El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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Hacia la luz.
Con el pasar de los meses, el otoño había llegado con una suavidad inesperada. Las hojas crujían bajo los pies de Gabriel y Claudia mientras caminaban por el sendero que bordeaba el jardín de la casa que ambos estaban restaurando. El aire olía a tierra húmeda y a madera vieja, y un silencio cómodo flotaba entre ellos. Las heridas emocionales que los habían mantenido cautivos durante tanto tiempo comenzaban a sanar, pero, como cualquier proceso, era lento y con momentos de recaída.
Gabriel, quien solía ser un hombre encerrado en sí mismo, sentía que algo en su interior se desmoronaba poco a poco. No era un colapso, sino una liberación, como si el peso de los secretos y las mentiras que había acumulado durante su vida comenzaran a desvanecerse. Su relación con Claudia había sido el catalizador de ese cambio, aunque él aún no estaba completamente seguro de cómo ponerlo en palabras.
Mientras avanzaban entre los árboles, Claudia rompió el silencio, su voz suave pero firme.
—He estado pensando en lo que dijiste el otro día, sobre tu infancia —comentó, sin mirarlo directamente, pero sus palabras eran una invitación a profundizar más en algo que Gabriel había tocado solo en la superficie.
Gabriel asintió, dándose cuenta de que ella estaba lista para escuchar, y, más importante aún, de que él estaba listo para hablar.
—Es algo que nunca había dicho en voz alta —comenzó, con un tono que mezclaba duda y decisión—. Mi padre... siempre fue una figura imposible de alcanzar. No solo por las expectativas que tenía de mí, sino porque me moldeó para seguir su camino sin siquiera preguntarse si yo quería. Siempre había algo oscuro en él, y en la mansión, algo que nunca entendí del todo hasta que fue demasiado tarde.
Claudia lo miró de reojo, percibiendo la tensión en su mandíbula, como si las palabras le costaran salir. Sabía que compartir esas memorias no era fácil para él. En su propio proceso de sanación, había aprendido que algunas heridas estaban tan profundamente enterradas que dolía incluso reconocer su existencia.
—Recuerdo que cuando tenía ocho años —continuó Gabriel, su voz haciéndose más baja—, mis padres peleaban constantemente por mí. Mi madre quería protegerme, lo sé ahora, pero en ese entonces, solo me confundía. Decía que mi padre me estaba llevando por un camino del que no habría retorno. Pero no entendía lo que significaba, no hasta que crecí. Fue como si toda mi vida estuviera destinada a seguir un guion que yo no había escrito.
Gabriel hizo una pausa, sus ojos enfocados en las hojas caídas a sus pies. Claudia le dio espacio, sabiendo que las palabras eran difíciles de encontrar. Pero su silencio no era vacío, estaba cargado de comprensión y paciencia. Era lo que él necesitaba, alguien que no lo forzara a hablar, pero que estuviera allí para escuchar cuando finalmente lo hiciera.
—Me sentí atrapado. No por la mansión, ni siquiera por mi padre, sino por esa sensación de que no tenía control sobre quién era. —Gabriel se detuvo y se volvió hacia Claudia, buscando su mirada—. No sé si alguna vez lo sentiste, esa sensación de que te moldean antes de que tengas la oportunidad de decidir quién eres.
Claudia tragó saliva, recordando las expectativas que su propia familia había puesto sobre ella, las que la llevaron a reprimir su dolor durante tanto tiempo. Sabía exactamente a lo que Gabriel se refería.
—Sí, lo sé —respondió suavemente, acercándose a él, dejando que sus dedos rozaran los de Gabriel—. A veces es como si nuestras vidas fueran escritas por otras personas, y solo estamos leyendo las líneas que nos dieron. Pero... estamos aquí ahora, escribiendo algo nuevo, ¿no?
Gabriel dejó que sus dedos se entrelazaran con los de ella, y en ese simple gesto encontró un ancla, una conexión real y tangible. Nunca había sentido algo tan claro, tan poderoso. Estaba abriéndose a Claudia de una manera en la que nunca había podido hacerlo con nadie más, y esa vulnerabilidad lo hacía sentirse más humano, más libre.
—¿Sabes qué es lo más extraño? —preguntó Gabriel, más relajado ahora—. Creía que cuanto más compartiera sobre mi pasado, más me consumiría, pero contigo es lo contrario. Siento que al decírtelo, pierde su poder sobre mí.
Claudia sonrió con tristeza, reconociendo ese sentimiento.
—Lo mismo me pasa a mí —admitió, bajando la mirada por un momento—. Toda mi vida me obligué a ser fuerte, a no sentir. A reprimir lo que me hacía vulnerable porque creía que eso era lo que se esperaba de mí. Pero contigo... siento que está bien ser vulnerable. Está bien tener miedo.
El aire alrededor de ellos parecía más ligero, como si el peso de sus confesiones hubiera liberado algo en el ambiente. Caminaban ahora más cerca, sus cuerpos rozándose en un gesto de intimidad que iba más allá de lo físico. Estaban compartiendo no solo sus palabras, sino sus temores más profundos.
—El miedo siempre estará ahí, supongo —dijo Gabriel—. Pero lo importante es no dejar que nos controle, ¿verdad?
Claudia asintió. Ambos estaban en el mismo camino, uno que no era fácil, pero que estaban dispuestos a recorrer juntos.
—Sabes, he estado pensando en lo que dijimos sobre los secretos de esta casa —añadió Claudia, cambiando de tema suavemente—. Tal vez, todo lo que hemos encontrado aquí no es solo una advertencia del pasado, sino una señal de que podemos elegir no repetirlo.
Gabriel la miró, sorprendido por la claridad de sus palabras.
—No somos nuestros padres, Gabriel —continuó Claudia, sus ojos brillando con determinación—. No tenemos que ser definidos por sus errores. Podemos construir algo diferente.
Gabriel sintió cómo sus palabras resonaban dentro de él, como una verdad que siempre había estado ahí, pero que necesitaba escuchar de alguien más para realmente creerla.
—Tienes razón —dijo en voz baja, sus ojos encontrándose con los de Claudia—. Podemos escribir nuestra propia historia.
Y en ese momento, Gabriel se dio cuenta de que había dejado de huir de su pasado. Junto a Claudia, había encontrado el coraje no solo para enfrentarlo, sino para seguir adelante, y, por primera vez en mucho tiempo, el futuro no le parecía tan aterrador.