Fui la mujer perfecta
En la oscuridad descubrí el placer, descubrí que mis piernas no eran para cerrar, que mi lengua podía acariciar y herir con el mismo arte.
Aprendí a gemir con rabia y a dominar con las caderas.
Ahora regreso. Con vestidos de seda y piel perfumada, con un cuerpo que aprendí a usar como un arma.
Él cree que vuelvo para cumplir aquella promesa. Cree que aún soy suya.
La mujer perfecta ha muerto. Lo que queda… es una diosa del placer y la venganza.
No viene a buscar amor. Viene a cobrar.
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Me encargo yo
La habitación estaba en penumbra. Afuera comenzaba a caer la noche.
Angeline yacía acostada, con la mirada clavada en el techo. Manu seguía sentada a su lado, con los codos apoyados en las rodillas, esperando en silencio. No insistía. Solo estaba.
Después de un largo rato, Angeline habló:
—Recuerdo… un perfume. Era fuerte. No como colonia. Más como… algo amaderado, pesado… masculino.
Manu se irguió lentamente. No tomó notas. No interrumpió.
—Y una voz… no gritaba. Era baja. Casi… suave. Eso era lo peor. Era como si no sintiera nada. Como si yo fuera un mueble… una cosa.
Cerró los ojos. Sus labios temblaron.
—No recuerdo su cara. Solo… unas manos grandes. Frías. Había una lámpara encendida, pero la luz no era blanca… era amarilla, como de esas bombillas viejas. La habitación… no tenía nada más que la cama y una ventana alta. Estaba limpia. Muy limpia. Como si nadie viviera ahí.
—¿Era siempre el mismo hombre? —preguntó Manu con suavidad.
Angeline dudó.
—No lo sé… Tal vez sí. Tal vez no. Es como si mi mente hubiera tirado todo a un pozo y no quisiera dejarme mirar.
—No tenés que recordar todo ahora. Lo poco que tengas… alcanza. Vamos a reconstruirlo de a poco.
Angeline asintió, pero sus ojos se llenaron de lágrimas otra vez.
—No quiero que lo atrapen solo para encerrarlo. Quiero que le pase algo peor. Que sufra. Que pague.
Manu la miró en silencio.
—Entonces tranquila, reina —susurró con frialdad—. Me encargo yo.
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Horas después, Manu salió del hospital. El aire de la noche la golpeó en la cara. No había estrellas. Solo esa negrura espesa que parecía tragarlo todo.
Se metió en el primer taxi que encontró y pidió que la llevaran a un café con Wi-Fi. Necesitaba pensar. Y empezar.
Sacó su celular. Marcó un número.
—¿Hola? Sí. Soy yo. Necesito un favor. Uno grande.
Del otro lado, una voz sorprendida.
—Manuela… pensé que estabas en Europa.
—Volví. Y no estoy de humor para vueltas. Necesito acceso a los registros de cámaras privadas en las afueras de la ciudad. Las de seguridad, las de tránsito, las de casas vacías. Todo lo que puedas conseguir desde hace cinco días.
—¿Para qué?
—Porque secuestraron a alguien muy importante para mí. Y la policía está lenta. Vos no.
—Eso no es legal…
—Tampoco lo que le hicieron a ella —dijo Manu, seca—. Y no estoy pidiendo permiso.
Silencio.
—Está bien. Te mando lo que encuentre. Pero si alguien pregunta…
—No existo. Ya lo sé.
Colgó.
Marcó otro número. Esta vez, su voz fue más dulce.
—Hola, negro… ¿todavía trabajás en la aduana?
—Sí, ¿por?
—Porque necesito que me averigües quién ha entrado y salido del país en vuelos privados en los últimos siete días. Nombre, itinerario, todo. Y si alguien viajó con acompañante mujer, me avisás de inmediato.
—¿Te metiste en quilombo, Manu?
—No yo. Pero alguien se metió conmigo. Y eso sí es un quilombo.
Colgó y dejó el celular sobre la mesa.
Respiró hondo. Cerró los ojos.
—Si vos no podés con ellos, Angeline —murmuró para sí—, yo sí. Porque no me olvidé de cómo se hace esto.
Victor a tenido paciencia con Angeline está enamorado realmente o siente culpa por lo que le pasó.
Son muchas interrogantes y ya uno siente ansiedad por saber.
Porque ese suspenso que nos tienen como fue y porque se transformó en Débora y no siguió siendo Angeline.
Que tendrá que ver Victor y su hermana
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