Valentino nunca imaginó que entregarle su corazón a Joel sería el inicio de una historia de silencios, ausencias y heridas disfrazadas de afecto.
Lo dio todo: tiempo, cariño, fidelidad. A cambio, recibió migajas, miradas esquivas y un lugar invisible en la vida de quien más quería.
Entre amigas que no eran amigas, trampas, secretos mal guardados y un amor no correspondido, Valentino descubre que a veces el dolor no viene solo de lo que nos hacen, sino de lo que nos negamos a soltar.
Esta es su historia. No contada, sino vivida.
Una novela que te romperá el alma… para luego ayudarte a reconstruirla.
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Me hablaba como si ya me conociera
Joel seguía ahí.
No sé cómo lo hacía. A veces pensaba que debía aburrirse, que eventualmente se cansaría de hablarle a alguien como yo, alguien que parecía no querer ser escuchado. Pero no. Él persistía.
Ya no eran saludos casuales. Ahora se sentaba más cerca, me buscaba con la mirada durante las clases, hacía comentarios que solo tenían sentido si me estaba observando de verdad. Me conocía mejor de lo que yo me había permitido conocer a nadie en años. Y eso, aunque nunca lo admitiría en voz alta, me asustaba.
—Hoy estás raro —me dijo una mañana, sin mirarme del todo, como si no quisiera parecer tan directo.
—¿Y cómo sabes cómo soy normalmente?
—No lo sé. Pero hoy estás distinto. Y eso me importa.
Me quedé en silencio. No era una respuesta que esperaba. Mucho menos una que supiera manejar. Me incomodaba la facilidad con la que Joel decía cosas así, como si no midiera el peso de sus palabras, como si no supiera que ese “me importa” se me iba a quedar resonando todo el día.
Yo seguía siendo el mismo: reservado, cauto, temeroso de mostrar más de la cuenta. La gente a mi alrededor seguía en su ritmo superficial, predecible, como siempre. Pero con Joel... algo había cambiado. Él tenía esa forma tonta de hacerme sonreír cuando más quería que me dejaran en paz.
Y lo peor —o lo mejor, ya no sabía— era que a veces yo también lo buscaba. No con palabras, no con gestos evidentes, pero lo esperaba. En los pasillos, en la fila del almuerzo, al entrar al aula. Era como si sin quererlo, su presencia se hubiera vuelto parte de mi rutina.
Una tarde, mientras caminábamos en dirección a la salida del colegio, me preguntó:
—¿Tú alguna vez has sentido que te cuesta confiar en la gente?
Me detuve un segundo. No por la pregunta, sino por cómo la dijo. Había una especie de tristeza en su voz, algo que no había escuchado antes.
—Sí. Siempre —respondí.
Joel asintió. No dijo nada más. Pero su silencio fue tan sincero como sus palabras.
—Por eso me caes bien —añadió después—. Eres real.
“Real”. Qué palabra tan grande. Yo no me sentía real. Me sentía como alguien que sobrevivía a diario intentando no destacar, no sentir, no ilusionarse. Pero Joel... él parecía ver algo más en mí. Y por más que lo negara, ese algo me daba curiosidad.
Empecé a notar cosas pequeñas: que siempre se sentaba de forma que pudiera verme, que cambiaba de grupo solo para estar más cerca, que compartía cosas que no contaba con nadie más.
—Ayer discutí con mi mamá —me decía mientras caminábamos.
—Estoy pensando en dejar el taller de teatro.
—A veces siento que no encajo en ningún lado. Pero contigo es distinto.
Contigo es distinto. Esa frase se me clavó. Como si él también estuviera buscando algo sin saberlo. Como si, igual que yo, también estuviera cansado de tanta gente que solo hablaba por hablar.
Lo raro fue cuando empecé a disfrutarlo. Sus mensajes. Sus frases fuera de lugar. Sus bromas internas. Las miradas que decían más que cualquier conversación.
Él no me pedía nada. No exigía que fuera simpático. No se quejaba de mi frialdad. Solo se quedaba.
Y yo... empecé a dejarlo entrar.
Sin notarlo, Joel dejó de ser “ese chico que hablaba mucho” y se volvió... algo más. Algo que no entendía del todo, pero que ya no quería perder.
Solo que todavía no sabía si eso era algo bueno… o el inicio de algo que dolía más de lo que pensaba.