tiempo, su insistencia, su forma de ser, comenzó a funcionar jaja. Comenzamos a hablar, a compartir todo, incluso nuestras inquietudes.
Daniel se quedó en silencio por un momento, su mirada perdida en esos recuerdos tan personales. León observaba a su padre viendo en él a un hombre más complejo de lo que había imaginado.
—Extraño también a mi abuela, ¿sabes? —continuó Daniel, como si fuera necesario contar más, como si ese hilo de conversación lo ayudara a comprenderse a sí mismo. —Ella hacía los mejores postres… cada vez que los preparaba, la casa se llenaba de aromas que me hacían sentir que todo estaba bien, que el mundo fuera de casa no importaba. Las personas adultas muchas veces caemos en ese estado, ¿no? Idealizamos el lugar donde crecimos, nuestras raíces. Al final, eso es parte de nuestra identidad, hijo. A veces, el tiempo borra la claridad, pero la memoria sigue, la nostalgia nos conecta con el pasado, con quienes fuimos.
León no pudo evitar pensar en sus propios recuerdos, en cómo en muchas ocasiones había deseado escapar del peso de las expectativas, del estrés y de las dificultades familiares. Pero ahora, mientras escuchaba a su padre, comenzaba a entender que las raíces, los momentos compartidos, son lo que finalmente nos definen.
—Eso tiene sentido —respondió León, pensativo—. Creo que ahora entiendo mejor de dónde viene tu trabajo, tus sacrificios.
Daniel lo miró fijamente, y por primera vez, León sintió que su padre había abierto una puerta que había permanecido cerrada por años. La mirada de Daniel se suavizó, y por un momento, todo lo que había entre ellos se sintió menos pesado.
—Lo siento, hijo —dijo Daniel, con una voz que cargaba años de arrepentimiento y amor—. Me costó mucho entender lo que significa estar ahí cuando más te necesita la gente. Mi forma de hacer las cosas... tal vez no siempre fue la mejor.
León, con el corazón aún acelerado por las palabras de su padre, asintió lentamente. Sabía que las palabras no lo cambiaban todo, pero comenzaba a sentir que algo en su relación con Daniel estaba empezando a cambiar.
—Está bien, papá —respondió León con una sonrisa tímida, aunque sincera—. Estamos aquí, ¿no?