Código Cupido

Leonardo había hecho su plan perfecto.

No pensar en Zack.

No ver a Zack.

No soñar con Zack.

Fin de la historia.

PERO…

El destino tenía otros planes.

Todo comenzó con una simple llamada.

Su hermanastra, Vanessa.

—¡Leo! —chilló ella al otro lado de la línea—. ¡Voy a hacer una fiesta esta noche en mi casa! ¿ Recuerdas? ¡Tienes que venir!

Leonardo se frotó la sien.

—No, gracias.

—No fue una pregunta. —La voz de Vanessa sonó afilada—. Gabriel ya dijo que vendrá, así que no tienes excusa.

Leonardo soltó un gruñido.

Si Gabriel iba, significaba que él también tenía que aparecer.

—Bien, pero solo un rato.

Vanessa gritó emocionada y colgó.

Leonardo suspiró.

Bien, no podía ser tan malo, ¿verdad?

…

…

Ja.

Horas más tarde, Leonardo llegó a la fiesta.

La música estaba fuerte. La casa estaba llena.

Todo iba según lo esperado…

Hasta que vio a Gabriel en el bar, riéndose con alguien.

Alguien que no debería estar ahí.

ZACK.

Leonardo se quedó de piedra.

¿Qué demonios hacía él aquí?

Se acercó con el ceño fruncido.

—¿Tú qué haces aquí? —preguntó con voz dura.

Zoe, disfrazada de Zack, tragó saliva.

Maldición.

Ni siquiera había querido venir.

Pero Gabriel le había dicho que era obligación asistir, que no podía despreciar a la Hermana de Leonardo.

Y Gabriel la había convencido con la excusa de “relajarse un rato”.

—Uh… —balbuceó Zoe—. Vine con Gabriel.

Leonardo entrecerró los ojos.

—¿Desde cuándo son tan amigos?

Gabriel intervino antes de que Zoe metiera la pata.

—No seas gruñón, Leo. Zack es divertido.

Leonardo bufó.

Algo no estaba bien.

Y lo peor era que la presencia de Zack lo estaba poniendo más nervioso de lo normal.

Decidió que necesitaba una copa.

O dos.

O diez.

Con el pasar de las horas, la fiesta se volvió más intensa.

Leonardo, después de unas copas de más, se sintió más relajado.

Lo suficiente como para que, cuando Zack pasó por su lado, le sujetara del brazo sin pensarlo.

Zoe se tensó.

—¿Q-Qué pasa?

Leonardo la miró fijamente.

Algo en su cabeza no cuadraba.

Los ojos de Zack…

Eran demasiado expresivos.

Demasiado familiares.

Su piel…

Demasiado suave.

Y su boca…

¿Por qué demonios estaba mirándole la boca?

Leonardo sacudió la cabeza.

—Nada. Olvídalo.

Soltó a Zack y salió de ahí de inmediato.

Necesitaba aire.

O electroshock.

Porque si seguía así…

Iba a volverse completamente loco.

Leonardo se sentó en un rincón, atormentado por la presencia de Zack, por lo mucho que le molestaba su cercanía con Gabriel, frunció el ceño confundido. Desde que Zack apareció su vida se puso de cabeza, sonrió con burla.

— Leonardo... Leonardo, te estás volviendo loco.

O será que el trauma de ser plantado en el altar lo habían marcado demasiado, lo habían enloquecido. Pensaba y pensaba mientras venía una y otra copa.

Desde su rincón veía esa sonrisa de Zack y le parecía cálida. Platicaba con todo el grupo de compañeros del área de desarrollo y se caía tan cómodo y divertido. Se levantó y dejo la copa en la mesa. Ya era suficiente.