Dalia comenza a trabajar como ama de llaves para un pariente /no pariente lejano de su padre, quien era un pintor famoso de pintura erótica; para ayudarse en sus gastos personales mientras termina la universidad. Pero termina en las manos seductoras y perversas de este pintor, confundiendo sus prioridades en la vida.
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Capítulo 10
Dalia despertó sola en la cama, estando boca abajo sintió su espalda desnuda y un poco de frío. Cuando se incorporó, el dolor en su zona privada la terminó por despertar, pero no se quejó. Ese dolor le recordaba que Kei había perdido el control y eso le daba un poco de esperanzas, de que él, aún no se aburría de ella.
Se levantó desnuda y abrió un cajón del armario, donde ya había algunas ropas de ella limpias. En las últimas semanas, había traídos algunas prendas porque no podía seguir usando solo las camisas de Kei, sin ropa interior, sintiendo frío en el trasero, por lo que poco a poco, ya había un pequeño espacio en el armario de Kei, que le pertenecía. Y aunque esto debería ser un triunfo porque sería como vivir juntos, Dalia no estaba muy confiada. La incertidumbre la invadía y el temor por evocar sus sentimientos la atormentaba.
Suspiró.
Nada estaba seguro, lo único que debería hacer es vivir el presente o moriría de la ansiedad.
Se puso unas bragas limpias, una blusa de mangas con un dibujo de conejo y un chándal. Se pasó el cepillo por el cabello y salió de la habitación. Kei no estaba ni en la sala, ni en la cocina, lo más seguro es que estuviera en el estudio. Se dirigió al baño, tomó su cepillo y se lavó los dientes, luego se lavó la cara y se dispuso para hacer el desayuno.
Mientras preparaba unos omelets de huevo con champiñón y jamón, unos tocinos y las tazas de café, sintió los brazos de Kei rodeando su cintura, dibujando una sonrisa en su rostro. Kei hundió su rostro en el cuello de ella, plantándole un beso que la estremeció.
-Huele bien – murmuró Kei, pero Dalia no sabría decir si lo decía por el desayuno o por ella. Luego sintió un mordisco en su lóbulo de su oreja, haciendo que casi tirara de la sartén.
-¡Kei! – le reprochó pero solo recibió una risa burlona y un beso en los labios.
Dalia lo abrazó del cuello profundizando el beso, perdiéndose en el sabor de sus labios hasta que el olor de tocino quemado se hizo presente. Se separó rápidamente de Kei y apagó la estufa. No se quemaron, pero estaban demasiados secos.
-No soy quisquilloso con la comida – mencionó de pronto Kei. Dalia lo miró.
-Pero están casi quemados, no es bueno para la salud.
Kei sonrió. Si supiera ella que él había pasado algunos días, hambriento, y había comido sobras de comida de donde trabajaba, quemadas o en un estado lamentable. No tenía dinero para una comida decente en ese entonces, y solo cuando se volvió famoso por sus cuadros logró tener la vida que alguna vez disfruto cuando era niño, así que, exigente con la comida, no lo era.
-Me lo comeré de todas maneras.
Dalia lo miró preocupada, haciendo sentir que esa extraña emoción en su pecho de nuevo, algo que hacía que su corazón palpitara más rápido y que su estómago se estremeciera. Las ganas de besarla, adorarla surgían como un volcán, urgiéndolo a fundirse en ella de todas las maneras posibles.
La abrazó para besarla de nuevo, arrancándole el aliento, acrecentando su necesidad de hacerla suya otra vez. Pero ella lo detuvo con una sonrisa.
-Primero desayunemos – lo empujó ligeramente – Me muero de hambre desde ayer.
Kei recordó que cuando ella llegó, no la soltó ni por un momento, devorando cada rincón de ella sin descanso. Sonrió un poco avergonzado, algo que no había sentido en mucho tiempo, aunque no se disculparía. Así que, sin decir más, ayudó a Dalia a poner la mesa para los dos y se sentaron a disfrutar del desayuno, escuchando el parloteo constante de Dalia sobre sus hermanos, y algunas anécdotas de su infancia.
Sintiendo una emoción cálida derramarse en su pecho solo con escuchar la voz de ella, cargada de alegría.
Al tomar un sorbo de su café, esbozó una sonrisa satisfecha, mirando el rostro iluminado de Dalia; sintiendo que hasta su departamento brillaba con solo la presencia de ella. Las emociones empezaban a llenarlo de nuevo, sintiendo que algo estaba a punto de llegar a su mente cuando el sonido de su teléfono lo sacó del momento.
Sintiéndose un poco frustrado, se levantó de la mesa, disculpándose por la interrupción, aunque Dalia no parecía molesta por el interludio de su desayuno.
Caminó hasta su estudio y contestó. Ya sabía que era su maestro por lo que no podía simplemente ignorarlo, ya que fue la única persona que creyó en su talento y le brindó su ayuda.
-Maestro, ¿Cómo estás?
-Vaya, vaya – una voz grave y apagada lo recibió – ¿Estás despierto? Siempre que llamo a estas horas, aun estás en las penumbras del sueño.
-Estoy bien, me he sentido bien en este mes.
-Maravilloso, me agrada escuchar que te encuentras más animado. ¿Cómo vas con tus pinturas? Y no lo digo como Black Rose sino como Kei Smith. Llevas demasiado tiempo sin hacer exposiciones…
-Ya tengo casi terminada una nueva colección.
-¿Qué? ¡En serio! – una carcajada se escuchó del otro lado del teléfono – ¡Niño! ¡Me das alegría! ¡Me da gusto! ¿Cuándo planeas mostrarla?
-Pronto – sonrió Kei al escuchar al anciano feliz – Te enviaré la invitación.
-Muy bien, lo espero con ansias.
-Yo también – confesó Kei.
Cuando terminó la llamada, Kei miró la pared donde tenía colgado los cuadros que serían la nueva colección a exponer. Después de tanto tiempo sin poder agarrar un pincel como Kei Smith y plasmar sus famosos paisajes impresionistas, haber logrado pintar una serie de cuadros que lo dejaban más que satisfecho, sentía la alegría perdida regresar como un torrente de agua.
Acarició un cuadro en particular, ver la persona plasmada con esa sonrisa que la caracterizaba, iluminada por el sol a sus espaldas, la hacían ver como un ángel, dándole el indulto de volver a pintar con pasión.