Aksel Klutzberg no es el típico alfa de cuento. Es delgado, su forma de lobo es más pequeña que la de cualquier otro líder, y su vida está lejos del lujo o la admiración. Se convirtió en alfa siendo apenas un adolescente, cuando sus padres lo abandonaron para ir en busca de sus mates, dejándole solo una nota y una manada al borde del colapso.
Hoy, Aksel vive en la casa principal de la manada, pero prefiere usar los pocos recursos que le quedan para reparar los hogares de los demás, pagar estudios, cubrir gastos médicos y mantener unida a su gente antes que comprarse un par de pantalones nuevos. Trabaja en la única ferretería que lograron salvar, sobrevive a base de esfuerzo y sarcasmo, y no ha tenido tiempo —ni espacio— para enamorarse.
Lo último que espera es encontrar a su mate. No está listo para el amor, ni para compartir una vida que a duras penas sostiene.
Pero el destino no espera a que estés preparado.
Y Aksel está a punto de enredarse más de lo que nunca imaginó.
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El origen del enredo
Entré en mi casa con ganas de tirarme en la cama y dormir hasta el día siguiente. Había pasado una mañana aburrida en el instituto, donde últimamente nadie me hablaba ni me miraba. Lo único que me hacía soportar el día era Liam, mi mejor amigo. Bueno, mi único amigo. Él era el único que me trataba con normalidad. Pero hoy no había venido. Ayer cumplió años y tuvo su primera transformación, así que se quedó en casa.
Al llegar a la puerta, me encontré con Rosa. Ella ha estado cuidando de mí desde que mi madre se fue hace un par de años.
—Hola, Aksel —me dijo con una sonrisa dulce—. ¿Qué tal el día?
—Hola, Rosa —respondí con desgana—. Normal, creo.
—Bueno, mi niño, te esperan en el despacho del alfa —informó sin más.
Me quedé paralizado. ¿Qué? ¿El despacho de mi padre? No había hecho nada para que me llamara allí.
—¿Está de mal humor? —pregunté con recelo.
—No lo sé, Aksel. Solo sé que es urgente. Vamos, no te demores.
Rosa me tomó de la mano y me arrastró hasta el despacho. Es el lugar donde mi padre solía reunirse con otros alfas y atender los asuntos de la manada, aunque últimamente nadie venía. Cuando entré, la silla del alfa estaba vacía, la chimenea apagada. Parecía que no había nadie.
En el sofá, con cara de pena, estaba Mark, el beta de mi padre. Me miró con compasión. Se levantó y se acercó a mí.
—Hola, Aksel —saludó con voz grave.
—Hola, beta Mark —respondí con nerviosismo—. ¿Le pasó algo a mi padre?
Estos últimos años, mi padre había estado en constante furia desde que mamá lo dejó. Bueno, en realidad, nos dejó a todos.
—Tengo algo para ti —dijo, sacando un sobre del bolsillo.
—¿Qué? —pregunté, confundido.
—Una carta de tu padre —dijo, y me la entregó.
Me quedé helado. ¿Una carta? ¿Qué significaba eso? ¿Dónde estaba él?
—¿Una carta? —repetí, incrédulo.
—Sí. La encontré esta mañana en su escritorio —dijo, tranquilo, entregándomela.
Sentí un nudo en el estómago. Esto ya lo había vivido antes. Cuando ella se fue.
"Aksel, la manada es tuya. Desde que tu madre nos dejó, no tengo nada que me ate a esta manada. Lo siento, pero no puedo seguir viéndote sin recordar la traición de tu madre. Marius."
Esto es una puta broma, ¿verdad? ¿Ninguno de los dos se dignó a despedirse en persona? ¿De verdad tenían que hacerlo con una maldita nota?
Una risa burlona se me escapó. El beta de mi padre me miraba con pena, y eso dolía más que cualquier otra cosa.
¿Cómo podía haber cambiado tanto mi vida en un solo año? ¿Qué más me podía pasar? ¿Quién más me iba a abandonar?
—Muchacho, tranquilo. Todo va a estar bien —intentó consolarme Mark—. Sé que esto pinta mal, pero de alguna forma mantendremos la manada.
¿La manada? ¿Y ahora quién iba a encargarse de la manada? Yo no podía, no hasta cumplir la mayoría de edad y tener mi transformación. Y para eso... aún faltaba más de un año.
—Mi madre no tiene hermanos. ¿Quién ocupará el lugar del alfa? —pregunté.
—En estos casos, sería el heredero. Es decir, tú. Pero aún eres menor. Las relaciones con las manadas vecinas son estables, así que no deberíamos preocuparnos por ahora de algún enfrentamiento —explicó Mark.
—¿Yo? Aún me falta más de un año —respondí, inquieto.
—Hay una forma, pero el Consejo de Manadas debe aprobarla —dijo—. Si no te reconocen como alfa, podrían decidir desintegrar la manada.
—¡No pueden hacer eso! Esta es la manada de mi abuelo… y del padre de él —reclamé, molesto.
—Lo sé. Por eso pediremos su autorización y que te reconozcan formalmente como alfa.
Pasaron dos días desde que Mark envió la carta al consejo. Dos días en los que no dejé de pensar en cómo mi vida estaba yéndose al carajo.
—Vamos, Aksy —intentó animarme Liam—. Todo va a estar bien. La manada te apoya, lo sabes, ¿no?
—Odio que me llamen Aksy —gruñí—. Y no creo que todos me apoyen. He escuchado los rumores.
Y era cierto. La noticia de que mi padre se había largado se propagó como pólvora. Todos lo sabían. Todos querían respuestas. Incluso yo.
—Cuando seas el alfa oficial ya no podré llamarte así —dijo Liam, haciendo un puchero.
—¿Puedo pedirte un favor? —le pregunté.
—Siempre.
—El día que me abandones, al menos despídete de mí. No me dejes una nota.
—Eres mi mejor amigo, mi hermano. Nunca te abandonaré.
—Lo sé… solo prométemelo.
—Te lo prometo.
—Gracias.
En ese momento, Mark entró en la sala con una caja pequeña y un sobre.
—Alfa Aksel —me llamó—. Ya contestaron los del consejo.
Desde que mi padre se fue, él y algunos guerreros me llaman así. A mí me suena ridículo.
—¿Qué dicen? —preguntó Liam, nervioso.
—Aceptan que Aksel sea el nuevo alfa de la manada —anunció, inexpresivo.
—¡Eso es genial! —dijo Liam.
—Con una condición —añadió Mark, mirándome con severidad—: debes poder transformarte en lobo.
Un escalofrío me recorrió la espalda. ¿Transformarme? ¿Cómo se supone que iba a hacer eso si aún no tenía la edad?
—Está bien —dije, intentando sonar tranquilo—. Mientras tanto, ¿tú te encargarás de la manada hasta que cumpla 18?
—No, Aksel, no entiendes —dijo, aún más serio—. Tienes que cambiar en estos días. Para ser exactos, en tres días.
—¿¡Qué!? —dijimos Liam y yo al unísono.
Mark dejó el sobre con la respuesta del consejo sobre la mesa y abrió la caja. Dentro, una botella pequeña con un líquido dorado.
—¿Qué es eso? —pregunté, receloso.
—Parte del ritual del Llamado del Lobo. Debes beberlo lo antes posible. Después, esperaremos a que salga la luna, dentro de tres noches. Nos reuniremos en el claro del bosque, con dos miembros del consejo y algunos de la manada. Ahí, delante de todos, te transformarás en lobo.
—¡Es peligroso! —protestó Liam—. Se supone que nos transformamos naturalmente a los 18. Adelantarlo... no es seguro.
—Ya ha funcionado antes. Se usa en situaciones especiales —respondió Mark.
—Vale —dije, extendiendo la mano hacia el frasco.
Mark me lo dio. Era viscoso y brillaba como miel rara. Lo abrí, lo acerqué a la boca.
—¿Y qué pasa si no funciona? —preguntó Liam, deteniéndome.
Mark suspiró, me miró a los ojos.
—Tienes derecho a saberlo. Primero, sentirás fiebre y agotamiento. La transformación será diez veces más dolorosa que una normal. Existe la posibilidad de que tu lobo despierte confundido, salvaje… que lastime a alguien. O peor: que no resistas la transformación y mueras.
—Están locos si creen que… —Liam se detuvo al ver que me lo tomaba de un solo trago.
Le devolví el frasco vacío a Mark. Me ardía la garganta.
—Ya ni modo —dije.
Los tres días pasaron lentamente. Cada vez me sentía peor. El calor en mi cuerpo no cesaba, tenía pesadillas con lobos feroces y sangre. Rosa me cuidaba, pero yo solo quería que llegara la luna y se acabara todo.
Por fin, la noche llegó. Mark me llevó al claro. Allí estaban Liam, los dos del consejo y varios de la manada. Todos me miraban. Curiosidad. Expectación. Lástima.
—Aksel —dijo Samuel, uno de los del consejo, con solemnidad—. Estamos aquí para presenciar tu transformación. Según el Libro Antiguo, solo los elegidos pueden despertar al lobo antes de tiempo. Es una prueba de valor, fuerza… y sacrificio. ¿Estás listo?
—Sí —mentí, con un nudo en la garganta.
Me senté desnudo en el centro del círculo. Las miradas pesaban. Busqué la de Liam. Me sonrió. Yo le devolví el gesto.
La luna apareció. Llena, enorme, blanca. Me hipnotizó. Y entonces, el dolor.
Un puñal en el pecho. Mil agujas. La piel se me arrancaba. Caí, convulsionando. Mis huesos se rompían. Quise morir.
—Aksel, ¡resiste! —escuché la voz de Mark, lejana.
—No va a poder… es muy joven, muy débil —susurró alguien.
—¡Callaos! No interrumpan el ritual —ordenó Samuel.
Intenté concentrarme. Quería oírlo. Mi lobo. Mi otra voz. Pero no había nada. Solo silencio.
¿Dónde estás? Vamos, ¿dónde estás, lobo?
Nada.
Perdí el conocimiento.
Cuando desperté, el dolor era menos. La luna seguía ahí, más alta. Voces a mi alrededor.
—¿Por qué no cambia del todo?
—Quizás necesita más tiempo…
—O quizás ya esté muerto.
No. No estoy muerto. No voy a morir. Tengo que ser el alfa.
Y algo cambió.
El dolor se volvió calor. El calor, fuerza. Mis sentidos se afinaron. Mi lobo despertó.
—¡Lo logró! —gritó Liam.
—¡Nuestro alfa! —dijo Mark.
—¡Pero qué pequeño es! —se burló alguien.
—¡No importa el tamaño, sino el carácter! —dijo Samuel.
Me levanté. Miré mis patas, mis garras, mi pelaje negro azabache.
Era yo. Completo.
Pero faltaba algo. La voz.
¿Dónde estás, lobo?
Y ahí, por fin, apareció.
—¿A quién le dice pequeño ese sopenco? —resonó en mi mente con descaro—. Soy River, tu lobo. Y soy el mejor.
me encantó la personalidad de este alfa