Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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### **Capítulo 2: Soborno y Tráfico**
Gio estaba al volante, con el ceño fruncido y una expresión de puro fastidio. No porque hubiera tráfico—eso ya lo esperaba—sino porque, en teoría, hoy era su día de descanso.
—Todavía no puedo creer que me sacaste de la cama en mi día libre solo para llevarte a la oficina —gruñó, tomando un sorbo de su café.
Jay, en el asiento del copiloto, sonrió inocentemente mientras revolvía la radio en busca de una canción decente.
—No es "solo" para llevarme a la oficina —respondió con un tono dulce—. También necesito tomar tus medidas para tu traje nuevo.
—¿Y eso no podía esperar hasta mañana?
Jay hizo un puchero.
—Gio, el evento es en unos días. ¿Quieres verte increíble o quieres parecer alguien que compró un traje de última hora en una tienda barata?
Gio suspiró.
—Odio cuando tienes razón.
—Lo sé, cariño, lo sé.
El tráfico avanzaba a paso de tortuga, y Gio tamborileó los dedos contra el volante con impaciencia. Jay lo observó de reojo, notando su mal humor, y decidió usar su carta maestra.
—Por cierto… —dijo con tono casual—. Además del café, también te compré algo más porque sabía que hoy estarías gruñón.
Gio arqueó una ceja y miró la bolsa que Jay sacaba de su mochila. Jay se la entregó con una sonrisa de satisfacción.
Gio la tomó con cautela y miró dentro. Sus ojos se iluminaron por un segundo antes de disimularlo con su mejor expresión de indiferencia.
—¿Donas?
—No cualquieras donas —corrigió Jay—. Tus favoritas.
Gio sacó una y le dio un mordisco, cerrando los ojos por un instante en pura satisfacción.
—Mmm… estás tratando de sobornarme.
—¿Está funcionando?
Gio le lanzó una mirada antes de darle otro mordisco.
—Tal vez.
Jay sonrió, satisfecho con su victoria, y subió un poco el volumen de la radio. Una canción animada comenzó a sonar, y esta vez Gio no se quejó. Incluso movía la cabeza ligeramente al ritmo, aunque jamás lo admitiría.
—Ves, ya tienes café, donas y música. ¿Qué más podrías pedir?
—Quedarme en casa viendo series en pijama.
—Demasiado tarde para eso, amor.
Gio suspiró con resignación, pero su humor ya no era el mismo de antes. Cuando finalmente llegaron a la oficina, Jay salió del auto con una sonrisa triunfal.
—Te debo una por esto —dijo Gio mientras se bajaba.
Jay se acercó y le dio un beso rápido en la mejilla.
—Lo sé. Y la cobraré cuando menos te lo esperes.
Gio resopló, pero no pudo evitar sonreír un poco. Al final del día, su esposo sabía exactamente cómo ganárselo… aunque eso significara sacarlo de la cama en su día libre.
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El ascensor se abrió con un suave “ding” y de él emergió Jay junto a Gio, con su típica energía arrolladora. Su cabello despeinado y su eterna sonrisa descarada eran suficientes para que todos en la empresa supieran que su jefe estaba de buen humor… o tramando algo.
Gio lo miro con una ceja en alto.
—Te ves muy feliz para ser alguien que acaba de cometer un secuestro en pleno día de descanso.
Jay le lanzó una mirada divertida mientras se cruzaba de brazos.
—Y tú te ves demasiado cómodo para alguien que debería estar sufriendo en la oficina de su esposo.
Gio le dio un sorbo a su café.
—Bueno, el soborno ayudó.
—Sabía que funcionaría —dijo Jay con orgullo—. Pero ahora, a lo que vinimos.
Sin más, lo tomó del brazo y lo arrastró sin piedad hacia su oficina. Las miradas los siguieron, pero nadie se atrevió a interrumpir. Todos sabían que cuando Jay y Gio estaban juntos, la oficina se convertía en un campo de batalla verbal.
—No sé por qué pierdo mi tiempo dándote opciones —murmuró Jay mientras revolvía decenas de telas sobre su escritorio—. Al final, siempre terminas usando lo que yo decido.
Gio se dejó caer en un sillón de cuero, mirándolo con diversión mientras el omega sacaba muestras de telas como si su vida dependiera de ello.
—¿Y si, por una vez en tu vida, me dejas escoger? —preguntó Gio, tomando una tela negra mate.
Jay hizo una mueca de disgusto y le arrebató la tela de las manos.
—No. Muy aburrido. Pareces un maldito abogado funerario con esto. ¿Qué te parece este? —le acercó una tela de terciopelo burdeos.
Gio entrecerró los ojos.
—Eso es demasiado… intenso.
—Eres un alfa dominante, te va a quedar perfecto. Además, quiero que te veas delicioso.
—¿Para que todos me miren? —preguntó Gio con tono peligrosamente bajo.
Jay le sonrió, provocador.
—Para que sepan que ya estoy casado con el alfa más guapo de todos y que no pueden ni acercarse.
Gio gruñó con satisfacción, ese lado posesivo suyo asomándose sin remedio. Su omega tenía la boca más afilada del mundo, pero sabía exactamente qué decir para alimentar su ego.
—Me lo pondré, pero solo si me lo quitas después con las manos —susurró Gio, su voz ronca y cargada de feromonas.
Jay sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no se dejó intimidar. Chasqueó la lengua y se cruzó de brazos.
—Tendrás suerte si no te lo arranco a mordidas.
Gio soltó una carcajada y se puso de pie, acercándose peligrosamente. Jay, aunque más bajo, no retrocedió ni un centímetro.
—Eres el peor omega de la historia —murmuró Gio contra su oído.
—Y sin embargo, aquí estás, enamorado de mí hasta los huesos —respondió Jay con una sonrisa burlona.
Gio gruñó, y antes de que pudiera atraparlo, Jay ya estaba del otro lado de la oficina, lanzándole una cinta métrica.
—Ahora quédate quieto, grandote. Tengo que tomarte medidas.
Gio suspiró, resignado. Con Jay, nunca ganaba del todo… pero tampoco quería hacerlo.