Su personalidad le permitió continuar con una vida que no recordaba.
Su fortaleza la ayudó a soportar situaciones que no comprendía.
Y su constante angustia la impulsó a afrontar lo desconocido; sobreviviendo entre una fina y delicada pared que separa lo inexplicable de lo racional.
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El método ¿Será efectivo? #2
— ¡¿Qué ocurrió Félix?! ¡¿Por qué Eliana no despierta?!
No pude evitar suspirar y peinar mi cabello hacia atrás usando la mano. Dejé que se resbalara la cadena en mi brazo e hice memoria de lo último que ví antes de que el espacio donde Lia nos había llevado colapsara de repente.
"Perdiste"
Eliana envolvió a Lia en sus brazos y antes de caer, se fusionaron. Si mi suposición no falla y espero que sí, los recuerdos volverán. Una vez despierte, será Eliana otra vez.
— Súbela a mi espalda, vamos al hospital.
Sin perder tiempo, Dagan la cargó en sus brazos y la subió a mi espalda; empezamos a caminar y a causa del frío de la madrugada el cuerpo de Lia estaba helado hasta las orejas. Antes de que yo pudiera hablar, Dagan le colocó su grueso abrigo negro para mantenerla caliente.
La embarré.
Desde los primeros meses que conviví con él, supe que su devoción a la iglesia se debía a la única debilidad y fortaleza del ser humano: amor.
^^^7 Años atrás^^^
^^^11 de Febrero, 2015^^^
^^^Galis, Residencia Cambrish^^^
^^^17: 13 pm^^^
Siempre fui consciente que mi posición privilegiada conseguiría aislarme de la juventud común y corriente. En la sociedad era reconocido por llevar el prestigioso apellido Royval. Por otra parte, en la sociedad del Anexo recibía atención de sobra por ser...
— ¡¿Q-Qué?! —tosí, la joven frente a mí me tendió un pañuelo y rio—. N-No digas cosas sin cuidado —aclaré mi garganta aún sintiendo ardor.
— ¿Por qué no? Las tradiciones antiguas obligaban a un cambio de apellido luego de casarse, ¿no?
Un calor incomparable me quemó el rostro, especialmente las mejillas. Lo único normal en mi vida poseía una sedosa cabellera cobriza atada en una trenza al costado decorada por pequeñas florecillas plásticas. Usó sus incandescentes ojos verdes para señalar el anillo en su mano y una sonrisa divertida apareció en sus labios.
Dijo algo, pero sus palabras no tuvieron sonido, al menos no para mí. Alguien como yo, siempre sereno apegado al desinterés en lo demás, me perdía fácilmente en los detalles que conformaban su apariencia. Me resultaba hermosa, sin importar cuantas veces la hubiera visto en los últimos años.
— Hola, hola, tierra llamando a Félix —sacudió la mano—. Repito, tierra llamando a Félix, ¿me copias? Cambio.
— ¿Por qué quieres cambiar de apellido? —volví a lo anterior, curioso—. Uriel podría sentirse herido si le dices algo así.
Su expresión no cambió, pero la sonrisa que mostró no era la misma.
— Quiero atarme a ti —dijo mirando directamente a mis ojos. Estiró sus manos y entrelazó sus dedos a los míos—. Así no iré a ninguna parte.
Ella no lo supo, pero mi nombre pasó a tener su apellido ese día.
La única función de mi estatus y mi útil habilidad perdieron significado cuando al juntarlas en una fría y alarmada noche no pudieron conservar la única normalidad en mi vida; una normalidad que no despertó.
— ¿Puedes ayudarla? —pregunté sin alzar la mirada. Mis manos y mi cabeza se aferraban a las cálidas manos de quién seguía durmiendo.
— Puedo hacer que no empeore —contestó.
Lo sabía, nadie, ni siquiera el padre de ella con su alto cubrimiento dentro del tema había conseguido a alguien que pudiese ayudarla.
— ¿Cómo te llamas? —preguntó él, acercándose a la cama y mirándola a mi lado—. ¿Es alguien importante para ti?
Por primera vez en tres días, alcé la vista. Sus preguntas no venían de la curiosidad, mi análisis actuó por sí solo para decir que él se hallaba en una situación similar... O peor.
— Félix... Félix Royval Ige de Cambrish.
Cerré los ojos y la viva imagen de mi esposa apareció en mi mente riéndose de lo cursi que podía ser; la alegría la llevó al llanto y yo permanecí inmóvil para que el momento durase un poco más.
— ¿Eres fuerte?
— Lo soy —afirmé sin dudar.
— ¿Eres confiable?
— Lo soy.
Guardó silencio un momento y lo siguiente que dijo lo acompañó de un tirón de manos para hacerme voltear completamente. Era alguien alto, debía superarme con pocos centímetros; tenía el cabello más negro que jamás haya visto y unos ojos claros, grises.
— Sé de alguien que puede ayudarla —mencionó seguro—. Sin embargo, ella, al igual que tu esposa, está en peligro.
— ¿Qué? —cerré los puños—. ¿Significa que llegaste aquí a buscar ayuda y estás aprovechando el estado de mi esposa?
Negó rotundamente.
— Lo que pase con ella es ajeno a mi, de hecho, tiene una buena vida —explicó relajado—. Me es igual lo que ocurra con tu esposa, ambas cosas no me conciernen. Pero no puedo darte su dirección si irás a utilizarla sin darle nada a cambio, ¿entiendes?
— Entiendo —relajé las manos, suspirando—. No necesito nada, vete.
No dijo más. Debió hacer algo con su habilidad y desapareció no solo de la habitación sino de la residencia por completo.
Lo subestimé. Pensé que moviendo mis influencias dentro del Anexo o en la sociedad daría con la dirección de aquella mujer, pero tardé meses en averiguar el nombre del sujeto. Dagan, un completo desconocido.
— ¿Cómo sigue mi hija, Félix?
Un hombre que rara vez mostraba su rostro en la residencia pese a ser su hogar, apareció vistiendo un traje negro.
Le expliqué la regularidad del estado de su primogénita. Yo no le agradaba del todo, pero aún así no dudó en acercarse para colocar su mano en mi hombro y señalar mi rápido adelgazamiento
Guardé silencio cuando remarcó mis altas posibilidades de hallar cómo salvarla y pese a los extensos beneficios de mi lado, estaba dejando que Ederne, su preciada hija, se esfumara de mis manos. Él a diferencia de mi, no podía mover un solo dedo por ella. Desconocía los motivos, pero Ederne lo entendía y yo no la cuestionaba.
— Me dijeron que estabas investigando a Dagan —desvió el tema. Su sombra seguía paseando por la habitación, comenzó cerrando las cortinas para luego ponerle llave a las puertas—. Ah, ese muchacho. Supongo que su vida sería diferente si tuviera el mismo poder que tú.
— No parecía tener convicciones.
— Es un experto cuando se trata de ocultar —siguió—. Por eso no has podido encontrarla, ¿verdad?
Mis hombres eran meticulosos, sus trabajos siempre resultaban impecables y nunca dejaban sus seguimientos expuestos. No es que nadie supiera de él o que fuera un desconocido, simplemente había ocultado sus huellas.
— Dijo que poco le importaba lo que pasara con ella —evadí.
Contadas eran las veces que lo oí reír a carcajadas.
— ¿Y le creíste?
— Sí. No tenía motivos para darle tantas vueltas.
Mis palabras no merecían respuesta, por eso el hombre dio media vuelta y se detuvo al otro lado de la cama. Busqué su mirada entre la oscuridad y al momento de hacer contacto visual, ví una pizca de seriedad en sus ojos rasgados.
— ¿Hasta cuándo te quedarás aquí? ¿Esperarás ahí sentado hasta que la muerte venga a recoger la vida de Ederne, Félix?
— No sé que hacer.
— No has hecho nada —rebatió sin piedad—. Ni siquiera te has esforzado en intentar hacer algo, estás aquí sentado esperando que la respuesta venga a ti.
Intenté decir algo, pero en el fondo sabía que tenía razón. La verdad es que había cedido a lo inevitable antes de empezar.
— Ve a comer, date un baño y duerme —sonrió—. Tener veinte años no te convierte en un adulto, sigues siendo un niño.
Asentí y me coloqué de pie. Pensaba irme rápidamente, pero el hombre no me dio tiempo a ello. Estiró ambos brazos y me envolvió en un abrazo.
— En tu mesa dejé la dirección de Dagan, buena suerte.
Tras la rigurosa examinación de pistas, llegué a un complejo de apartamentos sin mucha actividad creativa o social.
Pensé que me evitaría por haber rechazado su propuesta por lo que en mis manos aguardaban grandes compras —extravagantes en su mayoría—, para compensar mi falta de amabilidad. Su expresión fue de asco cuando me acerqué sonriendo y dedicándole un saludo con la mano.
Caí en cuenta que mi vestimenta no encajaba en el lugar. Los vecinos cerraron sus ventanas y taparon los vidrios con papel periódico.
— Lamento venir sin avisar, necesito tu ayuda —empecé.
— ¿Quién en su sano juicio viene así a un barrio bajo? —arqueó una ceja.
— Traje Coca Cola —mencioné.
— ¡Bienvenido, hablemos dentro! —sonrió—. De antemano te aviso que no todo es de primera clase.
— ¿A quién le importa? Mis refinados modales y gustos solo están para mí esposa —dije entre risas.
— Es bueno que puedas hablar de ella. Déjame contarte un poco de mi amiga.
Charlamos y bebimos durante lo que quedaba de la tarde hasta la noche del siguiente día. Nuestras situaciones surgieron una tras otra, como si un intercambio de problemas conduciera a la confianza.
Aquella tarde formamos un equipo para ayudarnos y aunque la situación de su amiga era mil veces más compleja que la de mi esposa, existía la posibilidad de éxito. El sujeto pelinegro me agradó inexplicablemente y pude sentir que fue mutuo. Hubo un punto donde ya no se trataba de beneficiarme de su amiga, sino que deseaba ayudarla por él. Mi deseo era que los ojos esmeraldas de Ederne pudieran conocer al amigo que había hecho gracias a ella.
Sin embargo, las desgracias arraigadas a las habilidades no se hicieron esperar y tres años después, un incidente debido al condicionamiento de Dagan, se desató.
— ¿Cómo sigue?
La segunda vez que oía esa pregunta, no imaginé que tendría que respondérsela a Dagan.
— Físicamente estable —dije desanimado—. Pero no muestra signos de recuperación luego del shock.
Se levantó e intentó irse, pero lo detuve. El bienestar de Ederne era mi principal objetivo y si dejaba perecer a la única persona capaz de ayudarla, me odiaría por eso. Perdería a mi esposa y a mi mejor amigo.
— Déjalo, no hagas nada —pidió.
— Dos años —insistí—. Si no hay avance en dos años, lo haré.
— No–
— Esto no se trata de lo que tú quieras, Dagan —presioné otro tema—. Ya conoces la particularidad de la habilidad, ¿estás consciente del caos?
— Ella–
— Ven, déjame darte una porción de racionalidad —sonreí estirando la mano—. Acércate.
Tras acestar el primer golpe, cayó de espaldas. No pareció entrar en razón como quería, por lo que los golpes se extendieron hasta completar veinte. Tuvimos una larga discusión y finalmente, él comprendió lo delicado del problema.
Los recuerdos que para mí fueron eternos, solo habían constado de media hora. Entramos por emergencia a una clínica y Lia fue atendida rápidamente hasta ser llevada a una habitación particular. Dagan caminaba inquieto alrededor de mi, lo conocía tan bien que podía jurar que tenía un montón de preguntas por hacer, pero decírselo ahora podría angustiarlo más.
De mi bolsillo saqué mi tarjeta dorada y se la entregué a Dagan.
— Yo me quedaré aquí, ve a pagar las cuentas médicas —pedí.
— ¿Así de simple haces un pago?
— Normalmente necesitas otros documentos, pero al ver mi nombre cobrarán sin más —le expliqué.
— Llámame apenas digan algo.
Se alejó rápidamente.
Segundos después, una mujer de mediana edad se acercó sonriendo.
— ¿Eliana Jerd?
— Aquí, soy su amigo —alcé la mano.
Sin daños graves, las heridas se curarían pronto.
— Menos mal —suspiré.
Al caminar juntos, sus manos empezaron a rozar las mías. En momentos así, las mujeres suelen sentirse acosadas, por lo que di un paso hacia la derecha para evitar el contacto.
— ¿Puedo pasar a verla?
— Eso depende —dijo—. ¿Cuál es su nombre?
— Félix.
Su sonrisa se ensanchó como quién se alivia.
— Es una lástima, pero ese no es el nombre que la paciente está llamando.
Sentí un escalofrío subir por mi espalda. Regresé a observar que Dagan no estuviera presente y en la distancia podía observarlo haciendo fila para hacer el pago.
— ¿Ah sí?
— No recuerdo muy bien el nombre —divagó unos segundos—. Ah, ya, dijo Karel–
Si algo había aprendido de Dagan en todos estos años, era fingir.
— ¿De qué habla, señorita? —sonreí—. Mi amiga ha estado inconsciente y no ha dicho absolutamente nada, ¿cierto?
La amabilidad que mostró se esfumó y solo dejó un rastro azulejo en su rostro. Asintió y desapareció en el corredor diciendo que nos avisaría después cuando pudiéramos verla.
— Así que Karel, eh.