Sinopsis de Destrúyeme
Lucas Santori es un hombre marcado por el odio, moldeado por un pasado donde el dolor y la traición fueron sus únicos compañeros. Valeria Montalbán, una mujer igual de rota, encuentra en él un reflejo de su propia oscuridad. Unidos por una atracción enfermiza, su relación se convierte en un campo de batalla entre el amor y el deseo de destrucción. Juntos, navegan por un abismo de crímenes, secretos y obsesiones, donde la línea entre víctima y verdugo se desdibuja. En su mundo, amar significa destruir y ser destruido.
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CAPITULO 1
...Valeria Montalbán....
Lo dejo salir de mí, sintiendo la misma insatisfacción de siempre, esa sensación vacía que ya ni me sorprende. El sexo con Dante se ha vuelto mecánico, patético, predecible, casi una obligación. No hay emoción, solo el simple acto de cumplir con algo que no sé por qué sigo haciendo. En momentos como este, ni siquiera me esfuerzo por entender por qué sigo aquí.
Se deja caer al lado de la cama, probablemente pensando que hizo algo digno de sentirse orgulloso, aunque ni siquiera lo haya logrado. Tomo uno de mis cigarros y lo enciendo sin demora, buscando un mínimo respiro de la irritante frustración que siento. El humo entra en mis pulmones, pero ni eso logra hacer que este momento sea menos patético.
Dante es el capitán del equipo, el chico popular, el deportista destacado, pero también un completo imbécil con aires de grandeza que se cree el centro del universo. Estar con él es lo único que me asegura algo de visibilidad en este maldito mundo, especialmente después de haber pasado toda la preparatoria en el anonimato absoluto, sin que nadie se molestara en mirarme dos veces. La atención jamás estuvo en mi y eso me consumió, me hizo sentir como si no importara. Ahora que estoy en la universidad, estoy decidida a que eso no se repita. Odio esa sensación de ser una sombra, de no ser más que un cero a la izquierda, tan insignificante como un insecto al que nadie se molesta en aplastar.
— ¡Te he dicho que detesto que fumes! ¡Déjalo! — Su voz suena tan ridicula, tan carente de fuerza, que solo consigo sonreír con desdén. No tiene ni la más mínima autoridad sobre mí, y lo sabe perfectamente.
— Oblígame, imbécil — respondo con desafío, volteando a mirarlo directamente a los ojos, sin importar que probablemente lo lleve a perder la paciencia. No me importa lo que haga; lo que quiero es verlo perder el control.
— Eres una perra con la boca demasiado grande... — se levanta ofendido, sus pasos firmes y rápidos mientras se acerca hacia mí con una amenaza palpable en el aire. Sus ojos arden de furia, pero ni por un segundo retrocedo.
Arqueo una ceja y doy otra calada a mi cigarro, disfrutando de la sensación mientras cruzo las piernas con total arrogancia. El humo sale De mis pulmones y lo lanzo directo hacia él cuando se detiene frente a mí, retándolo con la mirada, como si su furia no me importara lo más mínimo.
La ira se refleja en sus facciones, y, en un impulso, me arranca el cigarro de las manos, arrojándolo al suelo con desprecio. Mi paciencia está al límite, pero él parece no darse cuenta, tan seguro de su poder que no nota cómo mi control se está desmoronando poco a poco.
— ¿Estás sorda, perra? — Su mano empuja mi hombro, como si intentara marcar su dominio, o al menos eso es lo que cree. Pero su gesto no tiene el efecto que espera; no me inmuto, no me mueve ni un milímetro.
Otro empujón me lanza al suelo, mis manos rozan el frío piso mientras caigo cerca de mi ropa. Un terrible error para él. Rápidamente, deslizo mi pierna y lo derribo, haciendo que caiga de espaldas. El sonido de su cabeza chocando contra el suelo es brutal, como un golpe sordo que reverbera en mis oídos. Mi mano va directo al bolsillo de mi pantalón, sacando la navaja con una destreza que ni él espera. En un solo movimiento, me subo sobre él, quedando encima de su torso inmovilizado. El filo de la hoja se posa con precisión en su cuello, la amenaza de sangre al alcance de un solo movimiento. Sus ojos se abren como platos, sorprendidos y aterrados, incapaces de procesar lo que está sucediendo. La expresión de incredulidad en su rostro solo aumenta el placer que siento al tenerlo completamente a mi merced.
— No estoy sorda, hijo de puta. Solo no me pega la gana obedecerte — respondo con voz fría, empujando el arma levemente. El filo toca su piel, y el líquido caliente comienza a brotar de su cuello. — No deberías agarrarle la cola a un perro que no conoces, ni siquiera sabes si te va a morder. — Mi tono es bajo, lleno de desprecio, mientras observo cómo su respiración se acelera, su miedo palpable, y la sangre comienza a escurrirse lentamente por su piel.
— ¡Estás loca! Ni creas que voy a seguir contigo — grita, intentando mover las manos, pero lo detengo con un simple movimiento. Aumento la presión del cuchillo contra su cuello, el filo hundiéndose un poco más en su piel.
— Lo nuestro se acabó, Valeria — dice, pero su voz tiembla, y sé que ahora comprende que, si yo lo decido, su final podría llegar en cualquier momento. Sonrío, sintiendo el control total, mientras sus ojos me miran, aterrados, esperando que no cumpla la amenaza.
- ¿Alguna vez hubo un "nosotros"? — pregunto con tono despectivo, observando cómo su rostro cambia de color, entre la furia y la sorpresa. — ¿Debería llorar ahora? No me interesa, Dante. Además, no sabes follar... maldito precoz.
La expresión en su cara se vuelve de todos los colores posibles, el orgullo herido y la rabia contenida, mientras su respiración se vuelve más agitada. Es como ver a un animal acorralado, pero a mí no me mueve ni un ápice de compasión.
Me incorporo del suelo, aún con el cuchillo firmemente en mis manos, y lo observo mientras permanece sentado, completamente inmovilizado por el miedo. Tal y como lo sospeché, no es más que un asqueroso cobarde, todo ese músculo inútil que presume no sirve para nada cuando el verdadero peligro está frente a él. Un par de músculos de más, y se cree invencible, pero en realidad es solo una fachada, un hombre débil escondido tras 90 kilos de pura apariencia.
— ¡Tú y tu maldita familia están locos! — grita, pero esas palabras solo avivan la ira que arde en mí. Sin pensar, clavo el cuchillo en su pierna, sin la más mínima compasión.
El grito que escapa de sus labios es puro y desgarrador, y me llena de una satisfacción que no puedo evitar. Lo siento en cada fibra de mi ser, esa sensación de tener el control absoluto sobre él, y la idea de que finalmente está sintiendo lo que yo he querido hacerle por tanto tiempo.
-Agradece que no te corte la lengua-digo mirando por ultima vez su rostro contorsionado por el dolor.
Camino por el pasillo desnuda, sin prisa, como si no estuviera en la misma habitación con un hombre desangrándose por mi mano. Cada paso que doy está lleno de indiferencia, como si nada de lo que acaba de suceder fuera significativo. Me voy poniendo la ropa con una calma inquebrantable, una prenda tras otra, mientras lo dejo atrás, retorciéndose en el suelo, desbordado por su propio dolor.
-MALDITASEA... VALERIAAA... ¡¡¡ME VOY A DESANGRAR!!!
Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras salgo de la casa de la hermandad. Todos me saludan, sin saber que, en el piso de arriba, su capitán está gritando como una niña asustada. Probablemente me odien después de hoy, pero no es tan grave. Solo durará un tiempo sin jugar, y la verdad, no me importa.
Llego a la habitación del campus en la que me quedo entre semana. Es un espacio neutral, sin adornos ni posters, casi vacío, demasiado sencillo, tal y como soy yo. Desenredo mi cabello rubio y corto con los dedos, sintiendo aún el peso de la presencia de Dante en mi piel. El aroma de él me repulsa, así que entro a la ducha, buscando borrar cada vestigio de su toque. El agua cae sobre mí, pero el asco no desaparece tan fácilmente.
El reflejo en el espejo me devuelve una mirada que ya conozco bien. Mis ojos verdes siempre guardan un vestigio de locura, algo que nunca logro disimular por completo. Mi piel blanca, tan perfecta en apariencia, oculta marcas que quizás ya son imperceptibles para los demás, pero que para mí siempre están ahí, recordándome que esta belleza que no pedí ha sido la causa de cada una de mis desgracias.
"Quieres jugar con papi otravez? Pero no podemos contarle nada a mamá. Este será un secreto entre tú y yo"
La asquerosa voz de ese hombre al que alguna vez llamé padre se mete en mi mente sin permiso, arrastrándome a una ola de repulsión. Mi estómago se revuelca, y las arcadas me toman por sorpresa, haciéndome expulsar la bilis. Anoche bebí más de lo que mi cuerpo escuálido podría tolerar, pero aun así, llegué intacta a la casa de ese imbécil. Es la primera vez que vomito en una resaca, pero sé perfectamente cuál es la razón. Cada vez que su recuerdo se cruza en mi mente, mi cuerpo reacciona como si pudiera sentirlo aún, como si el veneno de su presencia siguiera corriéndome por las venas.
Después de ducharme, me pongo el camisón y enciendo otro cigarro. La puerta se abre de golpe y Talia, mi compañera del cuarto de al lado, entra, visiblemente impactada. No necesito adivinar qué está pasando; su rostro lo dice todo.
—¡Por Dios, Vale! ¿En qué carajos estabas pensando? Todo el campus se enteró de lo que hiciste —dice, tapándose la boca con la mano, completamente atónita.
—Imagino que también supieron por qué lo hice —murmuro, sacando unas fotografías de mi gaveta y dejándolas caer sobre la cama.
—¿Te das cuenta de lo que puedes perder con esto, Vale? ¡Tu beca! El decano está buscándote —su cara de preocupación casi logra enternecerme, pero apenas.
—Te preocupas demasiado —respondo, desplegando las fotos frente a mí sin prestarle demasiada atención.
Revolcarse con el jefe de la policía trae sus ventajas, he tenido acceso al expediente de manera más detallada, mucho más que mis compañeros que solo han visto la punta del iceberg.
Todo lo que he vivido hasta hoy me ha hecho una de las mejores en mi carrera de ciencias forenses. Uno de los casos que llevamos estudiando meses es el del "Asesino de los talones" un nombre demasiado ridículo para una persona con tal historial. A mi me gusta llamarlo "el contador". Doce fotografías hay en mis manos, doce en la que tengo un perfecto plano de la escena del crimen. Cada detalle de este me intriga más de lo que jamás imaginé. No es solo asesinato deliberado, hay pasión en esto... también arte.
Doce crímenes. Doce pies intactos.
Tomo la primera imagen. Un sótano húmedo, el suelo corroído por ácido, un pie suspendido de un alambre. Número 1. Su marca, su legado.
Paso a la siguiente. Un río turbio, un pie atrapado entre las ramas. El agua hinchó la piel, pero el número 3 sigue ahí, profundo, intocable. Meticuloso. Preciso.
Cada escena es una obra maestra. Un taller mecánico con metal derretido. Un motel con una tina deshecha por químicos. Un matadero con ganchos oxidados y piel adherida. No hay caos, solo método. Belleza en la destrucción.
Pero la última imagen me deja sin aliento. Un sótano limpio, herramientas ordenadas. El pie de la víctima cuidadosamente posado sobre la mesa. La victima número 12.
Su evolución es impecable. Es un artista. Y yo… no puedo dejar de admirarlo.