¿Qué pasa cuando la vida te roba todo, incluso el amor que creías eterno? ¿Y si el destino te obliga a reescribir una historia con el único hombre que te ha roto el corazón?
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CAPITULO 11
La declaración de Ana resonó en la mansión vacía: "No quiero seguir siendo tu esposa... aún no."
Daniel sintió que el año de lucha se había evaporado. Se había comportado como un santo, había salvado su vida, había liquidado su traición... y todo para que ella se fuera.
Intentó discutir, pero Ana lo detuvo con un gesto, su mirada cristalina e inquebrantable.
"Te he ganado, Daniel. Te ganaste mi gratitud y mi respeto. Pero el corazón no se gana con favores, se gana con la verdad. Y mi verdad es que no puedo volver a ser la mujer que vivía para ti y para la empresa. Necesito un lugar que sea solo mío, donde pueda recordar quién soy, sin tu apellido ni tu culpa."
Daniel asimiló la derrota. Sabía que si insistía, la perdería por completo.
"Muy bien," dijo Daniel, con la voz ahogada. "Pero pagaré el apartamento. Elegiré la zona más segura. Estaré allí todos los días para ver a Martín. Y no te pediré un beso, Ana. Me conformaré con ser tu vecino, tu socio y tu mejor amigo, hasta que te vuelvas a enamorar de mí."
Daniel no solo había aceptado la mudanza, sino que había redoblado la apuesta: se había comprometido a una reconquista a distancia, sin el chantaje de la convivencia.
A la semana, Ana y Martín se mudaron a un apartamento moderno con vistas a un parque tranquilo. Daniel había gestionado la mudanza con una eficiencia dolorosa, llenando la nevera de Ana y comprándole a Martín una nueva colección de cómics para suavizar el cambio.
La nueva dinámica fue un martirio para Daniel. Ahora era un padre con horario. Recogía a Martín del colegio, cenaban juntos en el apartamento de Ana, y luego Daniel regresaba a la mansión, vacía y fría.
Ana, por su parte, floreció.
La Jefa de Acero Resurge: Volvió a la oficina, más feroz y enfocada que nunca. Tomó el control de las grandes decisiones, dejando a Daniel impresionado por su capacidad de resiliencia y su visión. En la oficina, eran el equipo perfecto; en casa, extraños educados.
El Vínculo con Francisco: Ana se mantuvo en contacto con Francisco, el psicólogo. Ahora, la amistad era abierta y continua. Francisco la visitaba en el café cerca del parque, la animaba en sus hobbies y, sin querer, se convertía en el tercer elemento de esta nueva vida. No había romance, pero Francisco llenaba el vacío emocional que Daniel, con su presencia asfixiante, no podía tocar. Daniel sabía que Francisco entendía a Ana de una forma que él aún no podía.
Un mes después de la mudanza, Daniel estaba en el apartamento de Ana, ayudándola a colgar un cuadro. Ana se puso pálida y se tuvo que sentar de golpe.
"Ana, ¿qué pasa? ¿Estás bien? ¿Te duele algo?" preguntó Daniel, con el pánico regresando.
Ella lo tranquilizó, atribuyéndolo al estrés de la mudanza. Pero dos días después, durante un almuerzo de trabajo con el Sr. Méndez, Ana tuvo que salir corriendo al baño, con fuertes náuseas.
Daniel la siguió, el miedo a la recaída paralizándolo.
"Ana, tenemos que ir al hospital," dijo Daniel, desesperado.
Ana negó con la cabeza, una sonrisa nerviosa en su rostro. "No, Daniel. No es el cáncer. Es..."
Ana se detuvo, tomó aire y miró a Daniel a los ojos. La remisión, la enfermedad, el divorcio y la reconciliación del cuidador... todo había sido tan intenso que habían descuidado los detalles.
"Daniel, vamos a tener otro bebé," susurró Ana.
La noticia golpeó a Daniel con la fuerza de un rayo. Un bebé. Una vida que había sido concebida en medio de su farsa y el dolor de su enfermedad, pero que se anunciaba en el momento de su mayor independencia.
Daniel, a pesar del terror por la salud de Ana, sintió que el mundo se detenía. Era un milagro, la prueba de que su cuerpo había sanado por completo. Pero también era la prueba de que la vida lo ataba a Ana de una forma ineludible.
La alegría se mezcló con el miedo. Este nuevo integrante era la peor pesadilla y la mayor bendición.
El Miedo de Ana: "Daniel, si esto pone en riesgo mi remisión... no quiero tenerlo."
La Promesa de Daniel: Daniel no dudó. "Tu vida es la prioridad, Ana. Pero si la doctora nos da una oportunidad, vamos a luchar juntos. No hay divorcio, no hay apartamento, no hay Francisco que valga. Vas a luchar por esta vida, y yo te voy a proteger a ti y a nuestro hijo con todo lo que soy."
El nuevo bebé detuvo la independencia de Ana. El riesgo para su salud la obligó a aceptar de nuevo la vigilancia constante de Daniel. Francisco, ahora, era solo el psicólogo al que debía consultar para gestionar el estrés.
El nuevo integrante era el vínculo inquebrantable que el primer matrimonio nunca tuvo. Daniel tenía una nueva oportunidad, y esta vez, el juego no era solo por el corazón de Ana, sino por la vida de la familia que ambos estaban arriesgando.