Elein, líder de la Tribu Águila, descubre que el símbolo del fénix en su collar guarda el secreto de un antiguo poder que podría cambiar el destino de las Tribus y del Reino del Norte. Mientras enfrenta conspiraciones, traiciones y una conexión inesperada con la familia real, Elein deberá desentrañar la verdad sobre el sacrificio de sus padres.
Acompañame a descubrir la verdad de un pasado, un legado y un enemigo entre las sombras.
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Capítulo 11: "Camino al fuego eterno"
El aire del bosque de Eldara se tornaba cada vez más pesado a medida que el grupo avanzaba hacia el borde del territorio seguro. Con la ubicación de la Forja marcada en el mapa, sabían que su destino los llevaría a través de terrenos traicioneros hasta la región más inhóspita conocida: La Garganta de Fuego Eterno, en el corazón de las Montañas Ardientes.
La tensión era palpable mientras caminaban en silencio. Cada miembro del grupo estaba perdido en sus pensamientos, reflexionando sobre lo que podrían encontrar y, tal vez, perder en el camino.
—¿Qué tan lejos estamos de la base de las montañas? —preguntó Flora, rompiendo finalmente el silencio.
—Si mantenemos este ritmo, deberíamos llegar en tres días —respondió Lucas, revisando el mapa con atención—. Pero eso no incluye lo que podría esperarnos en el trayecto.
—Las Montañas Ardientes no son solo peligrosas por su terreno —añadió Daniel, su voz cargada de gravedad—. Hay leyendas sobre criaturas que habitan cerca de los volcanes. Sombras hechas de fuego, guardianes que atacan a cualquiera que se acerque.
Eric resopló, ajustando su espada.
—Genial. Porque lo que realmente necesitamos son más enemigos.
Elein lanzó una mirada severa a Eric, pero no dijo nada. Sabía que los miedos y frustraciones estaban comenzando a manifestarse, y no podía culparlo por ello. Todos estaban cansados, pero detenerse no era una opción.
Un encuentro inesperado
El primer día de viaje transcurrió sin mayores problemas. El terreno seguía siendo boscoso, aunque los árboles comenzaban a dispersarse, dando paso a colinas áridas y rocas volcánicas. Mientras el sol se ponía, el grupo decidió acampar cerca de un pequeño manantial.
—No encendamos un fuego grande —dijo Elein mientras revisaban el área—. Si Peter tiene hombres siguiéndonos, no queremos llamar la atención.
Luna asintió, afilando sus flechas mientras vigilaba los alrededores. Fue la primera en notar algo fuera de lo común.
—Hay movimiento cerca —dijo en voz baja, señalando hacia un grupo de arbustos.
Eric y Flora se levantaron de inmediato, sus manos en las armas. Elein se acercó con cautela, empuñando su espada.
De entre las sombras surgió una figura encapuchada. Sus movimientos eran lentos, deliberados, como si quisiera asegurarse de no parecer una amenaza.
—¿Quién eres? —preguntó Elein, su tono firme.
El hombre se detuvo y levantó las manos en señal de paz. Cuando habló, su voz era áspera, como si apenas pudiera usarla.
—No soy enemigo. Estoy huyendo… de ellos. —Señaló hacia el bosque detrás de él.
Antes de que pudiera decir más, un ruido sordo resonó en la distancia. Pasos rápidos y voces se acercaban.
—¡Nos encontraron! —gritó Luna, levantando su arco.
Una emboscada en el bosque
El grupo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que un grupo de hombres surgiera de las sombras. Estaban armados y organizados, sus ojos brillando con la determinación de soldados que sabían lo que buscaban.
—¡Son los hombres de Peter! —gritó Flora, desenvainando su daga.
El combate fue caótico y brutal. Eric se colocó al frente, usando su escudo para bloquear los ataques mientras Luna disparaba flechas precisas desde una posición elevada. Flora y Daniel luchaban en el centro, sus movimientos rápidos y mortales. Elein, por su parte, enfrentó a dos enemigos a la vez, su espada una extensión de su voluntad.
El hombre encapuchado, aunque herido y claramente debilitado, logró derribar a uno de los atacantes con un cuchillo improvisado. Su experiencia en combate era evidente, aunque sus movimientos eran torpes debido a una herida en el costado. Finalmente, cuando el último enemigo cayó, el grupo se reunió, jadeando por el esfuerzo.
—Esto no fue un encuentro casual —dijo Elein, limpiando la sangre de su espada—. Nos están siguiendo.
Elein se volvió hacia el hombre encapuchado, estudiándolo con cautela.
—¿Quién eres realmente? —preguntó, su tono más severo esta vez.
El hombre se quitó la capucha, revelando un rostro curtido por el tiempo y las batallas. Aunque su piel estaba pálida y había sudor en su frente, sus ojos brillaban con determinación.
—Mi nombre es Elias. Fui… —vaciló un momento antes de continuar—. Fui uno de los hombres de Peter. Pero me di cuenta de lo que planea hacer. No puedo ser parte de eso.
—¿Por qué? ¿Qué intenta hacer? —presionó Daniel.
Elias miró a cada uno de ellos, como evaluando si podía confiar en ellos.
—Peter no busca el poder del fénix para proteger el reino. Quiere destruir todo lo que no pueda controlar. Ya está formando un ejército, y si consigue el poder de la Forja, nadie podrá detenerlo.
El silencio que siguió a sus palabras fue denso. Elein apretó el medallón en su cuello, sintiendo la carga de la responsabilidad que tenían.
—¿Por qué deberíamos creerte? —preguntó Luna, todavía con el arco en la mano.
Elias soltó una amarga carcajada.
—No tienen que creerme. Pero si quieren detenerlo, tendrán que moverse rápido. Peter sabe que vienen, y no se detendrá hasta conseguir lo que quiere.
Un aliado inesperado
A pesar de la desconfianza inicial, Elias insistió en quedarse con el grupo. Ofreció información sobre los movimientos de los hombres de Peter y aseguró conocer atajos que los llevarían más rápido a las Montañas Ardientes.
—Si está mintiendo, lo resolveremos —dijo Eric en voz baja, manteniendo una mano en la empuñadura de su espada.
Elias los guió con éxito hasta la base de las montañas. A medida que avanzaban, su presencia comenzó a ganar aceptación, aunque la cautela seguía presente.
—Si realmente estás con nosotros, demuestra que podemos confiar en ti —le dijo Flora mientras escalaban un sendero empinado.
—Ya lo hice al salvarles la vida en el bosque —respondió Elias con una sonrisa irónica, aunque su tono era serio.
La Garganta de Fuego Eterno
El tercer día, el paisaje cambió drásticamente. Las colinas dieron paso a un terreno rocoso y árido, con columnas de humo que se elevaban en la distancia. El calor era sofocante, y el aire olía a azufre. El suelo bajo sus pies vibraba ligeramente, como si el corazón de la montaña latiera con vida.
—Estamos cerca —dijo Lucas, consultando el mapa—. La Garganta de Fuego Eterno debería estar más allá de este paso.
El terreno se volvía más traicionero con cada paso, pero Elias demostró ser un guía confiable. Conocía las rutas menos transitadas y ayudaba a evitar zonas inestables.
Cuando finalmente alcanzaron la entrada de una cueva marcada con el símbolo del fénix, el grupo se detuvo para recuperar el aliento. El aire estaba cargado de calor, y un rugido profundo, como el de un volcán activo, llenaba el espacio.
—Es aquí —dijo Lucas, observando el grabado con asombro.
Elein se detuvo frente a la entrada, su mirada fija en las sombras que se extendían más allá.
—Este es el punto sin retorno. Si cruzamos, debemos estar preparados para lo que sea que nos espere.
Elias, aunque exhausto, dio un paso adelante.
—Les he traído hasta aquí. Lo menos que puedo hacer es entrar con ustedes.
El grupo intercambió miradas. A pesar del cansancio y las dudas, todos estaban listos. Con un último respiro, Elein lideró al grupo hacia la oscuridad, dejando atrás el mundo que conocían.