Sumérgete en Veydrath, un mundo donde la magia fue custodiada por Brujas hasta que la Luna de Sangre anunció su caída. Synera, el Oráculo, despierta mil quinientos años después, tras ser sellada fuera del tiempo por Aetherion, la Suprema más poderosa. Ahora, humanos y demonios gobiernan sobre las ruinas del antiguo orden.
Guiada por la promesa de restaurar el equilibrio, Synera atraviesa reinos y memorias olvidadas en busca de la reencarnación del Caos, fuerza protegida por Aetherion para preservar la armonía.
En un santuario fuera del tiempo conoce a Kenja y a su guardián Frayi, un zorro kitsune. Atrapados en un bucle mágico, enfrentan revelaciones sobre antiguos pactos y la magia perdida. Para liberar el destino de todos, Synera deberá dominar la Reversión y despertar un poder que desafía incluso a su creadora.
Entre pruebas, recuerdos y la amenaza del caos, Synera y Kenja forjan una alianza que decidirá si la magia renace… o se consume para siempre.
NovelToon tiene autorización de Kevin J. Rivera S. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
CAPÍTULO I: El peso de la soledad
— Synera —
No elegí vivir. No crecí. No nací como lo hacen los demás.
No formé parte de ese ciclo cálido y cruel llamado vida.
Soy su sombra. Su reflejo. Su piel.
Todo en mí… le pertenece.
Cada pensamiento, cada suspiro, incluso esta voz que se quiebra al hablar… ni siquiera eso es mío.
¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Qué hago aquí?
Floto.
Caigo.
Sueño.
Estoy atrapada en un abismo sin fondo, un océano de nada que me arrulla con su frío eterno.
Todo es gris. No hay arriba ni abajo. Solo el eco de una conciencia que ni siquiera me pertenece.
¿Quién soy? ¿Por qué yo?
¿Por qué a mí...?
Nunca conocí la soledad, pero tampoco supe lo que era estar acompañada.
No entiendo qué son los sentimientos… solo sé que todo lo que soy, y todo lo que seré, existe gracias a ella.
Aetherion.
Ella… es mi origen. Y quizás mi fin.
Me hundo en este sueño sin tiempo.
A veces, solo a veces, una chispa de pensamiento (que tal vez sea mío, o tal vez no) se enciende:
¿Podré algún día ser diferente? ¿Ser... yo?
Entonces, sin aviso… el abismo me rechaza.
Me vomita hacia la luz.
Como un parpadeo, como un glitch en una simulación rota.
Y despierto.
......................
Han pasado mil quinientos años desde la guerra.
Brujas. Humanos. Demonios.
Un mundo desangrado, reescrito por la violencia y el miedo.
Pero para mí… fue solo un pestañeo.
—¿D-Don… dónde estoy? —susurro con una voz que no siento como mía, tumbada en un suelo extraño.
Todo huele distinto.
El aire… no canta como antes.
La energía de este mundo ya no baila, no respira como lo hacía la vieja magia.
Es como si Veydrath —la tierra que una vez conocí, la que alguna vez me soñó— hubiera muerto sin que nadie lo notara.
Y en su lugar... solo quedan ruinas disfrazadas de imperios.
Los humanos controlan ahora la magia que temían.
Crearon democracias, se erigieron como reyes de sus propias ruinas.
Pero siguen tan rotos como siempre:
codiciosos, crueles, en guerra eterna consigo mismos.
Solo cambiaron de máscaras. Nunca de alma.
Observo. Todo es ajeno. Todo es nuevo y, sin embargo, me duele con una nostalgia que no entiendo.
Desperté en una aldea pequeña, olvidada por el mundo.
Allí, los humanos sin magia vivían como parias.
Rechazados por su propio linaje, por la historia que los escupió.
Pero… eran humanos.
Y por primera vez, alguien me miró sin miedo.
No con adoración. No con odio.
Solo con una extraña curiosidad… como si yo también pudiera ser algo más.
Mientras el mundo había girado sin mí durante siglos, yo apenas comenzaba a abrir los ojos. Todo era nuevo. Todo era hostil. Pero yo seguía siendo la misma.
Mi nombre es Synera.
No soy humana.
Tampoco bruja.
Soy algo distinto… algo que no debería existir por sí mismo.
Fui moldeada, no nacida.
Tallada por manos divinas, con hilos de magia y propósito.
La Suprema me creó.
No con amor, ni con ternura, sino con necesidad.
Con voluntad absoluta.
No poseo un alma.
Pero dentro de mí, late un fragmento de su conciencia.
Un eco eterno de su voz.
Fui su oráculo.
Su espejo.
Su sombra fiel en la luz del mundo.
Recuerdo la primera vez que me vi reflejada en el agua.
Fue como mirar a un fantasma que aún no entendía su existencia.
Mi piel, pálida como la escarcha al amanecer, parecía desvanecerse bajo la luz.
Mi cabello, tan blanco que desafiaba la sombra, imposible de esconder, imposible de ignorar.
Y mis ojos…
Carmesíes.
Sin brillo, sin vida.
Iguales a los suyos, y sin embargo, profundamente distintos.
Vacíos. Silenciosos.
Mi figura era más alta, más adulta que la de ella.
Pero también más frágil.
Como si un simple suspiro del viento bastara para quebrarme.
Sin embargo, lo más pesado en mí… no se ve.
Es la carga invisible que me fue impuesta:
una misión grabada en lo más profundo de mi existencia.
Una promesa que me ata a este mundo,
que me sostiene aún de pie…
incluso ahora, después de siglos de silencio.
De pronto, en un parpadeo, el tiempo corrió para mí como un suspiro... pero para el mundo, cada segundo fue una herida lenta. Los años en aquella aldea fueron los primeros pasos de una eternidad que jamás pedí. Aprendí a ver sin intervenir, a existir sin pertenecer. Observé cómo el mundo cambiaba, y lo comprendí de formas que ojalá nunca hubiera entendido. La magia, antes sagrada, susurrante y viva, se volvió una herramienta fría, domesticada, útil solo para el poder. El continente se fragmentó, como un espejo roto que ya nadie quiso recomponer.
Donde una vez se alzaba el Reino de las Brujas, ahora florece el Capitolio. Decathis, lo llaman. Una joya artificial, brillante, erigida sobre las ruinas de una historia que prefieren olvidar. Sus torres rasgan el cielo, pero sus cimientos están hundidos en ceniza y sangre. La gobierna un Rey Mago que no heredó el poder, sino que lo robó, lo vistió de oro y lo proclamó suyo. Pero sé la verdad. En las sombras, más allá de los nombres y las coronas, él no es más que un títere. Porque la verdadera amenaza... es más antigua. Y más oscura.
El lugar de mi despertar fue en la provincia Diez, una de las tantas que componen el extenso cuerpo de ese nuevo imperio. Cercanas entre sí, pero no unidas. Fragmentos de un reino que aún pretende sostenerse, aunque muchos de sus rincones han sido abandonados por el tiempo y por quienes gobiernan desde la distancia.
Diez es una tierra de los olvidados.
Los que viven aquí no son ciudadanos. Son sobrevivientes.
Aquí, la magia no es un derecho. Es una condena.
Una cicatriz heredada.
Algo que se oculta, que se teme, que se castiga.
Y sin embargo, entre las ruinas y el polvo, oí algo.
Susurros.
Murmullos apagados que aún pronunciaban el nombre de la Suprema, no con poder, sino con nostalgia. Con una fe rota, fragmentada, que apenas se sostenía en pie... como un hilo de luz colgando en la oscuridad.
Fue entonces cuando comprendí: no todo se había desvanecido.
Aún quedaban chispas.
Pequeñas, temblorosas…
pero vivas.
......................
Han pasado veintisiete años.
Veintisiete inviernos, primaveras, soles y lluvias…
y no los sentí.
Solo fragmentos.
Sombras de momentos.
Destellos de aprendizaje que se desvanecen apenas los intento recordar.
No solo llegué a comprender este mundo nuevo.
Comencé a preguntarme qué era yo dentro de él.
Porque no soy libre.
Nunca lo fui.
Fui creada para servir, para mirar sin intervenir, para cumplir sin preguntar.
Pero algo dentro de mí empezó a temblar.
Comencé a imitar.
No por juego. No por curiosidad.
Sino por una necesidad profunda, innombrable.
Vi sus lágrimas, y sentí una presión en el pecho que no entendí.
Vi su ira, y algo en mí ardió.
Vi sus sueños… y por primera vez, deseé tener uno.
Como si algo enterrado dentro de mí… quisiera ser.
Quisiera existir de verdad.
Ser algo más que una herramienta.
He caminado entre ruinas cubiertas por el silencio.
He cruzado ciudades cuyos nombres ya nadie recuerda.
He atravesado desiertos donde incluso el viento olvida.
Siempre buscando. Siempre observando.
No por compasión.
Sino porque busco al Caos.
Aquel que puede cambiar el destino.
Aquel que puede restaurar lo perdido…
o destruirlo por completo.
......................
Han pasado doscientos años.
Ahora soy más antigua que las primeras Supremas.
Más vieja que muchas leyendas.
Y sin embargo, sigo atada a ella.
Vivo mientras ella viva.
Si ella cae, yo me desvaneceré.
Somos dos reflejos en el mismo espejo.
Un lazo que ni el tiempo ha podido romper.
Recojo información. Me oculto. Resisto.
Una sombra entre muchas sombras.
Pero el Caos…
el que debe despertar…
aún duerme.
He buscado en cada rincón.
He preguntado sin palabras, observado sin ser vista.
Y nadie sabe.
Nadie entiende.
Quizás… ni siquiera yo.
El lugar donde abrí los ojos… ya no existe.
Se volvió polvo.
Arrasado por el tiempo, por la indiferencia, por el olvido.
He visto al mundo girar tantas veces que las estaciones ya no me dicen nada.
La nieve, la lluvia, el calor… son solo repeticiones vacías.
Ciclos sin alma.
He caminado entre vidas que se encienden y se apagan como velas al viento.
Ayudé a quienes lo necesitaban.
Destruí demonios con furia ciega.
A veces escucho que me llaman la bruja asesina de demonios.
Como si ese nombre pudiera contener lo que soy.
Pero no lo hice por bondad.
Nunca fue por bondad.
Lo hice por odio.
Un odio que no es mío…
pero que arde en mí como un veneno heredado de la Suprema.
Odio a los demonios.
Odio a los humanos.
Odio la forma en que destruyen, mienten, olvidan.
El odio es lo único que siempre ha estado conmigo.
Lo único que permanece cuando todo lo demás se desvanece.
Y, aun así…
ni siquiera ese odio me pertenece.
Sé que Aetherion aún vive.
Puedo sentirlo.
Su poder late, encerrado en algún rincón profundo del Capitolio.
Obligada a sostener el tejido mágico de esos seres repugnantes.
Alimentando con su esencia los cimientos podridos de este nuevo mundo.
Su magia…
aún respira.
Aún lucha.
Si se rompe, si colapsa… el mundo entero será arrastrado a la nada.
Pero yo no puedo salvarla.
No todavía.
Entrar en el Capitolio sería mi fin.
Y aunque el deseo de arrasar con todo me consume…
todavía tengo una tarea.
Un propósito que me ata, que me sostiene,
aunque a veces me pregunto si no es solo otra forma de condena.
......................
Nuevamente el tiempo trascurrió en silencio, Han pasado cinco siglos desde que comenzó mi camino. El tiempo se disuelve. Ya no lo mido. Solo siento cómo se acumula en mi pecho como una piedra. Y, sin embargo, sigo. Sigo porque no sé hacer otra cosa.
Hasta que cometí un error.
Me confié.
Creí que lo tenía todo bajo control.
Creí que era intocable.
Poderosa.
Pero fui estúpida.
Cegada por la arrogancia, olvidé que incluso el acero más afilado puede romperse.
Me enfrenté a una demonio de clase A.
No una bestia. No un monstruo salvaje.
Era astuta. Inteligente. Hermosa.
Una criatura pulida por el nuevo mundo, hecha de veneno y elegancia.
Ya no son como antes… los demonios han cambiado.
Evolucionaron.
Aprendieron a jugar con debilidades que ni siquiera sabía que tenía.
Ella me arrebató lo más valioso.
Mi bastón.
No era solo un arma.
Era mi ancla.
Mi vínculo con la magia directa de la Suprema.
Mi esencia.
Mi identidad.
Y cuando lo perdí… sentí cómo el mundo se partía.
Mi magia no desapareció, pero algo dentro de mí… sí.
Algo se quebró.
Y no volvió.
Ya no soy invencible.
Ya no soy lo que era.
Aquel descuido selló mi destino.
La demonio me entregó al Capitolio como si yo fuera una presa herida.
Humillada.
Rota.
Fui encerrada.
En una prisión diseñada para devorar lo que soy.
Un lugar donde la magia de las brujas se marchita, se disuelve, se muere.
Estaba indefensa.
Sin poder.
Sin voz.
Cien años.
Cien años atrapada en la oscuridad de Decathis.
Un siglo de dolor.
Me rompieron.
Una y otra vez.
Sin pausa.
Sin piedad.
No tengo alma… pero juro que lloré.
Grité en silencio hasta que mi garganta se secó.
Mi cuerpo resistía lo que mi mente ya no podía soportar.
Me odiaron por lo que era.
Por lo que representaba.
Y yo… yo también empecé a odiarme.
Me obligaron.
A luchar.
A matar.
A sobrevivir.
No por honor, no por voluntad.
Por instinto. Por odio.
Fui usada. Una vez más.
Odié a Aetherion.
La odié por hacerme así.
Por no advertirme. Por no salvarme.
Por haberme creado para sufrir.
Y aunque mi odio era personal… no podía odiarla del todo.
Ese era el castigo más cruel.
Pero el odio…
el odio que una vez fue suyo,
empezó a ser mío.
Latía con fuerza en mi pecho vacío.
Me sostuvo cuando nada más lo hacía.
No me quebré.
No del todo.
Escapé.
Sobreviví.
Pero algo se quedó entre esos muros.
Fragmentos de mí.
Pedazos que no volverán.
Olvidé cosas importantes.
Mi nombre por un tiempo.
Mi primer despertar.
Mi propósito.
Todo se volvió neblina.
Gris.
Silenciosa.
Densa.
Y desde entonces, cada paso que doy no me acerca a quien fui…
sino a lo que estoy destinada a ser.
Ya no soy la Synera de antes. Pero sigo aquí. Sigo siendo ella… y odiándome en lo más profundo de mi creación. Hay días en que no reconozco mi reflejo, pero sé que aún camino con su sombra sobre mi espalda.
La magia de Aetherion todavía fluye por mis venas, tenue como un eco, lejana como una plegaria olvidada. Ya no me permite alzar grandes hechizos, ni desgarrar el cielo como solía hacer. Pero me da lo justo para seguir en pie, para arrastrar mis pasos por este mundo que ya no me pertenece. Y eso, por ahora, es todo lo que tengo.
Logré escapar.
Y a lo largo de esos años de encierro, soledad y deambular entre ruinas y mentiras, algo comenzó a despertar en mí: curiosidad, hambre de libertad, deseo de comprender… de ser más.
Así, entre largas horas de estudio y los secretos más oscuros de la magia prohibida, aprendí a construir aquello que ninguna bruja debería poseer: un alma artificial.
Una que me permitiera caminar por este mundo con un propósito.
Fue un hechizo poderoso, imperfecto, temporal. Una aberración. Pero me dio algo que jamás había tenido: emociones. Sentimientos. Dolor. Soñé por primera vez. Sentí tristeza. Esperanza. Ternura. Y entonces comprendí lo que siempre me faltó. Lo que me fue negado desde el principio.
Pero fue solo una ilusión. Un alma hecha de magia. Algo que tarde o temprano se desvanecerá como todo lo que no es real. Nada de esto me pertenece. Ni siquiera ahora. Pero al menos… por primera vez, pude mirar al mundo y entenderlo. Pude mirarla a ella, a Aetherion, y no solo obedecer… sino sentir.
Me volví más sola. Más vacía. Más inteligente, sí, pero a pesar de todo eso, sigo estando sola. No tengo a quién llamar amigo, ni un hogar donde refugiarme, ni una historia que pueda llamar mía. Soy solo una sombra errante en un mundo que ni siquiera me ve. Si muero mañana, nadie lo sabrá. Nadie derramará una lágrima por mí.
Y, sin embargo, sigo adelante. Porque mi misión… es lo único que me queda. Pero incluso esa luz, la última que me sostiene, comienza a titilar, a perder fuerza. El sentido se vuelve borroso, el propósito se desgasta y se desvanece.
Hasta hoy.
Hoy, en la quietud del aire, sentí algo. Una energía antigua. Familiar. Como si el destino, cansado de esperar, finalmente hubiera vuelto la mirada hacia mí. Como si algo —o alguien— estuviera llamándome desde la oscuridad.
Quizás no todo esté perdido.
Quizás mi viaje… aún no ha terminado.
Tal vez… apenas esté comenzando.
Soy Synera. No soy humana. No soy bruja. No soy más que un eco de poder y voluntad. Pero no permitiré que este mundo me olvide. No dejaré que mi existencia se desvanezca en el silencio. Lucharé para reclamar un lugar que pueda llamar mío, para restaurar la magia y el tiempo que se han roto.
Y cuando llegue ese momento, cuando todo vuelva a su curso, me fundiré con ella —con Aetherion— para convertirme en algo más que una sombra.