Tercer libro de la saga colores
El Conde Lean se encuentra en la búsqueda de su futura esposa, una tarea que parecía sencilla al principio se convierte en toda una odisea debido a la presión de la sociedad que juzga su honor y su enorme problema con las damas, sin pensar que la solución está más cerca de lo que cree cuando asiste a un evento de dudosa reputación.
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UNA PROPUESTA
...LEAN:...
Me quedó ardiendo la mejilla cuando Marta salió echa una furia del estudio.
¡Ay, no! ¿Qué había hecho? Se supone que debería haberme podido controlar y no comportarme como una abusivo loca, ahora la señorita estaba pensando muy mal de mi persona. Es que cada vez que la observaba me volvía loco y cuando la besé en el salón, todo se descontroló, no debió haber entrado al estudio, pero no podía echarle la culpa a ella, yo era el responsable.
Verla así, tan nerviosa y hermosa.
Antes de poder ser consciente estaba probando su boca de nuevo, con tanta desesperación. Era tan dulce y suave, eso aumentó mi ganas salvajes de tocarla, de besarla, de hacerle tantas cosas.
Era un bruto, un idiota.
Verla con el imbécil de Javier no me ayudó, me sentí desesperado, no quería que ese idiota le endulzara el oído a mi señorita. Los celos, mi masculinidad como desquiciada y el deseo que me dominaba por primera vez, detonaron a un ser salvaje que estaba dormido dentro de mí.
¿Cómo la vería después de esto sin avergonzarme por mi acto tan abusivo? Debía recordar, que la Señorita Marta no me pertenecía y que tal vez ella no sentía lo mismo, pero con mis hormonas al tope de tanta abstinencia, olvidé todo eso.
¿Cómo arreglaría aquel desastre?
Me despeiné y caminé de un lado a otro. Se me ocurrió una idea.
Salí del estudio, en busca de mi madre, la encontré en el segundo piso, en sus aposentos, tejiendo en su mesedora.
Entré sin permiso.
— ¡Ay, Lean, casi me matas del susto! — Dejó las agujas de lado — ¿Qué es lo qué te ocurre? — Me reparó detenidamente y luego estrechó sus ojos — ¿Ahora qué fue lo que hiciste?
— Manda a llamar a Dorian.
Se desconcertó — ¿Y eso para qué?
— Haz lo que ordeno.
— Lean, dime ¿Qué es lo que hiciste?
— Necesito unos consejos de ese mal nacido — Gruñí y alzó sus cejas.
— ¿No y qué no ibas a acudir a él porque iba a burlarse de ti y a humillarte?
— Tendré que soportarlo, llámalo — Agité mi mano con desdén.
— ¿Por qué no lo llamas tú?
— Porque no vendrá si lo hago, la última que estuvo aquí se fue muy ofendido — Se me sonrojaron las mejillas — Eso no viene al caso, como tu eres su suegra, te hará más caso a ti.
Se levantó — Antes debes contarme que fue lo que hiciste.
— La besé.
Soltó un gemido de asombro — ¿Y eso qué tiene de malo? Más bien me sorprende que te hayas atrevido.
— Lo hice a la fuerza y sin dar explicaciones, le robé los besos y me dió una bofetada — Me acaricié la mejilla, aún dolía.Tenía buena pegada. Mi madre me dió una palmada en el brazo, con rostro de enojo — ¡Madre! ¿Por qué me pegas?
— Eres un bruto, descontrolado — Gruñó — No debiste hacer semejante cosa, ahora de seguro está pensando que eres un hombre abusivo.
— Lo sé, estoy tan arrepentido, pero es que no pude controlarme...
Resopló — Si no podías controlarte entonces hubieras optado por tu mano.
— Eso no funcionó la otra vez, solo fue momentáneo.
— Tienes que aprender a controlarte o vas a terminar abusando de ella — Gruñó, dándome otra palmada — No puedes besar una dama sin antes ser tuya o por lo menos haberle confesado tu interés y que lo consienta.
— Jamás abusaría de Marta, no soy un violador, nunca le haría daño.
— Lo siento, no quise decir eso, pero es que me da impotencia que hayas actuado así.
— Hazlo, manda al mensajero por Dorian.
...****************...
Dorian llegó y pasamos a cenar junto con mi madre.
— ¿Cuál es el motivo de ésta llamada? — Exigió, picando un trozo de carne — No me gusta perder tiempo en tonterías, Eleana se quedó preocupada debido a ésta llamada, se me hizo casi imposible convencerla de que se quedara.
— Cena tranquilo, Lean hablará contigo después, no te preocupes, no es nada grave— Dijo mi madre, con tono amable.
— Estar a solas con Lean no me apetece, no después de que su amiguito se pusiera alegre conmigo — Me observó asqueado y mi madre entornó una expresión abochornada.
— No fue por ti — Apreté el cuchillo en mi mano, gruñendo — Fue un accidente.
— Esa clase de accidentes no están permitidos entre hombres, bajo ningún concepto. Agradece que no te asesiné por eso, te irá muy mal si te sucede con otro hombre.
— No va a pasar de nuevo y no vuelvas a insinuar que la razón fue por que eres hombre, ya sabes que esos chistecitos no me agradan.
— Es que tú no colaboras — Sacudió su cabeza.
— Te dije que era muy mala idea — Le dije a mi madre.
— ¿Qué idea es esa? — Dorian dejó de masticar.
Me marché al salón con Dorian y le serví vino, antes de hablar.
Lo tomó y se sentó en uno de los sillones.
Me senté frente a él.
— Si no hablas, voy a marcharme antes de que las cosas se pongan más raras.
Bebí un trago de mi copa.
— Necesito que me ayudes — Dije y alzó las cejas.
— Mi cuñado perfecto pidiendo ayuda, nadie me lo creará si lo cuento.
— Bajo ningún concepto quiero que cuentes lo que voy a proponer — Gruñí y se cruzó de brazos — Promete que no mencionarás nada, ni siquiera a Eleana.
Respiró profundamente — Lo prometo.
— Espero que lo cumplas.
— ¿Cuándo he faltado a mi palabra?
Me quedé sopesando, pero no hallé nada para acusarlo, no algo que recordara.
Me preparé mentalmente para sus burlas.
— Me gusta una señorita — Confesé y me observó detenidamente.
— Eso ya lo sé ¿Qué quieres que haga?
— Darme consejos de como contener mis impulsos masculinos o por lo menos a que no se asuste ni se ofenda con algunas de mis acciones.
Arqueó las cejas — Vaya, la situación es más grave lo que pensé.
— Deja de burlarte.
— No me estoy burlando, sabía que no habías tenido contacto con mujeres, pero no pensé que a ese punto — Dijo, serio, pero con diversión en su mirada — ¿Nunca habías tenido...
— No — Corté, apenado.
— Eres tan puritano.
No podía creer que estuviera hablando de algo tan privado con Dorian, con el mismo que había insinuado que me gustaban los hombres.
— Lo que quiero saber es como contenerlo, cada vez que pienso en ella me altero, hoy por ejemplo, le robé unos besos y me abofeteó.
— ¿Quién es esa señorita?
— Es una sirvienta.
Se rió — ¿Una sirvienta? ¿A caso no habías visto una mujer?
— No como ella.
— ¿Qué es lo quieres de ella? ¿Solo su cuerpo o la quieres como una compañera para toda la vida? — Preguntó, muy serio.
— La quiero como una compañera — No dudé, entrelazando mis manos mientras apoyaba los brazos de mi rodilla — Pero también la deseo.
— Háblale con la verdad para evitar confusiones — Dijo, encogiéndose de hombros — Si no quieres ser muy directo para no asustarla, debes ir lento, ganate su confianza con pequeños afectos y detalles, para que cuando la beses no te devuelva una bofetada.
Seguramente él había aplicado esos consejos con mi hermana.
— ¿Qué hago con mi problema?
Entendió a la perfección lo que quería decir.
— Eso no se puede controlar — Confesó y fruncí el ceño — Solo reacciona por impulso y si te atrae sucederá siempre.
Evité imaginarlo teniendo esas situaciones con Eleana.
— ¿Entonces cómo hago para no lanzarme sobre ella?
— Disimula, concéntrate en otra cosa cuando la tienes enfrente, es fácil sobrellevarlo.
— ¿Incluso viviendo bajo mi mismo techo?
— Ahí está lo fuerte del asunto y más que tú no has hecho el amor con nadie... Te recomiendo casarte cuanto antes para que no termines deshonrando a esa señorita antes del matrimonio.
Me despeiné el cabello.
— ¡Qué consuelo!
— Empieza a cortejarla desde mañana, se le gustas, caerá pronto en tus encantos, si es que tienes alguno.
Ignoré su último mal comentario.
— Cuando tengas mucha urgencia, utiliza tu mano... ¿Si sabes que eso sirve para...
— ¡Claro que lo sé! — Gruñí y me observó como si fuese un niño — ¡Aunque te cueste creerlo, se toda la teoría sobre los actos pasionales!
— Pero no sirve de nada sin la práctica — Me recordó y lo fulminé con la mirada — A ninguno de los dos le va agradar si hablo sobre mi experiencia, porque la mayoría lo he hecho con tu hermana.
— Ni se te ocurra, no es necesario.
— Ya te aconsejé en como acercarte a ella sin verte como depravado, tienes un físico aceptable y eres letrado, usa eso a tu favor — Dijo, por su expresión, no le agradaba en lo absoluto mencionar mis atributos — Sé sutil, caricias pequeñas, hasta que avances más y más, presta atención a sus reacciones físicas... ¿No es necesario que te las mencione?
— No, no lo es.
— Si le gusta, no te detengas hasta que se sienta desesperada.
— Gracias por los consejos.
— Soy el mejor — Dijo y puse los ojos en blanco — Me hubiera gustado que te emparejaras con la amiga de Roguina.
— ¿Así habrías cobrado tu deuda?
— No, esa chica y tú habrían encajado a la perfección.
— ¿Alguna noticia sobre su paradero? — Pregunté.
— Aún no, es una pena, si la tienen esos malditos mafiosos, ya la perjudicaron.
Sentí la misma pena, pobre chica, yo había sido del terror de muchas de esas señoritas y me pesaba no poder ayudarlas a todas, solo a Marta y por eso debía conquistarla, ganarme su confianza y su cariño, para mostrarle que no todo en el mundo era malo.
— Conozco un burdel — Dije y puso atención, sabía que no debía delatar, pero si me quedaba callado, se seguirían cometiendo injusticias y si estaba en mis manos ayudar, lo haría — El maldito de Alber me invitó a una celebración bajo engaños, pero cuando llegué, me percaté de que era un burdel y en ese lugar se llevó a cabo una subasta de señoritas.
Al menos el proxeneta no había visto mi rostro, pero si la de Marta. No, no iba a permitir que le hicieran daño, Dorian acabaría con ellos hasta reducirlos a huesos.
— ¿Dónde fué? — Exigió.
Le dí la dirección — Empieza buscando ahí, puede que la amiga de Roguina este allí.
— Con eso ya me pagaste el favor, si aciertas y la encontramos, O'Brian y Roguina te terminarán debiendo, insisto, es una pena que ya tengas tus ojos puestos en otra, te pagarían con eso.
— A diferencia de ti, yo no acostumbro a cobrar mis deudas con señoritas — Gruñí y se levantó.
— Es hora de que me marche, buenas noches, Lean.
— Buenas noches, Dorian, pondré en práctica tus consejos.
Le tendí mi mano y la estreché.
— Si fracasas, no me culpes, culpate a ti mismo.
...****************...
Fui a la cocina antes de que el personal se marchara a dormir.
Di con Marta, pelando unas zanahorias, sentada en un pequeño banco.
— Mi lord ¿Qué es lo que desea? — Preguntó el ama de llaves — ¿Algún té para dormir?
— No, gracias, estoy bien — Giré mis ojos hacia Marta, que estaba tan concentrada en su labor, para notar mi presencia o quizás si la notó, pero no quería observarme — Señorita Marta — La llamé y elevó su mirada, al observarme, enrojeció mucho — Necesito hablar con usted en privado.
— ¿Qué hay de mi labor? — Se tornó nerviosa.
— A la ama de llaves no le importará ¿Verdad? — Giré mi vista hacia la mujer.
— No, en lo absoluto, mi lord. Ande vaya, yo me encargaré del resto.
Ella no se mostró muy convencida, pero se levantó, sacudiendo su delantal, dejó el cuchillo sobre la mesa de la cocina.
Salí de la cocina y ella me siguió.
Me detuve cuando estaba lo suficientemente lejos y me giré hacia Marta.
— ¿De qué quiere hablar? — Preguntó, enterrando las manos en su delantal.
— Usted lo sabe.
— Si es por lo que sucedió en el estudio, descuide, lo olvidaré.
— ¿Lo olvidará? — Me desconcerté.
— Así es, no lo dejaré de ver como mi patrón por esa razón — Me observó de forma seria — Entiendo que tuvo un momento de debilidad y que...
— No, no voy a seguir viéndola como mi sirvienta — Corté y se desconcertó.
— Pensé que venía a retractarse de haberme besado.
— Si fue un atrevimiento y un abuso de mi parte, pero no voy a fingir que no la veo como mujer — Confesé, lleno de valor y se sonrojó, tornándose más nerviosa.
— ¿Quiere que seamos amantes? — Soltó y me tensé.
— ¿Qué dice?
— ¿Quiere tomarme como su amante?
Sentí como se me endurecía, pero mantuve la compostura, como dijo Dorian, aunque era muy difícil, no me moví.
— Yo quiero...
— No aceptaré ser su amante.
— Señorita Marta...
— No, soy más que una mujer de cama, quiero un hombre que me quiera como esposa — Me interrumpió nuevamente, con fuego en sus ojos celestes — Si no voy hacer monja, por lo menos merezco una vida digna.
¿Monja?
— Eso no es lo que voy a proponerle — Dije, en voz alta, para que dejara de juzgarme.
Se avergonzó — ¿Ah, no?
— No, quisiera cortejarla.
— ¿Cortejarme? ¿Y eso cómo para qué? — Adoraba su forma de ponerse nerviosa, tan tierna.
— Para casarnos ¿Si usted desea lo mismo? ¿Por supuesto?
gracias por no poner fotografías de los personajes!!