Dany es un adolescente nerd con una vida común. Lo único que desea en esta vida es lo que todo ser humano normal aspira y estima: paz.
Pero pareciera que nunca la tendría con Marcos dando vueltas: despiado, altivo, arrogante...
Porque Marcos era el típico macho de la escuela que jugaba fútbol. Ese tipo de chico que miraba a las personas como Dany como insectos.
No había manera de escapar de lo que se le venía encima o acaso si podría domar a la bestia.
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Las Reglas del Juego
El ensayo sobre Cien años de soledad está perfectamente doblado en mi mochila. Lo terminé anoche, después de tres tazas de café y un ataque de pánico al releer nuestros mensajes de WhatsApp.
Marcos (21:47):«Pásame tu parte mañana, no lo voy a reescribir entero»
Yo (21:49):«Ya está, solo falta revisar las citas»
Marcos (21:50):«👍»
Un emoji. Un maldito pulgar arriba ¿Era indiferencia? ¿O estaba tan nervioso como yo después de…eso?
Vale me intercepta en el pasillo, con sus uñas pintadas de morado chocando contra mi brazo.
—¿Fuiste a su casa? —susurra, como si Marcos fuera Voldemort.
—Teníamos que hacer el trabajo —murmuro, pero mi voz suena falsa incluso para mí.
—Javi anda diciendo que le robaste algo.
Me detengo en seco.
—¿Qué?
—Algo del cuarto de Marcos. Una pulsera o una estupidez así.
La sangre me hierve. ¿En serio? Ahora no solo soy el raro, sino también el ladrón.
Marcos está rodeado de su manada, como siempre. Javi le habla en voz baja, señalándome con la mirada. Cuando nuestros ojos se chocan, Marcos aparta la vista demasiado rápido*.
Me acerco. Error.
—¿Algo que quieras preguntarme, Rojas? —digo, con más valentía de la que siento.
El círculo de chicos se queda en silencio. Javi sonríe como una hiena.
—¿Te refieres a lo de tu nuevo hábito de robar? —dice Marcos, cruzando los brazos.
El aire me golpea el pecho. ¿Él también lo cree?
—No toqué nada de tu cuarto —respondo, clavándole la mirada.
Algo parpadea en sus ojos. ¿Inseguridad? ¿Arrepentimiento?
—Ya basta —dice Marcos, pero no sé a cuál de los dos nos lo dice.
Javi no se rinde.
—Revisemos su mochila entonces.
Antes de que pueda reaccionar, Javi me arranca la mochila de las manos. Mis libros caen al suelo. Y entonces lo veo: el hoodie de Marcos.
El mismo que olí como un perro faldero anoche. El mismo que olvidé devolverle.
—¡Ja! —Javi lo levanta como un trofeo—. ¿Esto no es robar, maricón?
Marcos palidece.
—Ese es…
—Tuyo. Lo sé —termino por él, sintiendo cómo el patio entero me mira—. Me lo prestaste ayer cuando tus amigos me empaparon. ¿O ya lo olvidaste?
El silencio pesa más que cualquier insulto.
Marcos abre la boca para hablar, pero entonces la profesora Fernández aparece.
—¿¡Qué pasa aquí!?
La directora nos tiene a los tres frente a su escritorio: Marcos, Javi y yo.
—¿Quieren explicarme por qué están revisando mochilas como pandilleros? —pregunta, con sus gafas de lectura en la punta de la nariz.
—Fue un malentendido —dice Marcos antes de que Javi hable—. Danny tenía mi hoodie, pero se lo presté.
Javi lo mira como si lo hubiera apuñalado.
—¿Estás defendiéndolo?
—Estoy diciendo la verdad —gruñe Marcos.
La directora suspira.
—Marcos, tú mismo has tenido quejas por bullying. Si esto es otra…
—No lo es —interrumpe él, con los nudillos blancos sobre las rodillas—. Danny y yo estamos trabajando en un proyecto. Nada más.
Al decir mi nombre, me mira. De verdad me mira. Y por primera vez, no hay burla en sus ojos. Hay… algo frágil.
La directora nos deja ir con una advertencia. Afuera, Javi empuja a Marcos contra los casilleros.
—¿Qué mierda te pasa? ¿Te gusta o qué?
Marcos lo aparta de un empujón.
—Basta, Javi.
Hay tanto veneno en su voz que hasta yo me estremezco. Javi se aleja, escupiendo un «estás acabado» antes de desaparecer.
Nos quedamos solos. El pasillo está vacío, pero el aire entre nosotros vibra.
—No sabía que todavía lo tenías —dice Marcos al fin, refiriéndose al hoodie.
—Iba a devolvértelo hoy.
—Quedatelo.
Nos miramos. ¿En serio?
—No quiero tu…
—Quedatelo, Danny.
Y entonces sucede. Su mano roza la mía, solo por un segundo. Un toque eléctrico, disfrazado de accidente.
Los monstruos también tienen miedo (y se llama Javi). Marcos Rojas miente por mí. Un roce de manos puede ser más íntimo que un beso.