En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
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Capítulo 11: Danzas en el Filo del Abismo
Las palabras de Lady Catherine quedaron flotando en el aire, como una daga invisible lista para caer en cualquier momento. Arabella y Alexander mantuvieron la compostura mientras la mujer se retiraba de la biblioteca, su andar elegante y su sonrisa astuta marcando cada paso. Cuando la puerta finalmente se cerró detrás de ella, el silencio en la habitación fue sepulcral.
—No podemos quedarnos aquí —dijo Alexander, rompiendo el mutismo con voz urgente—. Si Lady Catherine sospecha, no tardará en mover sus piezas. Necesitamos actuar, y rápido.
Arabella asintió, pero una sombra de preocupación cruzó su mirada. —Ya no podemos confiar en nadie en la corte. Cada rostro amable podría ser una máscara, y cada palabra una mentira. Si queremos desenmascarar a Lady Catherine, debemos ser más astutos que ella.
—¿Y si utilizamos su propia red en su contra? —sugirió Alexander, acercándose al escritorio donde aún reposaban los papeles del conde—. Podemos filtrar información que los lleve a confiar en nosotros, o al menos, sembrar dudas sobre quiénes son sus verdaderos aliados.
La idea tomó forma en la mente de Arabella. Si podían sembrar discordia entre los conspiradores, tal vez pudieran ganar tiempo para presentar las pruebas ante la reina. Sería un juego peligroso, pero en el filo del abismo, solo los que arriesgaban lo suficiente podían ganar.
—Tengo una idea —dijo ella, volviendo a mirar la lista de nombres—. Lady Catherine piensa que estamos husmeando en lugares que no deberíamos. ¿Qué tal si la llevamos a creer que tenemos un cómplice entre los suyos? Alguien que está dispuesto a traicionar a cambio de inmunidad.
Alexander la miró con admiración, comprendiendo rápidamente el plan. —Eso podría hacer que pierdan la confianza en sus propios aliados. Necesitaremos un anzuelo convincente. Y tal vez… un encuentro público para sembrar las primeras semillas de duda.
El gran salón del castillo estaba preparado para la recepción de esa noche, una celebración destinada a honrar a varios caballeros que habían regresado recientemente de la guerra. Los nobles se movían con gracia y esplendor, sus vestiduras finamente bordadas brillando bajo la luz de los candelabros. La reina presidiría el evento, pero el verdadero foco de atención sería la presencia de Lady Catherine y su esposo.
Arabella y Alexander habían planeado cuidadosamente sus movimientos. Mientras la multitud se arremolinaba alrededor de la pista de baile, se aseguraron de situarse lo suficientemente cerca de Lady Catherine para que escuchara un fragmento de conversación que, esperaban, encendería la chispa que necesitaban.
—Estoy preocupado —dijo Alexander en voz lo suficientemente alta para que la noble pudiera oír—. Si realmente hay alguien en la corte dispuesto a traicionar a Lady Catherine, podría ser peligroso. No sabemos hasta dónde llegan sus influencias.
Arabella hizo un gesto de asentimiento, su expresión cuidadosamente calculada para mostrar una preocupación disimulada. —Debemos ser cautos. Ya han sucedido demasiadas cosas extrañas.
Lady Catherine, que estaba conversando con un grupo cercano de nobles, no pudo evitar dirigir una breve mirada en su dirección. Fue un gesto casi imperceptible, pero Arabella lo notó: un ligero fruncir de labios, un destello de interés en sus ojos.
El anzuelo había sido lanzado.
Más tarde esa noche, mientras la música llenaba el salón y las parejas danzaban con elegancia, Arabella se retiró a los jardines con Alexander, donde podrían discutir los siguientes pasos con mayor privacidad. El aire fresco de la noche los envolvía, y las estrellas brillaban sobre sus cabezas. Pero antes de que pudieran intercambiar una palabra, una figura emergió de las sombras.
—¿Esperaban ver a alguien más? —dijo Lady Catherine, su voz suave pero afilada como una navaja.
Arabella y Alexander se volvieron para enfrentarla, tratando de no mostrar sorpresa. La mujer avanzó hacia ellos, su expresión burlona.
—¿Acaso creen que no reconozco una maniobra cuando la veo? —dijo, deteniéndose a unos pasos de ellos—. Han estado jugando un juego peligroso. Pero los subestiman si piensan que soy tan fácil de engañar.
Arabella sintió cómo su corazón se aceleraba, pero se obligó a mantener la calma. —No entiendo de qué habla, mi señora.
Lady Catherine rió suavemente, pero su mirada era fría. —No traten de negarlo, querida. Pueden haberse infiltrado en el círculo, pero no tienen idea de cuán profundo llega realmente. Ustedes no son los únicos que buscan cambiar las cosas. Y si quieren sobrevivir a lo que viene, sería mejor que eligieran su bando con sabiduría.
Antes de que Arabella pudiera responder, Lady Catherine dio media vuelta y se alejó, su figura desapareciendo entre las sombras de los jardines. Alexander soltó el aliento que había estado conteniendo, sus ojos oscuros fijos en la dirección por la que había desaparecido.
—Ella lo sabe —dijo en voz baja—. No tenemos mucho tiempo.
—Pero tampoco sabe todo —replicó Arabella con determinación—. Si supiera cuánta información tenemos, no habría intentado asustarnos. Nos ha dado la confirmación de que algo más grande se está moviendo, algo que va más allá de su ambición personal.
—Entonces debemos ir más allá también —afirmó Alexander—. Y eso significa que necesitamos ganar aliados… aunque sean los menos esperados.
Esa misma noche, mientras la corte continuaba su celebración, Arabella y Alexander buscaron a un hombre que podría ser la pieza clave para inclinar la balanza a su favor: el Barón de Northumbria. Era uno de los nombres que aparecían en la lista proporcionada por el conde, y se sabía que había mostrado cierta reticencia a comprometerse del todo con Lady Catherine.
Lo encontraron en la sala de fumadores, rodeado por otros caballeros que charlaban despreocupadamente. Arabella se acercó a él con una sonrisa tranquila, y el barón la saludó con un leve gesto de la cabeza.
—Lady Arabella, Sir Alexander —dijo con un tono cortés—, me alegra verles en una ocasión tan animada.
—Barón, necesitamos hablar con usted —dijo Arabella, bajando la voz—. Es un asunto delicado… y urgente.
El barón levantó una ceja, intrigado por el tono de su voz. —Parece que tienen algo importante que decirme. Muy bien, sigamos esta conversación en privado.
Se retiraron a una pequeña sala adyacente, donde Arabella le explicó todo lo que sabían sobre la conspiración, sin revelar aún que tenían la lista de nombres. Era un riesgo, pero debían ganarse su confianza.
—Barón, sabemos que ha sido abordado por aquellos que buscan derrocar a la reina —dijo Alexander—. Pero aún tiene la oportunidad de elegir. Si nos ayuda, podríamos asegurarle inmunidad. Pero necesitamos pruebas, y necesitamos nombres.
El Barón de Northumbria los miró con un brillo calculador en sus ojos, y por un momento el silencio fue tan profundo que Arabella pensó que se negaría a ayudarles. Finalmente, habló, su voz baja y grave.
—Si lo que dicen es verdad, entonces ninguno de nosotros está a salvo —dijo lentamente—. Lady Catherine no es la única con ambiciones. Hay otros más peligrosos que ella, y si caen, no lo harán solos.
Arabella y Alexander intercambiaron una mirada cargada de significado. Ahora sabían que había más de lo que habían anticipado. El juego estaba a punto de alcanzar su punto culminante, y solo los más astutos sobrevivirían.