Destino

Alana, sin tener conocimiento de la situación, continuaba con su trabajo. Cuando vio a Martín acompañado de sus amigos, no le prestó atención y siguió con sus tareas. Santiago comentó: Observa, ni siquiera es capaz de acercarse a ofrecer una explicación; parece que se burla de Martín.

Alex respondió: Santiago, deja de decir esas cosas. Ella no está haciendo nada malo.

Martín intervino: Tranquilícense, no hay motivo para discutir entre nosotros. Ella me explicará hoy mismo qué está sucediendo.

Después de comer, los tres salieron del restaurante. Santiago llevó a Alex a su domicilio y, antes de que bajara del auto, le comentó: Martín, amigo, reflexiona bien sobre las decisiones que tomas. Martín se despidió y solicitó a Santiago que lo llevara a su casa, al tiempo que le pidió que, por favor, enviara a sus hombres a traer a Alana.

Santiago cumplió con esta solicitud y se quedó estacionado afuera hasta que Alana salió. Cuando ella se disponía a subir al auto, como de costumbre, él la llamó: Señorita Alana. Ella se dio la vuelta y respondió: Sí, dígame.

Santiago: ¿Puedo hacerle una pregunta? Será rápido.

Alana: Claro, dígame.

En ese momento, Santiago hace una señal a sus hombres y ellos proceden a sujetarla con fuerza. Pedro baja del auto y grita: ¡Oigan,¿ qué está pasando, suéltalo! Alana, angustiada, exclama: ¡Sueltenme, ¿qué les pasa?! Santiago se acerca y le dice: Ahora debes venir con nosotros; tu dueño te está esperando. Luego, la obliga a subir al auto.

Alana comienza a gritar y Santiago se aproxima, advirtiéndole: Has silencio y luego se acerca a Pedro quien también gritaba y le dice Si sigues gritando, te mataré. Ante esta amenaza, el se queda en silencio. Santiago se sube al auto y se dirige a casa de Martín.

Pedro también sube a su auto y va a la policía para informar de la situación y contactar a Ana.

Alana se quedó en silencio y comenzó a llorar, pues este hombre la estaba llevando sin que ella pudiera entender sus intenciones. Santiago llamó a Martín sin mencionarlo directamente y le dijo: Amigo, ya la tenemos. Alana se preguntó a quién había llamado y, después, preguntó: ¿A dónde me llevas y por qué?.

Santiago respondió: Ya lo entenderás, cariño. Ahora, por favor, guarda silencio.

Alana insistió: Déjame ir, apenas te conozco y no te he hecho nada; ¿quién te envió?.

Santiago replicó: Te he dicho que te calles; estoy manejando y me estás volviendo loco. Solo espera a llegar.

Alana: Por favor, déjame ir, no le he hecho daño a nadie.

Santiago: Eso piensas. Crees que es aceptable burlarse de una persona y hacerle creer que cumplirás con la deuda. Así que tú y tu padre decidieron hacerle una broma a mi amigo, ¿eh? Ya verán las consecuencias.

Alana se sorprendió ante sus palabras. - Otra vez mi padre - expresó. - ¿Qué tiene que ver él aquí? ¿Acaso te envió a buscarme? No tengo nada que ver con él, solo vivo con mi madre. Por favor, déjame bajar.

Santiago frenó de golpe, lo que hizo que Alana se estremeciera.

Posteriormente, él le dijo en un grito contundente: Quiero que te calles ahora mismo. Alana se sobresaltó ante su expresión y empezó a llorar. Santiago continuó conduciendo, y al llegar a su destino, la bajó del auto de forma abrupta y la llevó a una habitación, dejándola encerrada. Pedro se dirigió a la policía para informar sobre lo sucedido, pero le indicaron que debía esperar 24 horas para declarar a la persona como desaparecida antes de poder proceder. A pesar de intentar discutir con los oficiales, no logró obtener una respuesta favorable.

Decidió dirigirse a casa de Ana para informarle sobre lo sucedido. A continuación, llamó a su esposa para que la acompañara; no quería enfrentar solo esa situación, ya que no entendía completamente lo que estaba ocurriendo.

Mientras tanto, Martín se encontraba en su despacho cuando Santiago entró y le dijo: Amigo, tu nueva sirvienta ya se encuentra en la habitación de abajo, encerrada.

Gracias por tu ayuda, respondió Martín, puedes retirarte. Santiago se marchó y Martín decidió llamar a Juan; necesitaba averiguar qué excusa le presentaría esta vez.

Juan no respondió, por lo que Martín supuso que ya estaría durmiendo a esa hora. Decidió dejar el teléfono y se dirigió a su habitación sin ir a ver a Alana esa noche.

Pedro llegó a casa y encontró a Olga afuera, quien tocó el timbre. Ana, al abrir la puerta y sorprendida por la hora, saludó: Hola, Olga. Pedro, ¿dónde está Alana? Sé que había dejado las llaves.

Pedro le dijo a Ana: ¿Podemos hablar dentro?.

Ana respondió: Por supuesto, adelante. Pero, por favor, dime qué ocurre, ya que me estoy preocupando.

Pedro le explicó a Ana todo lo que había sucedido.

Ana, visiblemente nerviosa, exclamó: No puede ser, ¿quién querría secuestrar a mi hija?. Por su parte, Pedro, angustiado y apenado, respondió: Lo siento mucho, Ana. No pude hacer nada, me amenazaron de muerte y fui a la policía. Lamentablemente, tendremos que esperar 24 horas.

Ana, intentando calmar la situación, dijo: Tranquilo, Pedro. Nada de esto es tu culpa. Estoy convencida de que quien se llevó a mi hija fue Juan. Desde que volvió a aparecer, solo nos ha traído problemas. No entiendo por qué se la llevó de esa manera. ¿Dónde estás, mi niña? ¿Dónde estás?.

Olga abraza a Ana y le dice: Tranquila, amiga. Encontraremos a Alana. Mañana la buscaremos por todas partes.

Ana se seca las lágrimas y responde: Sí, mañana mismo iré a buscar a Juan y le preguntaré dónde tiene a mi hija.

Olga le dice: Te acompañaré, amiga.

Ana le agradece: Gracias, Olga.

Olga añade: ¿Quieres que me quede esta noche contigo?

Ana responde: No, no te preocupes. Debes atender a Pedro y a tus niñas. Ve tranquila, yo estaré bien.

Olga le asegura: Está bien, vendré mañana muy temprano para que podamos buscar a Alana, ¿de acuerdo?

Ana responde: Gracias, Olga.

Olga y Pedro se retiran, mientras Ana cierra la puerta y se deja caer en el mueble, sintiéndose abrumada por el llanto. Se pregunta dónde estará su hija y por qué Juan debía ser tan cruel con ellas. Llora hasta que, finalmente, el cansancio la lleva a quedarse dormida.

Por otro lado, Alana se encuentra en una habitación oscura, sin poder ver nada. Sin siquiera tener su teléfono con ella, comienza a golpear la puerta con fuerza, gritando: ¡Déjenme salir, déjenme salir!. Sin embargo, nadie la escucha, ya que se halla en un área inferior donde el sonido no llega.

Desesperada, se dejó caer al suelo, cuestionándose por qué la habían traído a ese lugar, sin haber hecho daño a nadie. Mamá, ¿dónde estás? Te necesito, murmuró entre sollozos.

Con esfuerzo, se levantó y, apoyándose en las paredes debido a la oscuridad que la rodeaba, logró encender una luz. Para su sorpresa, la habitación se reveló amplia y hermosa. Decidió explorar cada rincón; en el baño, encontró una ventana, pero estaba protegida por rejas. Sin poder hacer nada al respecto, se dejó caer sobre la cama y se permitió llorar.