🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.
Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.
Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.
Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.
Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.
✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.
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Capítulo 2 – Normas de convivencia
Lucía se despertó al día siguiente con la ilusión de que tener que compartir su habitación era solo una pesadilla, pero un sonido extraño hizo que se diera cuenta de la realidad.
Un rasgueo de guitarra.
A las siete y media de la mañana.
Se sentó en la cama con el ceño fruncido. Frente a ella, en el colchón improvisado del suelo, Diego estaba medio recostado, afinando las cuerdas con gesto relajado, como si estuviera en un anuncio de colonia barata.
—¿Es en serio? —gruñó Lucía, despeinada y con voz ronca.
Diego levantó la vista.
—Buenos días, compañera de cuarto. ¿Dormiste bien?
—Hasta que empezaste a torturarme con eso.
—Esto no es tortura, es arte. —Pulsó otra cuerda, que sonó horriblemente desafinada—. Bueno, casi arte. -Dijo con una sonrisa ladeada.
Lucía se tiró una almohada encima de la cabeza.
—¿No tienes horarios normales como la gente normal?
—Yo soy más… nocturno-matutino. Flexible, ¿sabes? -Dijo guiñándole un ojo.
Lucía no contestó. Solo pensó en cómo acabaría en la cárcel por homicidio involuntario en menos de una semana.
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En la cocina, Javi, el famoso gamer del piso, desayunaba cereales mientras estaba concentrado frente a una pantalla portátil donde corría un videojuego de disparos.
—Lucía, ¿verdad? —preguntó sin apartar la vista de la pantalla.
—Sí —contestó ella, aún con cara de pocos amigos por culpa de Diego por despertarla de esa manera.
—Cuidado con Diego —dijo mientras apretaba botones frenéticamente sin apartar la vista d la pantalla—. Se adueña del sofá, de la comida y, aparentemente, de las guitarras a horas criminales.
Al escuchar eso Diego se hizo presente en la cocina con aire inocente.
—Eh, no exageres —replicó Diego, que apareció detrás con la guitarra colgada como si fuera un trofeo con una gran sonrisa—. Soy un compañero modelo.
—Sí, el modelo de desastre —murmuró Javi, dando el golpe final a su partida.
Carla entró en ese momento con un zumo en la mano, tratando de calmar el ambiente.
—Vale, vale, ya basta. Voy a colgar en el refrigerador las Reglas de convivencia que tenemos que cumplir para vivir en paz y armonía. -Dijo para luego leer en voz alta la lista.
Reglas básicas de convivencia:
1° Nada de guitarras antes de las nueve.
2° Cada uno lava sus platos.
3° Nada de invadir habitaciones ajenas.
—¿Y yo qué hago entonces? Te recuerdo que comparto habitación por el momento—preguntó Diego con fingida inocencia.
—Tu colchón no cuenta como habitación Diego —dijo Lucía, arqueando una ceja.
Diego le dedicó una sonrisa.
—Me encanta que ya tengas mi nombre en tus primeras normas. Significa que soy importante para ti.
Lucía lo fulminó con la mirada, pero su ligera sonrisa traicionaba su enfado, ya que toda esta situación era demasiado comica.
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Esa mañana, luego de un extraño desayuno y de arreglarse, Lucía salía corriendo hacia su primer día de prácticas, y pensó que, si sobrevivía a Diego, sobreviviría a cualquier cosa.
Lo que no sabía era que, en ese piso compartido, las normas nunca se cumplían y eso sería su perdición.