Mi Hija Es La Villana Sangrienta

—¡Controlarlo no será difícil! —arremetió el presentador dirigiéndose al gordo en el público ataviado en prendas con aspecto caro— ¡Basta con darle una buena hembra con la que follar todos los días, abundante comida y un sitio cálido donde dormir, y será suficiente para él! ¡Créanme, estas bestias son como animales! ¡Trátalo como un perro y te dará la lealtad de un perro!

Ante la frase del esclavistas, la multitud comenzó a reír por igual, ignorando por breves segundos el porqué estaban protestando. Negué con la cabeza varías veces ante lo absurdo de todo esto.

—¡Doy 55 Diolines de oro por él! —gritó una mujer, poniéndose en pie entre la multitud. No… no era una mujer, más bien un hombre vestido de mujer. Tenía el rostro tan pálido seguramente por las montañas de maquillaje que se había puesto. Sus labios finos estaban pintados de rojo y sus ojos perfectamente pincelados con tonos oscuros y dorados.

Vestía un hermoso vestido rojo vino que descubría sus anchos hombros y un enorme sombrero con forma de pétalos de flores, cubría su cabeza calva. Era un muy extraño contraste, ciertamente.

—¡Oh! —bramó el presentador con una sonrisa de satisfacción— ¡Al parecer a Madane Phillipe le gusta lo que ve!

En respuesta todos rieron sonoramente y desde mi posición pude ver como esa Madane se relamía los labios y dientes sin dejar de observar al mitad ogro como si fuera un delicioso bocadillo.

«Que asco»

No quise ni imaginar las cosas que estaban pasando por su cabeza.

—¡55 Diolines dorados! ¡¿Quién da más por él?!

Por unos segundos, nadie más se atrevió a levantar la mano. La tal Madane sonreía como si la victoria ya fuera suya, pero era demasiado pronto para sacar conclusiones. Alguien más levantó la mano entre la multitud.

—¡65 Diolines por él! —declaró un hombre elegante en el fondo de la multitud— ¡Será divertido meterle una vara por el trasero y ver como su voluntad se convierte en polvo!

Hice una mueca de asco al escucharlo. Ninguno de los dos era una buena opción. Ambos eran detestables como amos y claramente no tenían buenas intenciones.

—¡65 Diolines! —declaró el esclavista emocionado— ¡La cifra sigue aumentando! ¡¿Alguien pone más?!

—¡70 Diolines! —arremetió Madane fulminando con la mirada al hombre elegante vestido de traje y corbata.

—¡75! —bramó el otro sin dudar.

Madane se mordió el labio inferior impotente y abrió la boca dispuesta a mencionar otra cifra, pero otra voz se alzó.

—¡Doy 100 Diolines por él! —luego de gritarlo a viva voz, rápidamente cubrí mi boca entendiendo el error que había cometido. ¿Pero qué diablos hice? ¿En serio voy a comprar un esclavo?

—¡¿100 Diolines?! —exclamó el presentador con una sonrisa incrédula mirando directamente hacia mi posición. Todas las miradas del público recayeron en mi de inmediato— ¿Está seguro de eso joven?

Lentamente descubrí mi boca. Mis ojos recayeron en el esclavo cuyos ojos estaban fijos en mi, como si pudiera ver más allá. Lentamente asentí con la cabeza sin poder dejar de observarlo fijamente y grité un tanto más segura de mi decisión.

—¡Si… estoy seguro!

Todos exclamaron sorprendidos. Hasta yo, que no sabía nada de este mundo, sabía que comprar un esclavo por 100 Diolines de oro era una locura y un gran desperdicio de dinero. Más de la mitad de las monedas que me quedan se irían con solo esta compra, pero por alguna razón no me arrepentía de mi decisión.

—¿Alguien más quiere dar otra cifra? —preguntó el esclavista nuevamente. Un intenso silencio se extendió por todo el público. Madane se dejó caer en su asiento, un tanto decepcionado y el otro caballero se retiró del lugar, junto con otro grupo de hombres que parecían ser sus guardaespaldas.

Al parecer la decisión ya estaba tomada.

—¡Pues oficialmente el esclavo le pertenece joven! —bramó el presentador— ¡Que disfrute de su compra!

«Espero no arrepentirme de esto más adelante»

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

Un tiempo después, luego de que la subasta terminara, los compradores se dirigieron a una zona detrás de la tarima donde habían múltiples jaulas de tamaño personal donde se encontraban muchos esclavos amontonados. El que sería mío en particular, se encontraba en una jaula solo para él, sentado en el suelo con la decepción y la tristeza marcada en su rostro.

Verlo de esa manera me provocó un nudo en el corazón.

Me acerqué sosteniendo las riendas de mi caballo y cuando notó mi presencia, de inmediato levantó su rostro y las aletas de su nariz se movieron, seguramente reconociendo mi olor. Se que estaba mal pensar así de una persona… pero en verdad parecía un perro.

—Con que aquí está mi intrépido nuevo cliente —se acercó el presentador con una enorme sonrisa en sus labios— Nunca en toda mi vida había visto a alguien tan estúpido como para gastar 100 Diolines de oro en un esclavo.

Lo fulminé con la mirada pero no dije nada más al respecto. Antes, había separado en una bolsa más pequeña los 100 Diolines correspondientes por lo que se lo entregué de inmediato esperando no escuchar más su desagradable voz.

El esclavista abrió la bolsa y luego de cerciorarse de que el oro era real, me sonrió burlonamente satisfecho y se retiró a recibir el pago de otro comprador. Una vez fuera de mi vista, lo señalé con mi puño cerrado y el dedo de el medio alzado.

«Alimaña detestable»

Revisé lo que me quedaba y decepcionada contemplé que apenas me quedaba 20 míseras moneditas. Solo esperaba que me alcanzara para comer algo al menos.

Dirigí mi atención hacia el esclavo y luego de suspirar profundamente, abrí la cerradura de la jaula y abrí la verja. El esclavo frunció el ceño, un tanto confundido por mi accionar y de inmediato le aclaré.

—Eres libre a partir de ahora. Mi intención nunca fue tener un esclavo.

Al escucharme, el esclavo no pudo disimular su sorpresa.

—Solo… acompáñame hasta la salida de la ciudad. Después de eso, eres libre para ir a donde quieras. —agregué, ya que gasté tanto dinero en el, al menos lo usaría para algo útil.