Valeria

Capítulo 11

Valeria cuidaba a su padre mientras su mamá e Irene habían salido a la iglesia. Francisco se recuperaría, aunque había quedado muy lastimado de su pierna derecha, también había sufrido quemaduras en la espalda y en su brazo izquierdo, tardaría en mejorar. Francisco despertó sonrió al ver a su hija a su lado.

—Mi hermosa flor del campo.—

—Papá, no te preocupes por nada vas a estar bien.—

—Se perdió todo, ahora estaremos en la ruina total.—

—Papá no es una vergüenza trabajar, conservaremos la casa de la capital. Tus amistades te conseguirán trabajo de burócrata o de administrador. Y si es necesario te ayudaré siendo costurera, pero siempre juntos.—

—Esa no es la vida que quería para ti.—

—La prefiero mil veces a casarme con un hombre que me golpee o que me odie por ser mujer. En pocas palabras que me trate mal.—

—Eso jamás lo permitiré, eres la niña de mis ojos. A veces envidio tu manera tan positiva de ver la adversidad.—

—Confió en ti, Papá sabes lo mucho que te quiero, sabes que haría cualquier cosa por ti.—

—Mientras estés a mi lado, podré con todo.—

Valeria abrazaba con mucho cuidado a su padre para no lastimarlo, sin duda había logrado tranquilizar a Francisco, para él su hija era una bendición, un regalo de dios para guiarlo en la vida, lo llenaba de fé a pesar de sentirse sin esperanza alguna.

Mientras tanto Gertrudis se encontró con María Luisa en la iglesia, a pesar de la advertencia de su hijo se acercó a ella.

—María Luisa, ¿cómo estás?—

—Gertrudis, no estamos bien. Se quemó la cebada que había sembrado mi esposo.—

—¿Qué?¿cuando?—Gertrudis lo ignoraba, ella había estado al pendiente de su hijo, extrañamente nadie le había informado nada.

—Anoche, mi esposo sufrió quemaduras importantes por intentar salvarlas.—Gertrudis pensó lo peor, sintió desvanecerse de la impresión.

—¿Estás bien? Siéntate Gertrudis. Irene trae algo de agua.—

—No, no estoy bien. Es una tragedia que haya perdido todo su esfuerzo en una noche, sabes que estimo mucho a Francisco, era el mejor amigo de mi esposo, él lo apreciaba como a un hermano.—

—Si lo sé, tranquila Gertrudis. Mi esposo cumplirá su palabra y le pagará a tu hijo lo que le debe. Así sea con la hacienda.—

—Si lo hace, ¿de qué van a vivir?—

—Volveremos a la capital, y ya veremos que pasa.—

—Eso no es justo.—Gertrudis lloraba de impotencia y de dolor solo de pensar que detrás del incendio estaba su hijo como responsable.

Más tarde Gertrudis volvía a la hacienda, sentía que el corazón se le saldría por la boca solo de pensar en lo cruel que podría ser su hijo. Luis estaba en el despacho revisando las cuentas con Susana. Se había convertido en parte esencial de su vida, era eficiente y complaciente. A Luis le gustaba como se esforzaba en conquistarlo, ella no dejaba de comportarse seductora y coqueta todo el tiempo. Además le gustaba la devoción que le profesaba, sin esperarlo estaban apunto de besarse una vez más cuando entró Gertrudis sin tocar.

—Tu lárgate de aquí, necesito hablar con mi hijo.—Gertrudis estaba furiosa.

—Por favor Susana, déjanos a solas.—Susana salió dejándolos en total privacidad.—Se que eres mi madre, pero antes de entrar debes tocar.—

—Te da miedo que te encuentre fornicando con esa meretriz aquí en el despacho, miedo debería darte recibir el castigo de dios. Cómo pudiste enviar a quemar los sembradíos de Francisco, eres un ser abominable, me avergüenzo de ti. Pero no pienses que están solos, yo pagaré su deuda contigo para que los dejes en paz.—

—Vas a usar el dinero que te dejó mi padre para salvar al asesino de tu hijo, y por ende el de tu esposo. ¿De qué lado estás mamá? Para tu información no sé de qué me hablas.—respondió Luis mientras se servía una copa de vino.

—Lo sabes muy bien, Francisco está herido por tratar de salvar la cebada. Así que dime cuánto es lo que te debe porque pagaré por el.—

—Acaso lo defiendes porque estás enamorada de él.—dijo Luis, por primera vez Gertrudis abofeteaba a su hijo.

—A mi me respetas, nunca he amado a otro hombre más que a tu padre. Pero estás cegado por una venganza absurda, el no es el responsable como dice la dichosa carta. El también participaba en las reuniones secretas, sin duda el también hubiera muerto al lado de tu hermano, sin prensarlo. ¿Por qué no lo confrontas y aclaras tus dudas?—

—No lo creo, aquí está la carta. Compare su firma con la de los documentos de los préstamos y son idénticas.—

—¿Y que sigue en tu diabólico plan?—

—Le daré la oportunidad de salvarse, te demostraré que lo que más ama es su posición y el dinero. Y tal vez así dejes de compadecerlo, ahora déjame solo.—

—Realmente extraño a mi dulce hijo, a mi querido Luis. Honestamente este hombre en que te has convertido no lo conozco.—

Luis no respondió, espero a que saliera su madre del despacho para celebrar su triunfo. Encarnación había hecho un gran trabajo, su siguiente paso era exigir el pago de los préstamos, sabía que Francisco no lo decepcionaría. Mientras tanto Susana estaba frustrada por no haber logrado su cometido, estaba furiosa.

—Si no hubiera sido por la vieja esa, ya sería la mujer de don Luis.—

—Cálmate tendrás de nuevo tu oportunidad, y tendrás el favor de Don Luis. Serás la mujer del patrón.—

—Que no las vaya a escuchar la señora Gertrudis, porque las hecha de patitas en la calle.—les advertía Trinidad.

—¿Tú qué haces aquí chismosa?, tu lugar es en el huerto.—

—La señora Gertrudis me requiere aquí, aunque te des aires de dueña y señora. No lo eres, y no lo serás nunca, eres una sirvienta igual que nosotras.—

—Tal vez no sea la dueña, pero es obvio que no somos iguales. Así que cada una a su lugar, si no le diré a don Luis que ya no me sirven y con gusto las correré de aquí.—

Susana era despreciable, trataba a las mujeres que le ayudaban como si fueran insignificantes, cosa que Gertrudis jamás había hecho. No la delataban por miedo a que cumpliera sus amenazas y las corriera de la hacienda, después de todo ella era la administradora.

Días después Roberto llegó hasta la hacienda de su padre, aunque había llegado solo. Algo que sorprendió bastante a María Luisa.

—Hijo, volviste antes. ¿Y Aurora?—

—Peleamos, me hizo sentir humillado. Don Gregorio seguirá manejando la fortuna de mi esposa, entonces le solicitamos que pagara las deudas de mi padre, obviamente con el consentimiento de mi esposa. Pero se negó, según él todo está invertido en la mina que acaba de comprar que es de mi esposa.—

—Hijo no te inquietes, aunque no lo quiera la situación me ha obligado a darle la razón a Valeria. Tendremos que entregar la hacienda a don Luis Pimentel, sé que nos dará lo justo por ella, claro después de cobrar lo que le debemos. Regresaremos a casa en la capital, y dios dirá qué vamos hacer.—

—No hay de otra madre, los cortina arruinados. Futuros empleados de los aristócratas o del gobierno, seremos el chisme por meses o años.—

Lo único que quería por el momento María Luisa era que su esposo sanara de sus quemaduras, aunque trataba de mostrarse tranquila, ella no se conformaba en vivir en la miseria.