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Amatista

Amatista

Status: Terminada
Genre:Completas / Elección equivocada / Pareja destinada / Viaje a un mundo de fantasía / Edad media / Polos opuestos enfrentados / Bestia
Popularitas:179.2k
Nilai: 5
nombre de autor: thailyng nazaret bernal rangel

Segundo libro de la saga colores.

Prisionero de los campos de sal de Hilaria, O'Brian Adaleón es liberado por un hombre de negocios antes de cumplir su condena, con el fin de ofrecer trabajo como escolta de su revoltosa hija. Lo que al principio le parecerá una auténtica molestia, se convertirá en el comienzo de una hermosa historia de amor.

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SENSACIONES AMARGAS

...ROGUINA:...

Decidí quedarme junto a mi padre el resto de la celebración, no me sentía cómoda después de que el vizconde me rodeara y amenazara. Tenía miedo de quedar atrapada en un matrimonio con ese anciano, mi padre no podría aceptar semejante idea. Deseaba tanto que él pusiera su amor antes que la ambición, pero no estaba tan segura.

El Señor Alfred me había defendido, cumpliendo con su trabajo. Mantendría al anciano lejos, con esos golpes, esperaba que el viejo no cumpliera con su amenaza, pero si mi padre aceptaba el Señor Alfred no me protegería, nada me salvaría de un matrimonio.

Disimulé mi preocupación y todo lo que había sucedido del otro lado de la mansión.

— ¿Cómo te ha ido? — Preguntó mi padre, sonriendo cuando me acerqué, entrelacé mi brazo con el suyo.

— Bien.

— Te observé bailar con un joven bien parecido ¿Quién era?

Obviamente, no hablaba del Señor Alfred.

La forma en que me había defendido me hizo sentir una emoción extraña, estaba tan furioso al verme en las garras de ese asqueroso y como lo alejó de mí, con tanta fuerza. No pude evitar llenarme de admiración. Ese hombre era tan diferente a todos y no podía evitar sentirme intrigada por ello, quería saber más de él.

— Es un primo de Amanda, no tiene sangre noble — Dije, probando a mi padre, tal vez no le importaba que me casara con un joven de sangre común.

— Es una pena, parecía un buen muchacho — Suspiró, me había equivocado, si le importaba — Pero tranquila, estoy seguro que pronto conseguirás un buen prospecto.

— No lo sé padre, está un poco complicado.

Palmeó mi mano.

— Descuida, con la ayuda del Vizconde Marck podremos conseguir a un esposo para ti.

Me tensé, zafandome de su agarre.

— ¿Qué? — Jadeé.

— El vizconde se ofreció a ayudar en la búsqueda de un pretendiente para ti.

Fruncí el ceño — Padre, no aceptes la ayuda, podré arreglarme sola.

— ¿Qué? ¿Por qué debería rechazar su ayuda?

No era conveniente hablar allí, había muchas personas. Tal vez podría confesarle lo ocurrido a mi padre cuando llegáramos a la mansión. Ese hombre no iba ayudarlo, no de la forma que él creía, debía rezar para que mi padre no me vendiera.

— No lo sé, tal vez no consiga a ningún hombre.

— No seas tan pesimista, lo encontraremos — Me consoló, pero me quedé preocupada, ese vizconde no me dejaría en paz hasta lograr su cometido, puede que los golpes y las advertencias del Señor Alfred lo hayan alejado por un tiempo, pero estaba segura de que regresaría.

Mi padre me ordenó despedirme de Amanda y mis otras amigas cuando la celebración estaba finalizando. Ella estaba con su esposo cuando la abracé y le deseé una gran felicidad y un matrimonio próspero.

Daila y Marta estaban en las mesas, así que me despedí de ambas, tolerando sus chistes sobre el Señor Alfred.

— Espero que te cases con ese hombre antes que con el anciano, al menos tiene un cuerpo de infarto — Se burló Marta y Daila se rió a carcajadas.

— Por tan malos comentarios no tienen pretendientes — Me alejé, desconcertada cuando me percaté de que en la mesa donde estaba el Señor Alfred con Liana no había nadie.

Observé a todas partes, pero no había ni sombra de su cabello blanco.

Volví con mi padre, él también se estaba despidiendo de los hombres con los que hablaba.

— Ya nos marchamos — Ordenó mi padre.

— Falta el Señor Alfred.

Se percató — Ah, lo he visto caminar por aquel sendero — Señaló hacia un bonito camino de arbustos — Ve a buscarlo — Me ordenó.

— No... Mejor esperemos...

— Ve a buscarlo o se hará de noche — Insistió — No debería perderse así, si nos pasa algo no estará para defendernos.

— Dile eso cuando vuelva, debe hacer su trabajo con eficiencia — Gruñí, vaya que había sido eficiente apartando al vizconde de mí.

Me marché, caminando hacia el sendero, había hermosas flores y estanque con lindos cisnes y patitos, tan hermoso para pasar un día tranquilo en total soledad. Amanda disfrutaría mucho de aquel lugar, ella era afortunada.

Giré mis ojos hacia la derecha, pero toda esa impresión se convirtió en un enojo y repulsión.

El Señor Alfred estaba sentado en un banco con la Señorita Liana y no solo eso, estaban dándose un beso. Jamás había visto a un hombre y una mujer besándose, pero me pareció repugnante.

Apreté mis puños, recordando lo estúpida que había sido al darle un beso en la mejilla. Ese hombre no merecía mi aprecio. Una emoción desagradable me dominó, tenía ganas de llorar y romper cosas, lastimar a ambos.

No comprendía porque me sentía tan furiosa y dolida, un dolor que no era físico pero que quemaba con fuerza mi interior.

Dejaría de posar mis ojos en el Señor Alfred, me dedicaría siempre a despreciarlo, ese hombre era un trozo de hielo conmigo, ni siquiera me consoló con un abrazo cuando me derramé en llanto por la angustia, pero allí estaba, devorando la boca de esa modista.

Me alejé tan furiosa que le dí un manotazo a un arbustos. No me importó arruinarles el momento, volví al jardín y mi padre se desconcertó por mi actitud.

— ¿No lo encontraste?

— No — Corté, pasando de largo — Iré al carruaje, te espero allí.

Llegué a carruaje, el cochero abrió la puerta y me senté.

Traté de calmar mi respiración, inhalando y exhalando con fuerza para quitar el nudo en mi garganta. Retuve las ganas de llorar.

— ¿Qué me está pasando? — Susurré, frotando mis rodillas — No tienes porque sentirte así, el Señor Alfred es solo el empleado de mi padre, nada más — Me repetí una y otra vez, tomando fuerza mientras quitaba los ganchos de mi cabeza, deshaciendo mi tocado.

Me solté el cabello y até la parte superior mientras esperaba a mi padre.

Unos pasos se escucharon y la puerta se abrió.

El Señor Alfred apareció.

Observé por la ventana, ignorando cuando entró al carruaje y se sentó en el asiento frente a mí. El interior se balanceó bajo su peso y abrí mi bolso para sacar mi espejo.

Observé mi reflejo, mis ojos estaban brillantes, pero del resto todo parecía normal.

Me percaté por el rabillo del ojo como deshacía el lazo en su cuello, el que le había hecho con mucha dedicación.

Mi respiración se hizo pesada, quería aventarle el espejo en el rostro.

"Recuerda, solo es un empleado, es libre de hacer lo que quiera, nada te une a él"

Me observó detenidamente, cuando le devolví la mirada, observé esa boca que antes me parecía varonil y sensual, ahora estaba usada por la señorita enredadera.

— ¿Qué es lo que observa? — Gruñí y se cruzó de brazos — ¡Se le perdió la enredadera!

— ¿Qué? — Entornó una expresión de confusión.

— Nada — Susurré.

— Usted me observa ¿Por qué yo no puedo hacerlo?

— ¡Porque usted es repugnante! — Exploté y soltó un risa irónica.

— Debe sufrir de doble personalidad, hace nada estaba siendo muy amigable conmigo y ahora tiene los mil demonios encendidos en mi contra, sin yo hacerle nada — Gruñó y ésta vez fui yo quien rió.

— No se equivoque, que le haya agradecido no quiere decir que me caiga bien, al contrario, me sigue cayendo muy mal — Enfatice en lo último y elevó su ceja cortada, pero no le dió tiempo de responder.

Mi padre volvió y golpeó el techo del carruaje.

El aire podía cortarse con un cuchillo, pero mi padre no se percató del mal humor que flotaba en el interior del carruaje.

No separé mis ojos de la ventana.

— Señor Alfred, mientras no se distraiga de sus obligaciones puede entretenerse como guste — Dijo mi padre, en sutil sugerencia.

— Es muy cierto, disculpe mi ausencia, pero la Señorita Liana insistió en una plática a solas.

Casi resoplé, estaban utilizando la boca, pero no precisamente para hablar.

Un silbido se escuchó de parte de mi padre.

— Al parecer la modista y usted se llevan de maravilla, me percaté del interés de ella hacia usted, puede que termine casado — Se rió y apreté mi boca en una línea.

— Es encantadora, pero...

"Ser una descarada no la hace encantadora"

— Lo sé — Interrumpió mi padre — La conozco muy bien, es una mujer muy dulce.

Me provocaba darle una mirada a mi padre.

— Debe tener en cuenta que no puede bajar la guardia cuando este con su amada, podrían atacarnos ¿Verdad padre? — Dije y él asintió con la cabeza.

— Eso es muy cierto.

El Señor Alfred apretó su mandíbula.

— No se preocupe, no bajaré la guardia en ningún momento.

— Es toda su responsabilidad si me sucede algo, Señor Alfred — Elevé mi barbilla y me observó con los ojos estrechados — No quiera poner en riesgo su trabajo por andar detrás de la modista.

— Roguina — Advirtió mi padre.

— Eso no sucederá — Gruñó el Señor Alfred — Conozco muy bien mis obligaciones.

— Eso espero.

Volví a observar hacia la ventana, cruzando mis brazos.

...****************...

Al llegar a la mansión consideré hablar con mi padre, pero estaba demasiada agotada, me dolían los pies por las zapatillas. Decidí que le contaría al día siguiente y me despedí de él cuando entramos en el vestíbulo. No le dí ni las buenas noches al Señor Alfred, sentí su mirada mientras me alejaba por las escaleras.

Cuando llegué a la habitación me senté sobre la cama y abracé un cojín.

Tal vez mi única aspiración era casarme con ese viejo degenerado y vivir infeliz el resto de mi vida.

Haría todo para evitar que eso sucediera, prefería quedarme sola antes de que mi padre me entregara a ese sujeto.

Recordé el Señor Alfred y se me salieron las lágrimas.

¿Qué me ocurría? No tenía sentido lo que me sucedía, ese idiota era un asesino, un desconocido que ni sabía de donde provenía. Llevaba solo unos cuantos días viviendo allí.

Me calmé, aquello era irracional.

Necesitaba estar lejos, pero mi padre no iba a dejarme salir sola.

...****************...

A la mañana siguiente me coloqué mis pantalones y una de mis camisas. Observé por la ventana, considerando escapar, pero me percaté de que estaba lloviendo. Mis planes se habían arruinado.

La sirvienta entró con una bandeja de desayuno, explicando que mi padre estaría ocupado y que no podría comer conmigo en el comedor.

Agradecí y empecé a comer en la mesita que había junto a la ventana.

¿Qué podía hacer en un día lluvioso?

Lo único que se me ocurría era la lectura, pero no era una actividad que me entretuviera.

Después del desayuno salí, dando brincos y deslizándome por el muro de la escalera. Por suerte nadie estaba para reprenderme por eso.

Caminé hacia la biblioteca, disfrutando de lo que sería mi día en total soledad.

Abrí la puerta, pero al entrar mi sonrisa se borró.

La biblioteca estaba diferente, toda la estantería estaba agrupada en el fondo.

Al frente estaba el Señor Alfred, entrenando con una espada, blandiendo en el aire con agilidad y rapidez.

Consideré marcharme, pero él era el invasor, no yo.

— ¿Qué está haciendo aquí? — Exigí, cerrando la puerta con brusquedad, dejó de moverse, bajó su espada y me observó.

— Buenos días, Señorita Roguina — Gruñó, respirando con fuerza, los músculos de su pecho se agitaban, marcandose en la fina tela debido al sudor.

— ¿Qué sucedió aquí? — Señalé los estantes con la mirada.

Se encogió de hombros — El Señor Robert me dió su consentimiento para entrenar aquí.

— Esto es una biblioteca.

— Él me dijo que nadie la utilizaba y que ningún sirviente vendría a interrumpir mi entrenamiento — Giró la espada nuevamente — Pero no dijo nada sobre su encantadora hija — Recalcó sarcásticamente.

— Vine aquí a leer, queriendo soledad y tranquilidad — Dí un paso hacia él.

— De saber que me toparía con usted no hubiese tomado la palabra a su padre — Entornó una expresión de impaciencia.

— La biblioteca no es para entrenar, si quiere hacerlo, vaya al jardín.

— Está lloviendo — Empezó a moverse.

— Yo no pienso marcharme — Me cruzó de brazos.

— Yo tampoco.

Solté una respiración frustrada.

— Ésta es mi casa, así que por ley, usted es el que debe irse.

Dejó de moverse y me evaluó con irritación.

— ¿Qué rayos le sucede conmigo? ¡Ya me estoy hartando! — Gruñó y resoplé.

— ¡Soy yo la que me estoy hartando de usted!

— ¿Por qué me detesta tanto? ¡No le he hecho nada!

Me quedé callada, haciendo ademán de marcharme y se acercó rápidamente.

— ¿Es ese el problema? — Susurró, sus ojos se oscurecieron y fruncí el ceño.

— ¿A qué se refiere?

— Usted está así porque yo no le hecho nada — Rompió la pequeña distancia y el calor de su cuerpo me envolvió.

1
Jovis Feliz
estuvo linda la historia, pero siento como que quedó inconclusa,
Veronica Caglia
O'brian guau a mi me gustan mayores esos que se dicen señores 🎶🎶
H.M.R
Me encanto
Lizzie Cedeño
me quedé con la boca abierta al leer está línea
Lizzie Cedeño
jajaja me muero de la risa 🤣🤣
Jackeline Gaido
Son 16 años de diferencia, el tiene 35 y ella 19.
Yesenia Ortega
Escritora sensacional sin palabras que Dios te siga bendiciendo y sigas escribiendo tan bonito como siempre voy por la próxima.
BAE :) Mage
;)
Flavia Claramunt
ame las 4 historias,tanta creatividad para crear los personajes,la narración impecable y tan descriptiva,los detalles en los paisajes,vestuario,maquillaje,casas y paisajes,y siempre las historias de amor tan hermosas,una fan más de tu forma de escribir fue un placer de principio a fin,y voy a releerlas más de una vez porque sin dudas valen la pena 👏👏👏👏👏👏👏,
Flavia Claramunt
una obra maestra como todo está saga
L34578
Muy bonita
Ely Moreno
una bella historia, que nos recuerda que siempre tenemos una 2da oportunidad
María sarmiento
hermosa historia quiero leer la tercera historia. tienes esa habilidad de adentrarnos y vivir tus historias. felicidades
Eleonor Baker
Maravillosa historia llena de valentía y amor, me ha gustado sus dos gemelas genial una como cada uno de ellos
Eleonor Baker
Este par es genial, luchando y comentando cómo en fiesta del té...jijiji
Eleonor Baker
Exacto, se vio super genial porque no la amarraron, pero amarrada el cuento cambia?
Eleonor Baker
Ah caray, osea que le hubieras permitido casarse con O'Brian si pedía permiso? Ay ajaaaaaa
Ara
Claro el tener albinismo no tiene nada de malo
Ara
Felizmente que ella no se aminala
Ara
Le toca aceptar la situación al papá
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