¿Qué pasa cuando tu oficina se convierte en un campo de batalla entre risas, deseo y emociones que no puedes ignorar?
Sofía Vidal nunca pensó que un simple trabajo en una revista cambiaría su vida. Pero entre reuniones caóticas, sabotajes inesperados y un jefe que parece sacado de sus fantasías más atrevidas, sus días pronto estarán llenos de sorpresas.
Martín Alcázar es un hombre de reglas. Siempre profesional, siempre en control... hasta que Sofía entra en su mundo con su torpeza encantadora y su mirada desafiante. ¿Qué sucede cuando una chispa se convierte en un incendio que nadie puede apagar?
"Entre Plumas y Deseos" es una comedia romántica llena de tensión sexual, momentos hilarantes y personajes inolvidables. Una historia donde las plumas vuelan, los corazones se tambalean y las pasiones estallan en los momentos menos esperados.
Atrévete a entrar a un mundo donde el humor y el erotismo se mezclan con los giros inesperados del amor.
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Se Desata Una Lluvia
El cielo de Buenos Aires había decidido desatarse con la furia de una telenovela argentina, como si un director celestial hubiera gritado "¡Acción!" y ordenado un diluvio de proporciones épicas. Las calles de Palermo, ese barrio que normalmente presume de elegancia y bohemia, se habían transformado en ríos improvisados más caóticos que el tráfico en hora pico.
Los paraguas de colores – rojos, amarillos, azules, verdes – danzaban bajo la lluvia torrencial como un ballet de mariposas enloquecidas, choreografiado por un coreógrafo borracho. Cada paraguas parecía tener su propia personalidad dramática: unos se resistían heroicamente al viento, otros capitulaban con la gracia de un actor sobreactuando su muerte en escena.
Un portero de un edificio elegante observaba la escena, con la expresión de alguien que ha visto demasiadas tragedias como para sorprenderse. Sus cejas, arqueadas con la precisión de un maestro del sarcasmo, parecían decir: "Típico de Buenos Aires, tratando de ser protagonista hasta en un día de lluvia".
Una señora con tacos altos y un impermeable rosa chillón cruzaba la calle, convertida en una especie de navegante urbana, esquivando charcos como si fueran escollos mortales. Su determinación era digna de una heroína de telenovela: nada, ni siquiera el diluvio porteño, la detendría en su misión del día.
Los árboles de Palermo, testigos seculares de tantos dramas urbanos, movían sus ramas con una mezcla de resignación y diversión, como si estuvieran comentando entre ellos: "Otra vez el cielo armando su show".
Y así, en medio del caos acuático, la ciudad seguía su ritmo: dramático, impredecible y absolutamente irresistible.
El rechinar de las sillas de oficina sonaba como una sinfonía de incomodidad sexual. Martín dejaba que su mirada vagara, rozando a Sofía como un susurro prohibido. La tensión entre ellos era un animal de tres cabezas: deseo, vergüenza y morbo.
La luz de los fluorescentes dibujaba sombras traviesas sobre la piel de Sofía. Cada movimiento de su cuello, cada giro de muñeca al escribir, era una invitación silenciosa que Martín devoraba con los ojos. Una semana atrás, el armario había sido su cómplice involuntario: el espacio estrecho, los cuerpos rozándose, la respiración entrecortada mientras Don Sergio forcejeaba con el picaporte. Un encuentro que había dejado más marcas que un tatuaje clandestino.
Vanessa Torres, cual halcón con complexión de secretaria frustrada, revoloteaba por la redacción. Sus ojos de ave rapaz no perdían detalle, siguiendo cada parpadeo, cada suspiro de Sofía. Era como un GPS sexual calibrado para detectar la más mínima chispa de tensión.
Cuando las primeras gotas comenzaron a golpear los ventanales, Martín sintió que el universo conspiraba a su favor. El diluvio no era un clima, era un set de filmación preparándose para su escena más íntima.
Se acercó a Sofía con la elegancia de un felino y la seguridad de quien ha visto demasiadas películas de seducción. Su sonrisa era un arma de doble filo, mitad promesa, mitad amenaza.
—¿Necesitas que te lleve? Ya es de noche —pronunció cada palabra como si fueran caricias.
Sofía levantó la vista. Sus ojos eran dos dagas bañadas en sarcasmo, dispuestas a desarmarlo con una sola mirada.
—¿Y arriesgarme a pasar frío en tu auto con aires de conquistador? —Su voz era un reto, un anzuelo lanzado para ver si él mordería.
Martín dio un paso más cerca. Lo suficiente para que ella pudiera sentir el calor de su cuerpo, pero no tanto como para romper la deliciosa tensión.
—Prefiero que pases frío conmigo que empaparte sola —respondió, guiñando un ojo que prometía mil pecados.
El guiño era un contrato no escrito. Una invitación al peligro vestida de caballerosidad. Vanessa, desde su posición de halcón, contuvo la respiración. Las gotas contra el cristal parecían aplaudir el momento.
Sofía fingió concentración en unos papeles, pero sus mejillas delatorias la traicionaban. Un rubor que subía como una marea traviesa, revelando más de lo que ocultaba.
La redacción se había convertido en un ring de boxeo erótico. Y ninguno de los dos planeaba bajar la guardia.
La calle se había convertido en un escenario líquido de seducción. Martín y Sofía avanzaban bajo la lluvia, una danza improvisada donde cada paso era una promesa, cada mirada un susurro travieso. Ni un paraguas los defendía de la embestida celestial, como si el clima mismo conspirara para desnudarlos.
Sus manos jugaban al gato y al ratón cada vez que cambiaban de marcha. Un roce fugaz aquí, un contacto eléctrico allá. Los nudillos de Martín rozaban el muslo de Sofía como por accidente, y ella fingía no notarlo, mordiéndose el labio inferior con una sonrisa contenida.
La lluvia tamborileaba contra los cristales del auto como un DJ pinchando la banda sonora perfecta de la seducción. Gotas resbalando por el parabrisas, gotas resbalando por la piel. El agua parecía querer ser cómplice de algo más que un simple viaje.
El edificio de Sofía se divisaba a una cuadra de distancia.